Relato: Hoy es otra mañana

Martes, 29 de junio de 2021

por diariodicen.es

Hoy es otra mañana más yendo a trabajar en medio del caos que nos ha tocado vivir desde marzo. Suena raro decir que aquello que antes lo veíamos en un mundo de ficción a través de una pantalla se ha convertido en nuestra nueva realidad, donde hemos tenido que luchar día tras día con este nuevo virus… Pero poco a poco he de decir que estamos mejorando, ya que como bien sabemos el ser humano tiene la virtud y la capacidad de adaptación a cualquier cosa que nos pueda venir. Por eso, puedo decir que puede que veamos la luz al final del túnel por muy agotados y por mucho miedo que tengamos.

Desde que empezó la pandemia, me sentía capaz de afrontar todo aquello que me pudiera deparar el día, puesto que desde el inicio de esta nueva situación ninguno de los días es igual al anterior. Al igual que a mí, a muchos pacientes les está removiendo todos sus miedos internos y sus mayores temores ya que la soledad, en estos tiempos, nos hace recordar que las personas somos un ser vulnerable donde la falta de cariño y afecto ha hecho que las personas nos sintamos más tristes.

Profesional sanitaria con paciente | iStock
Profesional sanitaria con paciente | iStock

La mañana había transcurrido como otra cualquiera: unos cuantos controles de sintrom, unas glucemias y la cura a doña Dolores, una señora de 90 años que ya llevaba un par de meses conmigo… Pero no me podía imaginar lo que pasaría y cómo me afectaría cuando, lo que parecía un domicilio más a última hora del turno, se convirtió en todo un desafío.

-Buenos días Rodolfo soy su enfermera del centro de salud. Vengo a tomarle las constantes y a ver qué tal está su glucemia.

-Adelante, por favor, pase- me respondió con voz entrecortada.

Ya desde un primer instante pude darme cuenta de que algo raro estaba pasando y que había un ambiente un poco decaído en aquella casa, ya que el paciente mostraba un aspecto triste, cansado y un poco desalineado, algo no muy típico en él.

Tras realizarle las intervenciones necesarias y ver que todo estaba en orden le pregunté cómo se encontraba y se hizo el silencio. Le insistí nuevamente, ya que yo estaba para ayudarle en todo lo que fuera necesario, no solo en el aspecto físico, sino también en el psicológico. Muchas veces nos centramos en aliviar la parte física del paciente olvidando completamente uno de los puntos más importantes de una persona: el psicológico. Fue entonces, cuando Rodolfo se animó a hablar y se desahogó.

Comenzó a contarme cómo le estaba influyendo la nueva situación. Hacía escasamente un año que había perdido a su esposa, una mujer valiente que durante varios años estuvo luchando contra un cáncer de mama que consiguió acabar “con su preciosa sonrisa” (como decía el bueno de Rodolfo).

Pero eso no era todo, no pudo evitar derrumbarse mientras me seguía contando cómo durante ese último año, su mayor distracción (su trabajo), un bar que llevaba generaciones en su familia y que ahora, por culpa del coronavirus, se había visto obligado a cerrar con la incertidumbre de saber si iba a poder abrirlo de nuevo teniendo en cuenta también que era su única fuente de ingresos.

Y por si fuera poco, el hijo con el que trabajaba y que ahora estaba en el ERTE ni siquiera podía visitarlo por el hecho de que era diabético y no quería exponer a su padre al virus que tanto estaba condicionando sus vidas.

Me contó también que durante la estancia de su mujer en el hospital él era el fuerte, el que no mostraba debilidad frente ante la adversidad. No entendía cómo en ese momento no tenía ánimos para hacer las cosas más básicas, como ir a hacer la compra, cocinar, hacer cualquier actividad básica de la vida. Sin el bar, los paseos prohibidos y el poco contacto con el exterior, la situación se le estaba poniendo muy cuesta arriba. Se sentía incapaz de mantener la fuerza con la que había estado todo ese tiempo atrás.

A raíz de que su único entretenimiento se había visto anulado con estas nuevas medidas, Rodolfo se veía devastado con un ánimo decaído que le impide poder buscar una mera esperanza a la cual aferrarse.

Después de escuchar su historia, me tocó reponerme de todos los sentimientos que me había generado y tratar de ayudar en la medida de lo posible a Rodolfo.

Ideas como adoptar a una mascota, establecer contacto con sus parientes y amigos mediante videollamadas de WhatsApp… se me habían pasado por la cabeza para intentar solucionar el problema de la soledad.

Muchas veces no somos conscientes de cómo llevar nuestras situaciones internas a un segundo plano para disfrutar de todo aquello que nos da la vida; un simple perro, gato o cualquier animal que necesite de nuestra atención, cuidado y cariño puede hacer que nuestros más dolorosos sentimientos se evaporen, generando unos nuevos llenos de felicidad, amor y preocupación por nuestro nuevo mejor amigo.

A su vez le sugerí que una buena alimentación acompañada con ejercicio físico le ayudaría a distraerse y pensar menos en todo lo malo.

Tras escucharme y explicarle que todos estos eran unos pocos consejos que podía ir tomando, algunos les servirán y otros no, y que tendría que ser él mismo el que tenía que ir encontrando sus propios atajos y “triquiñuelas” para ir superando poco a poco la complicada situación en la que se encontraba y a la que le había llevado la pandemia. Obviamente iba a ser un proceso lento, no se arreglaría todo del día a la mañana, pero seguro que dentro de algún tiempo todo iría a mejor y le recordé que en todo momento podía contar con mi ayuda y servicio.

Este paciente me hizo recordar aquellas lecciones aprendidas durante la universidad en las que nos contaban que somos más que individuos a los que tratamos sino que somos un todo global, donde todas las partes son indispensables para el bienestar no solo del paciente que tratamos, sino de la persona que hay detrás.

Pasadas unas cuantas semanas tuve la oportunidad de volver a aquel domicilio que tanto me había impactado. Allí estaba Rodolfo nuevamente, abriéndome la puerta para que le tomara las constantes. Pero este día se respiraba un ambiente completamente diferente al de la anterior vez, su cara había cambiado, sonreía y hablaba con mucha más vitalidad. Esta vez me contaba que las cosas habían mejorado; ya podía abrir nuevamente el bar de acuerdo a las medidas que habían estipulado, la situación estaba resurgiendo. Además, a raíz de esto podía volver a compartir tiempo con su hijo en el trabajo y aunque no pudiera darle un abrazo o un beso podía volver a reírse con él como solían hacer antes.

En el tema de su mujer, el tema era más complicado por razones obvias, ya que desgraciadamente no podemos recuperar a quienes ya no están con nosotros, pero sí podemos tenerlos presente con nosotros recordándoles a través de los momentos bonitos que hemos vivido a su lado, sustituyendo los malos recuerdos por todo lo bueno vivido. Esto hace que podamos sobrellevar la situación de una manera más favorable para uno mismo.

Rodolfo me había transmitido que se sentía con más fuerzas, energías y ganas de vivir. A pesar de que la casa se hacía grande sin su mujer, tuvo la idea de adoptar un perrito que le acompañaba cuando volvía del bar. Esto hizo que volviera a sonreír, a querer salir a la calle y a volver a ver la vida de otra manera, con más ilusión.

Ser enfermera es saber escuchar y no solo oír, ser capaz de cuidar no solo tratar.

Autores:

Brenda Alessandra Fernández Araujo

Carlos Alonso Martín

Amaia Caro Alonso

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