Enfermería, profesión que va más allá del cuidado físico

Viernes, 20 de agosto de 2021

por diariodicen.es

Muchos amigos, familiares y conocidos me preguntan si no me dan cosa la sangre, las agujas o las heridas para haber elegido esta profesión. Y yo, como simple practicante iniciando mi camino en el mundo sanitario, reconozco que cualquier situación que no he vivido o visto antes me impacta. Cada rotatorio no deja de sorprenderme, vivo instantes que dejarán huella en mi mente durante mucho tiempo.

El primer exitus en el que no pude contener las lágrimas lo recuerdo como el primer día, la primera sutura en la que las manos me temblaban como un flan o el salir corriendo de la ambulancia, llegar al lugar de incidencia y tener que actuar con toda la cordura y rapidez posible para seguir con las compresiones continuas, la adrenalina y las descargas eléctricas para reanimar un corazón que ha dejado de latir, que se resumen en un cúmulo de sensaciones y emociones inexplicables. Y ya ni hablar de otro tipo de nervios que te inundan el primer día al llegar a una planta nueva, los constantes pensamientos de “¿con quién me tocará hoy?”, “será maja la enfermera?”, “¿podré hacer frente a las necesidades de la planta?”, que rondan por tu cabeza, hasta que te encuentras con la persona adecuada que hace tu estancia en las practicas más amena y todo fluye adecuadamente. O no.

Ciento veinte y dos días magníficos de prácticas hasta una experiencia demasiado impactante en mi unidad actual de traumatología que descuadró por un momento todos mis esquemas de la profesión. Estaba comenzado mi turno de tarde cuando el timbre de la habitación 612.2 llamó. El familiar nos comunicó de inmediato que su padre se estaba poniendo malísimo. Al llegar a la habitación nos encontramos al paciente en una hemorragia pulmonar masiva: hemoptisis. En cuestión de pocos minutos se hallaban 15 sanitarios en la habitación para salvar al paciente que había entrado en parada cardiorrespiratoria. A medida que uno realizaba las compresiones y otra persona intentaba mantener la vía aérea permeable, eliminando todos los coágulos situados en la boca, una voz, en todo ese jaleo, sonó: “¡Parad! Es un paciente oncológico en estado terminal. La reanimación cardiopulmonar está contraindicada”. Los médicos de la UCI dieron el orden de no reanimación. Un mandato que me dejo sin palabras. Jamás pensé que fuese tan difícil la aceptación de una contraindicación de la RCP. Impotencia en estado puro. En ese momento recordé esa clase de Teoría de las contraindicaciones de la reanimación; no he sido capaz de aceptarlas nunca. Procedimos a realizar el electrocardiograma para confirmar su muerte, pero la parte más complicada, y en la que mis lágrimas no pudieron contenerse, fue presenciar el momento de informar a los familiares de lo ocurrido. Ese día el paciente tenía el alta, pero no para reunirse con su familia por Navidad, sino un alta para siempre.

Al llegar a casa mi mente no paraba de darle vueltas a lo que había sucedido, llegué incluso a replantearme si la elección de esta profesión fue la adecuada en su día, y si sería capaz en un futuro de hacer frente a este gran oficio. La aceptación de una contraindicación de RCP fue superior a mí. Todavía no estaba, o quizás sigo sin estarlo, preparada psicológicamente para todas las situaciones próximas de este tipo. Recuerdo que en mi primer exitus un doctor de medicina interna me abrazó y me dijo que aun el profesional más preparado queda conmovido a veces por los instantes dolorosos que viven sus pacientes y, sobre todo, los familiares de estos. Pero tenía que aprender a trazar una línea ancha entre la vida profesional y la personal.

Cuando acabas, o mucho antes, bachillerato y tienes que decidir que profesión te gustaría ejercer en un futuro, muchos de nosotros no somos conscientes de la importancia que tiene esa elección en nuestra vida. Ese antes y después. He aquí una de las razones por la que los estudiantes abandonan sus estudios, o en el peor de los casos terminan graduándose y ejerciendo una profesión que no les llena.

Hablando desde mi propia experiencia, la enfermería/medicina es algo vocacional implementado en mi mente desde que era una niña, con pequeños hobbies escondidos de otras ramas, pero con una trayectoria definida en el mundo sanitario. Dicen que las facultades te preparan profesionalmente para la vida, pero la de Enfermería alcanza otro nivel, el de la maduración y crecimiento personal. La responsabilidad y la seriedad de cada paso que das comienzan a ser parte de ti. Por eso, la evolución que uno nota en su persona tras varios meses de prácticas, tanto en lo físico (rutina de trabajo) como en lo moral, es impresionante. Comienzas a ver la vida desde otro ángulo al vivir situaciones y experiencias demasiado impactantes para nuestra mente a tan temprana edad.

Cierto es que cada día que paso en las practicas me lleno más de ilusión. Al igual que vivo momentos tristes también asisto a momentos muy alegres, gracias a los vínculos tan bonitos que se llegan a crear con algunos pacientes. Una evolución clínica satisfactoria o un agradecimiento por parte de estos te hacen sentir mejor profesional. Como mencioné al inicio de este relato, la enfermería no es solo cuidado físico o realizar las técnicas con gran destreza, si no que va más allá de lo académico. Las habilidades de comunicación, la empatía, la flexibilidad y el respeto son cualidades fundamentales que debe tener todo profesional sanitario para ejercer esta gran y vocacional profesión.

En cuanto a técnicas, que es la parte más ansiada por cualquier estudiante en sus inicios, he tenido la suerte de poder realizar varias: canalización de vías periféricas, extracción de sangre, gasometría arterial, vacunación, sondaje vesical/nasogástrico, curas húmedas/secas, vendajes compresivos, inmovilización mediante férula de hierro o yeso, sutura de heridas, drenajes, electrocardiogramas, toma de constantes vitales de forma manual, uso de bomba de perfusión continua, realización de prueba Streptococcus o lo más nuevo y último, la PCR de la COVID-19, así como el uso de los programas hospitalarios Gacela, Medora y Averroes.

He de mencionar que el año pasado ha sido uno de los más complicados del siglo XXI, nuestras vidas han experimentado un gran giro. Nuevos estilos de vida hemos tenido que adoptar para poder combatir esta gran pandemia. Un mundo de caos que busca alcanzar la luz al final del túnel. Ya ni hablar de las plantas de los hospitales, donde los pacientes están más que intercalados debido al aislamiento de varias plantas para los afectados con la patología de la COVID-19. En mi unidad actual de traumatología podemos encontrar variedades de pacientes como, por ejemplo, procedentes de medicina interna, digestivo, neurología, otorrinolaringología o cirugía. Una carga de trabajo enorme para los profesionales sanitarios pero una oportunidad para nosotros, los estudiantes, para sacar máximo provecho a la situación actual y, sobre todo, poder ayudar a nuestros futuros compañeros.

Sé que este es un pequeño inicio de toda una vida sanitaria, pero el comienzo se muestra atrayente, y eso es lo que realmente importa. Llegaremos a final de nuestras vidas llenos de experiencias impresionantes dignas de contar.

Autora: Marcela Jurjiu

Noticias relacionadas

estudiante de enfermeria, Relato enfermero

¿Quieres comentar la noticia?

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

*
*