Destino

Viernes, 4 de junio de 2021

por diariodicen.es

En esa España rancia de la postguerra, María Suárez ha quedado viuda. Su marido emigró para darles un futuro mejor a sus hijos. Se fue a “trabajar el campo”, raíz de tantos hombres de pueblos malagueños, desesperados por poner un plato en la mesa de su familia. Un hombre bueno, como siempre lo ha recordado María, que se redujo a una simple carta que tuvieron que leerle, pues es analfabeta. Una carta y su cartera con la única foto que poseían y que él llevó como relicario en su búsqueda del tesoro. María jamás encontrará su tumba. Sus dudas y su angustia la atormentarán toda la vida. Y en esa situación, en la podría parecer que el futuro de una mujer viuda con dos hijos no habría de ser otro que el de la servidumbre para con su familia, se le ofrece una alternativa. María también abandona su hogar para trabajar en un orfanato de la capital, aunque el precio de la autosuficiencia es tan alto como el de internar a sus hijos como si huérfanos de padre y madre fueran, sin tener ni el derecho a volver a abrazarlos hasta que estos alcancen la mayoría de edad.

La hija de María crece feliz en el orfanato, con un corazón lleno de fe y confianza en las guías de su vida, las monjas. Sin embargo, dichas guías apagan el sueño de Antonia de ser enfermera, su destino es el que las religiosas ya han decidido para ella; y ese sueño queda suspenso en su persona para ser impuesto a su hija mayor en un futuro.

Esther ha luchado siempre por ser aceptada por su madre. Poco a poco va entendiendo el contexto duro en el que las mujeres de su familia han crecido; lo entiende, pero no duele menos. En su ansia por lograr la aceptación de su madre, y ante el juicio pragmático y coherente de su padre, se matricula en Enfermería, y muda sus pocas pertenencias al piso de su abuela María, que vive cerca de la facultad. Ambas se convertirán en sorprendentes compañeras; compartirán confidencias, cariño e incluso motivación. María motivará a su nieta en sus estudios de DUE, y para dar prueba de ello, incluso a sus más de 70 años, se matriculará en la Escuela de Mayores para salir del analfabetismo que tanto la ha limitado toda su vida. Entre apuntes de médico-quirúrgica, metodología, anatomía… María tímidamente le sugiere a su nieta una pausa para que le repase sus frases y sus cuentas, todo ello escrito con un pulso infantil, conmovedor. Y tres años después, las dos celebran su graduación con felicidad infinita pero con un nudo en la garganta: ahora Esther debe volar. Y el viento la empuja a volar lejos, muy lejos. No hay futuro en Málaga para una DUE novel. María llora destapando su herida más grande: su nieta emigra al extranjero. El nudo en la garganta de María despidiendo a su nieta es aquel de una carta amarillenta certificando una defunción, una cartera, una foto familiar y la duda del sepelio digno de su gran amor.

Una tarde como otra cualquiera, una tarde de adolescencia e incertidumbre, Lucía le pregunta a su hijo, con tiento, casi avergonzada:

-¿Has decidido ya en qué te vas a matricular?

Como buen proyecto de hombre, con desdén, Massimo responde:

-En Enfermería.

Sin que su hijo se cerciore, Lucía y Luigi se sonríen. Jamás ha dado indicios de querer seguir los pasos de su abuelo, de su padre, de su madre. Incluso en contadas ocasiones les ha mandado callar, cuando en la sobremesa sus padres han perdido el pudor de “los seres humanos normales” y han discutido algún caso laboral.

Massimo observa su currículo. La inquietud le ha llevado a dar un giro dramático a sus 33 años. La enfermería le ha regalado una estabilidad laboral muy sólida, pero se siente estancado y su profesión es también un salvoconducto muy valorado en otros países. Todo ello lo ha llevado a volar, siendo su primera parada el Reino Unido, para lograr llegar a su soñado destino final, Australia.

Tras un intenso turno en urgencias, en un grandísimo y caótico hospital londinense, de esos cercanos a una estación de tren, con la idiosincrasia de usuarios que ello conlleva, Massimo espera en la parada del autobús. A lo lejos se intuye la sombra de una compañera. La compañera en cuestión es Esther. Massimo piensa “¡oh, no!, ¿por qué ella?”. Esther no le cae nada bien, aunque por educación la saluda, entabla conversación con ella, y cuando el autobús llega, se sientan juntos. Massimo no sabe que el sentimiento por Esther es mutuo. El trayecto en autobús es de solo 20 minutos, entre frases de inglés correcto, ninguno de los dos sabe cómo han acabado comprometiéndose a tomar un café. Y tras ese café, muchos más. Y tras muchos cafés, una vida juntos, una vida compartida.

Viven el atentado de Londres, temiendo el uno por el otro, el uno atendiendo a heridos en su a la vez amado y odiado servicio de urgencias, sin conseguir comunicarse con Esther, que justo a esa hora habría tenido que coger el metro para ir a la universidad donde está cursando sus estudios de matrona. En otro de esos virajes caprichosos del destino han decidido apostar por la especialización de Esther en aras de asegurarse un futuro laboral en España, donde ahora pretenden realizar su proyecto vital. En la adrenalina del momento, finalmente Esther consigue comunicarse con él; está bien, había cogido el tren justo antes del terrible suceso. Se despiden con un tembloroso y casi sentido como inmerecido “te quiero”, por haber sido afortunados.

España ha sido un destino acertado, aunque la adaptación, sintiendo el vértigo de la palabra definitivo, cuando Massimo soñó con Australia, ha sido difícil. A Massimo en toda su carrera le ha acompañado la estabilidad, y ahora se encuentra a sus 40 años luchando con el sistema de llamadas, contratos, días, oposiciones…. Queda claro que a él siempre lo ha motivado el reto, pero la situación a veces es insostenible y deprimente. Por otro lado, se contagia de la pasión que ha encontrado su mujer en aquella profesión estudiada desde la practicidad pero que se ha convertido en su secreta vocación. Además, él mismo descubre nuevos campos que lo entusiasman: la UCI, la supervisión, la liberación sindical; todo viraje de destino que lo ha llevado de la mano a tan inciertas como enriquecedoras venturas.

Y en ese destino tremendamente caprichoso toca vivir una pandemia. Massimo escucha las voces de un virus que muta, no en su genética, si no en su narración, desde el principio. Son voces lejanas… no es peligroso… ahora es peligroso… La sociedad lejana se blinda… Ahora el virus ya no es lejano, se acerca, ha llegado a su país natal, ¡y su zona es la más afectada de Italia! ¡Finalmente ha llegado a España! En un arrebato de optimismo, Massimo había creído que España se iba a preparar viendo que el país vecino contaba sus ataúdes desde los quicios de las puertas, viendo que la sanidad italiana, hermanada con la española, no daba abasto. Pero no es así, no hay preparación, no hay contención, y el virus inocuo, lejano, se convierte en una pesadilla diaria. Miedo, rabia, impotencia, dolor…

En esta situación Massimo está dispuesto a que se herede de su país la iniciativa “Derecho a decir adiós”. Se hace una figura de referencia para movilizar medios para que los pacientes aislados puedan comunicarse con sus familiares, para que el horror de estar enfermos y separados se mitigue mínimamente, de alguna manera. Massimo combina su continua inquietud de encontrar medidas de ayuda para pacientes y compañeros. Le resta horas de tranquilidad a su familia. Esto erosiona a veces la relación con su mujer e hijos, pero no lo puede evitar. Siempre consideró su profesión como un medio para vivir, su trabajo. Esta maldita pandemia sin embargo le ha hecho darse cuenta de que no solo tiene historia y sangre enfermera, tiene familia enfermera, pasión enfermera y vocación enfermera. Esa temida palabra que tantas veces le ha discutido a su mujer no tener. Discutía no tenerla porque lo enfadaba que el término vocación se viciara socialmente convirtiéndolo en un justificante para el maltrato laboral, o la actitud irrespetuosa de otros.

Sin embargo, claudica. Sí tiene vocación. Su vida se escribe alrededor de la palabra enfermería. La ha “mamado”, la vive, la respeta, la sufre, la comparte.

Autora: Esther María Urbaneja Postigo

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Destino, enfermera, enfermería, Relato enfermero

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