Relato enfermero: El drama de nuestros mayores

Viernes, 23 de julio de 2021

por diariodicen.es

Cuando iniciamos nuestra formación como futuros profesionales de enfermería, lo hacemos con mucha ilusión, alegría y sobre todo, muchas ganas de ayudar a los demás, de curar y de salvar vidas. Nadie nos prepara para afrontar la grave situación de emergencia sanitaria como la que estamos viviendo en estos momentos.

Nos encontramos inmersos en un tiempo de pandemia, en el que un enemigo invisible, un virus, ha sido capaz de poner patas arriba todo nuestro mundo. Este virus, llamado SARS-CoV-2, cuya enfermedad se conoce como COVID-19, nos ha robado un periodo importantísimo de nuestras vidas, ha provocado el hundimiento general de la economía, la desaparición de negocios, la pérdida de trabajos, la reducción de la capacidad adquisitiva de las familias, ha llevado a los hospitales casi al colapso, provocando situaciones tan complicadas que se ha estado a punto de perder el control.

Por si fuera poco, también nos ha privado de cosas importantísimas: los besos, los abrazos, las caricias, la cercanía, la proximidad personal, obligándonos a sustituirlas por distanciamientos, soledad, aislamiento y, sobre todo, por miedo, mucho miedo a lo desconocido, que puede, en el peor de los casos, llevarnos al final de la vida.

A la gran magnitud del problema que estamos padeciendo, hay que añadir que el grupo de población con el que este virus está siendo más cruel, azotándolo de forma muy agresiva, es el de nuestros mayores. Es una generación que no entiende nada de lo que está sucediendo a su alrededor. Ellos han sufrido lo suyo. Nacieron en periodo de guerra, la postguerra les llenó su juventud, luego, la, dictadura más de la mitad de su vida. Y cuando el tiempo iba avanzando, los años se iban sumando y pesando, llega la crisis económica de 2008, que obliga a muchos de ellos a compartir su modesta pensión con sus hijos y nietos. Cuando creían que ya nada peor podía suceder, llega este enemigo invisible que intenta masacrar a este sector de la población, que tanto ha sufrido a lo largo de su vida.

Como estudiante de Enfermería que soy, en la planta del hospital en la que realizo mis prácticas, debido a la complicada situación actual, llegan pacientes de diversas disciplinas médicas: digestivo, medicina interna, traumatología, nefrología, neurología, cirugía… No sé si me olvido alguna. El personal, de forma divertida, simpática y graciosa, lo denomina la ONU, por la gran variedad de patologías que se derivan.

Presencio el cambio de turno, en el que se explica la situación y necesidades de cada paciente. La planta está prácticamente al completo siempre, ya que las altas no tardan en ser ocupadas de nuevo. Enseguida me doy cuenta de que el ritmo de trabajo es trepidante, siendo en ocasiones, imposible parar para beber un poco de agua; sentarme ya ni me lo planteo.

Se acumula la organización de la medicación, toma de constantes, analíticas, pasar consulta con los médicos, prepara altas de enfermería, poner vías (un paciente se ha quitado la vía y hay que volver a cogerla nuevamente), preparar a los que bajan a quirófano, electrocardiogramas, y, a ser posible, dedicar un poco de tiempo a escuchar a los enfermos, ya que en ocasiones resulta más efectivo que la propia medicación.

Me voy a detener en la visita a una paciente mayor que se encuentra triste, alterada, aburrida, sola, algo desorientada, como consecuencia de haberla sacado de su entorno habitual. Me quedo con ella, un ratito, hasta que la medicación le hace efecto y se queda más tranquila. Empatizo mucho con ella, ya que me recuerda bastante a la situación vivida por una familiar a la que quiero mucho, que en el peor momento de la pandemia tuvo que ser hospitalizada, en soledad, acostumbrada a estar siempre acompañada de los suyos. Nosotros esperábamos a diario la llamada del médico para informarnos de su estado de salud con gran inquietud, nerviosismo, preocupación y, sobre todo, mucho miedo. Esa espera se convertía en un infierno. Cada vez que sonaba del teléfono, el corazón nos daba un vuelco, ya que en la distancia y, con las noticias tan negativas que nos llegaban a través de los medios de comunicación, esperábamos el peor de los desenlaces. Esta experiencia me ha servido para darme cuenta de lo diferente que es vivir el momento según te encuentres en uno u otro lado del escenario.

A continuación, vuelvo a visitar a otra paciente, de avanzada edad, que cuando fuimos a darle la medicación y tomarle las constantes, se encontraba algo triste, apagada, desanimada. Ahora la situación ha cambiado. La encuentro colgando el teléfono, con lágrimas en los ojos y cara de felicidad. La comento que ahora la veo mucho mejor, más alegre, más animada. Me dice que ha recibido la llamada de sus nietas pequeñas y, seguidamente, me cuenta un poco la historia de su vida: hijos que tiene, nietos, trabajos, recuerdos de su vida pasada.

Debido a esta complicada situación que nos toca vivir, en la que las familias no pueden acompañar ni realizar visitas a sus mayores enfermos hospitalizados, resulta muy necesario considerar imprescindibles los contactos telefónicos con su entorno familiar, ya que la soledad conlleva consecuencias muy negativas para ellos.

En otra ocasión, tuve que atender una de las tantas llamadas que se reciben en la planta diariamente. Se trataba de la hija de un paciente mayor, que residía en un geriátrico, muy preocupada, alterada y asustada, que desconocía la gravedad del estado de salud de su padre. Lo que más me impactó de esta situación fue que dijo que nadie más se iba a preocupar por él. En ese momento, lo primero que hice fue tranquilizarla, informarle de que su familiar no estaba solo, que el personal sanitario lo atendía de forma generosa y entregada. A continuación, tomé nota de los datos de contacto para que el médico la llamara para darle la valoración del estado de salud de su familiar.

En general, esta experiencia hospitalaria me ha servido para constatar que el trabajo de enfermería no solo consiste en suministrar medicación, hacer analíticas, poner vías, etc., se trata de un trabajo mucho más profundo y complejo. Se deben reforzar comportamientos, capacidades, favorecer la comunicación, practicar la empatía, dar confianza, desarrollar técnicas de escucha activa, tener paciencia, generar satisfacción, solidarizarse protegiendo a los más vulnerables, etc.; pequeños gestos con los que se puede llegar a más gente.

Lo mejor de este trabajo, es la gente que vas encontrando por el camino, saber que siempre vas a estar bien acompañada, aun en aquellos momentos en los que algo se escape a tu entender. Siempre habrá alguien que te tenderá la mano, te escuchará e intentará poner solución a la duda que se plantee. Aun en los peores momentos, siempre verás una sonrisa en las caras de las enfermeras, siempre dispuestas a ayudar, entregadas de forma generosa. Se trata de un trabajo muy especial, que intenta ser un apoyo, un vínculo entre familia y paciente.

Autora: Marta García Hinojal

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