La enfermería en la Gran Guerra: las novedades del frente

Lunes, 12 de noviembre de 2018

por diariodicen.es

El pasado 11 de noviembre se cumplía el centenario de la firma del Armisticio, el tratado que puso fin a la Primera Guerra Mundial. El conflicto constituyó un terrible hito en la Historia. Fue la primera conflagración en la que se utilizaron armas químicas, sobre todo el gas mostaza, o la dinamita como material bélico. Asimismo, propició la aparición de nuevas enfermedades relacionadas con los combates, especialmente el pie de trinchera o la neurosis de guerra.

Dada su naturaleza, este periodo significó un gran paso adelante para la profesionalización de la enfermería. Asimismo, supuso un desarrollo importante en el campo del tratamiento de los heridos y enfermos por causa de los combates, debido a los nuevos métodos bélicos utilizados. Además, fue el acontecimiento que, definitivamente, asentó la neutralidad y la inmunidad de los sanitarios, y de instituciones como la Cruz Roja, “que fue fundamental en esta guerra” (afirma Francisco Javier Castro, enfermero de Salud Mental y presidente de la Asociación Canaria de Historia de la Profesión Enfermera), que entraban en el conflicto para desempeñar su trabajo.

El contexto histórico: el papel de la mujer en la Primera Guerra Mundial

La Primera Guerra Mundial, conocida como la Gran Guerra hasta el estallido de la segunda (1939-1945), fue el conflicto que mantuvieron las potencias europeas, principalmente los imperios alemán, austrohúngaro y otomano, por una parte, y Francia, Rusia, Reino Unido, Italia y, posteriormente, Estados Unidos, los países aliados, por otro, desde 1914 hasta 1918.

“La mujer fue protagonista importante en este periodo histórico”, afirma Francisco Javier Castro. A pesar de las circunstancias de la época, con una Europa socialmente atrasada, “en la que ellas estaban dominadas por el hombre”, y unos Estados Unidos algo más avanzados, este es el momento en el que la mujer “se quita el corsé”, destaca este enfermero. En estos años, la mujer empieza a estudiar y a incorporarse al mundo laboral, aunque con unas condiciones peores que las de los hombres, “y sin dejar de lado las tareas del hogar”, comenta este enfermero. “Yo recuerdo fotos de empleadas cosiendo en lugares de trabajo, y con la cuna al lado”, afirma.

Todos estos factores tienen un impacto directo en el desarrollo de la Gran Guerra puesto que, mientras los hombres se marchan al frente a combatir en las trincheras, son ellas las que se quedan en sus países de origen, a cargo de las fábricas y elaborando las armas para que los soldados puedan seguir combatiendo. “De hecho”, concluye Francisco Javier, “las industrias inglesas continuaron funcionando en la Primera Guerra Mundial gracias a las mujeres o, por otro lado, después de la Segunda Guerra Mundial, son las mujeres las que levantan Alemania”.

La labor enfermera: cómo abordar nuevas enfermedades en la trinchera

Para conocer los avances tecnológicos que marcaron la profesión enfermera en la Primera Guerra Mundial hay que remontarse a conflictos anteriores. Por ejemplo, las guerras napoleónicas cuando Dominique-Jean Larrey desarrolló las ambulancias, “un adelanto científico importantísimo que se retomó posteriormente”, según palabras de este enfermero, o la Guerra de Crimea, en la que Florence Nightingale ayuda a diseñar los dispensarios hospitalarios móviles, en este caso, para el ejército inglés.

“En la Gran Guerra se consolida ese hospital, que se puede mover rápidamente, y que cuenta con salas quirúrgicas. En estos espacios, tanto médicos como enfermeras van a atender las diferentes dolencias que causa el nuevo armamento empleado en las batallas, como la dinamita, las granadas u otros artefactos que generan metralla”, explica, poniendo de manifiesto el peligro de las amputaciones y otras situaciones graves que provocaba la gangrena causada por estas armas.

Así, debido a la naturaleza de la Primera Guerra Mundial, que fue duradera, “una guerra sin razón, para hacer daño, porque hasta ese momento los conflictos se habían producido para conquistar algo”, señala Francisco Javier, las enfermeras, y el resto de profesionales sanitarios que prestaron servicio en el conflicto, debieron enfrentarse a una serie de patologías que nacieron con el desarrollo y la continuidad de la conflagración, prolongándose durante cuatro años.

“Los soldados pasaban mucho tiempo con la misma ropa, sin posibilidad de asearse, y en sitios húmedos, y esto desemboca en putrefacción en los pies”, afirma este enfermero cuando explica en qué consiste el pie de trinchera. De la misma forma, las enfermeras que formaron parte de los equipos sanitarios debieron atender a soldados afectados por diversos tipos de gases venenosos que posteriormente se prohibieron, y que producían quemaduras cutáneas y pérdidas de visión.

Además, debido al gran estrés al que estaban sometidos los combatientes, la Gran Guerra fue el origen de la denominada neurosis bélica, una patología por la que se daban casos de soldados que tenían parálisis, que se desorientaban, que desobedecían las órdenes… “debido a situaciones bastante traumáticas como ver a compañeros muertos por las bombas o las granadas y la dinamita. Mucha gente tuvo que regresar a su país porque era imposible que estuvieran en el campo de batalla. Las enfermeras atendían a personas que llegaban a perder la cordura”.

Enfermeras en la Primera Guerra Mundial: heroínas desconocidas

“Son mujeres que tenían una conciencia de valor social, de la importancia que tiene su profesión”, afirma Francisco Javier al explicar la labor de las enfermeras voluntarias, o enfermeras VAD (Destacamento de Voluntarios de Ayuda), aquellas que presentaban un certificado médico y alguna carta de referencia y, después de pasar una entrevista, empezaban a ayudar directamente en los campos de batalla. “No tenían unas funciones definidas, era difícil distinguirlas de las enfermeras. Fueron una pieza fundamental dentro de la enfermería de la Primera Guerra Mundial”, concluye.

De su trabajo da testimonio la enfermera Vera Brittain en su libro Testamento de juventud, de 1933, en el que expone sus experiencias como profesional en la Gran Guerra. “Habla incluso de que una de sus funciones era mantener el fuego de la cocina encendido, hacer la ronda para que los pacientes estuvieran bien, tener ollas con agua hervida por si había que hacer cualquier cura, preparar las comidas…”, subraya este enfermero. Asimismo, la obra de Brittain constituye una herramienta para conocer de primera mano las condiciones de trabajo durante el conflicto: el hacinamiento que sufrían los heridos en los barracones, con varios enfermos en la misma cama, los niveles de higiene… “cuenta incluso cómo les costaba hasta respirar”, concluye Castro.

De entre los nombres de todas las enfermeras que participaron en la Primera Guerra Mundial, podemos destacar dos por la relevancia de su labor. La primera de estas profesionales es Edith Cavell, de Bélgica, que mantuvo una red secreta para poder evacuar a soldados aliados para que no murieran en territorio prusiano. “La interrogaron, la engañaron para que confesara lo que estaba haciendo, y acabó fusilada”, cuenta Francisco Javier, destacando que se convirtió en una heroína belga, símbolo de valentía e icono de los aliados, a la que incluso “llegaron a componer cantos populares de homenaje en los que recitaban cómo había arriesgado su vida intentando salvar a la gente; intentando ayudar”.

Así, es necesario resaltar también la importancia de Sofía Casanova, enfermera española y esposa de un diplomático y noble polaco, que al estallido de la Gran Guerra se encontraba en Polonia. “Esto hizo que se implicara muchísimo en el conflicto, cuidando enfermos y heridos, en los hospitales, en la retaguardia…”. Gracias a su trabajo enfermero en la guerra, el zar Nicolás II de Rusia, el último antes de la revolución bolchevique, le concedió la Medalla de Santa Ana, “una condecoración de gran importancia” afirma Castro.

Además de estas dos mujeres, a las que este enfermero califica como “grandes desconocidas” a pesar de su labor, otro de los principales nombres de esta guerra, esta vez universalmente conocido, fue el de Marie Curie. La ganadora de dos premios Nobel, en Física y en Química, aunque no ejerció de enfermera como tal, puso en marcha el petit curie, una ambulancia con una máquina de rayos X incorporada en la que realizaba radiografías a los heridos para detectar fracturas o metralla. “Era ella directamente la que conducía la ambulancia donde estaba el aparato, para poder hacer placas. Y estamos hablando de una doble premio Nobel”, subraya este enfermero.

El trabajo de las enfermeras en la Gran Guerra

Principalmente, la labor diaria que desempeñaban las profesionales durante el conflicto era aplicar los cuidados básicos a los heridos que llegaban a los hospitales; además de proporcionar la alimentación, seguir las pautas de los cirujanos y generar un espacio lo más cómodo posible para los enfermos. “La enfermera siempre ha sido la que ha estado gestionando el funcionamiento de los hospitales dispensarios móviles, organizándolos. Se encargaba de que funcionaran”, apunta Francisco Javier.

La enfermería estuvo presente en todas las batallas y en todos los frentes de la Primera Guerra Mundial: “en todos los lugares cuidando a las personas. Estaban en primera línea, donde había que atender y cubrir las necesidades, hacer que las personas se sintieran bien, y sin sonrojo, cuidando, trabajando con las personas. Haciendo lo que había que hacer. Tenían implicación y la creencia de que había que cuidar y ayudar al que lo necesitara. Eso es lo que hizo la profesión enfermera: estar ahí”, concluye.

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