Relato enfermero: El tiempo de la pandemia

Viernes, 26 de noviembre de 2021

por diariodicen.es

El tiempo que pasa sobre la hoja en la que escribo no es el mismo que pasa en la realidad. Por citar a Haruki Murakami en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo: “El tiempo no es necesariamente lineal, no es como poner muescas sobre una rama para que digas ‘esta marca pasó primero y esta otra marca pasó después o algo así’”. Las catástrofes o son tan fugaces que parecen eternas de tan rápidas o son tan eternas que cuando pasan parecen fugaces, parecen haber ocurrido ayer. Pero ya pasaron diez meses, como si hubiéramos engendrado un nuevo monstruo más mortífero, más letal, más contagioso.

En casa prendemos inciensos para verificar que no hemos perdido el sentido del olfato, tal vez es difícil distinguir entre un olor a lavanda u otro a cáñamo o rosa salvaje, pero sí sabes que el olor de la muerte es la anosmia, el no oler ni la deposición del gato, a quien de vez en cuando le gusta cagar en tu alfombra que dice Welcome to my sweet home.

Esto que escribo es un fluir de conciencia, una conciencia que se difumina hasta ser todas las cosas mientras dura la pandemia, hasta quién sabe cuándo. Hasta quién sabe dónde. Hasta que el virus llegue hasta la última isla, hasta alguna variante más contagiosa y más agresiva.

Hace poco vi un gráfico comparativo en YouTube que se titulaba “Segunda ola inminente, es oficial”. Ese gráfico representaba el número de casos acumulados de infectados con el virus del SARS-CoV-2 durante el primer mes del año 2021. Lo interesante de ese grafico es que esa segunda ola no era ola, sino más bien una línea que no tenía fin, que no tenía cúspide, que seguía creciendo y nunca alcanzaba un pico. Algún epidemiólogo se animó a decir que esta segunda ola no iba a tener pico si todo seguía como estaba, que no podíamos compararla con la primera ola, la que en el Perú comenzó en el mes de abril y terminó en septiembre del año 2020, porque esa ola sí tuvo una cúspide entre los meses de julio y agosto. Quedémonos con el gráfico de la primera ola, no les puedo negar que me hizo recordar cierto dibujo de un libro que leí cuando tenía nueve años, El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. El dibujo trataba de representar una serpiente que se un elefante, pero los adultos que lo miraban pensaban que era un sombrero, cuando en realidad era una boa digiriendo a un elefante durante seis meses; lo mismo que la duración de la primera ola. La serpiente en este año 2021 no termina de atragantarse con otro animal de mucha mayor envergadura, tal vez un mamut o un dinosaurio.

¿Cómo explicamos la primera ola y la segunda? Imaginemos que la primera trajo un muerto sobre la orilla y que la segunda regresa y toma impulso con ese despojo de humanidad y en vez de un cuerpo, de aproximadamente 65 años, casi adulto mayor, ahora trae diez cuerpos más: seis adultos maduros y otros tres adultos jóvenes que no pasan de los 40 años, todos ahogados, todos cianóticos y con los ojos abiertos mirando el infinito de la muerte. Pero falta un cuerpo. No sabemos de quién es ese cuerpo, puede ser de cualquiera.

Imaginemos ahora que esos muertos están dentro de bolsas negras, pero a todas las bolsas se les ha despegado el sticker del nombre. No sabes quién es quién, pero te han dicho que uno de ellos es tu tío y entonces comienzas a buscar en cada bolsa, pero ya los muertos están irreconocibles y entonces solo te queda enterrar a todos los muertos como si todos fueran tu tío, como si todos fuéramos los muertos. Y entonces se me vienen a la cabeza todos los muertos por falta de ventilador en esta pandemia, todos esos muertos con su rigidez marmórea y sus posiciones extrañas, con esa inevitable mirada que te traspasa, por más que uno trata de no mirarlos directamente a los ojos porque parece que te perdieras dentro de sus pupilas, parece que el tiempo se volviera más lento, como si fueras atraído hacía un inmenso agujero negro, y después de mirar esos ojos que no miran pero que traspasan tus ojos parece que salieras con algunos kilos de tristeza sobre el alma. Parece que fueras vomitado a esta realidad, y la realidad a veces da náuseas. Y entonces se me vienen a la mente todas esas recetas de farmacia del seguro integral de salud donde uno tiene que especificar todos los litros de oxígeno que se consumen por paciente cada 24 horas. ¡Porque todo cuesta! El oxígeno que respiras tiene un precio, la bolsa hermética para cadáveres tiene un precio, esta mascarilla que se incrusta en mi tabique nasal tiene un precio, la vida tiene un precio. Ni la muerte es gratis.

Soy licenciado en Enfermería desde hace diez años. A inicios de mi carrera pude dedicarme a la docencia por el lapso de tres años en la filial de la escuela de Enfermería de la Universidad del Centro en la ciudad de Junín, donde ingresé como jefe de prácticas y terminé siendo docente a tiempo completo. Muchos de aquellos estudiantes ahora son mis compañeros de trabajo en el área COVID del Hospital Carrión en Huancayo. Algunos de ellos me han recibido el turno durante la primera ola, con dos de ellos hemos cerrado el quinto piso a fines de septiembre del 2020 por la bajada de casos. Ahora, a fines del mes de enero del 2021 y con una cuarentena obligatoria de 15 días hasta el 14 de febrero, existe la misma posibilidad de recibirle el turno a uno de mis exalumnos y de contraer la nueva variante.

Ahora que el tiempo ya pasó, ahora que ya pasaron las horas complementarias de noche, cuando escribías con lapicero rojo el diagnóstico de enfermería 00147: Ansiedad ante la muerte, del Dominio 9, de la Clase 2: Respuesta de afrontamiento. Ahora que el riesgo de impotencia se convierte en impotencia y se aplica a nosotros mismos. Ahora que sabemos que esto es una guerra, pero no sabes de dónde vienen los proyectiles microscópicos.

A lo mejor pareciera ser menos terrorífico que una de esas guerras del siglo XX donde las bombas salían disparadas de algún avión bombardero en plena madrugada, pero tú sabías que iban a caer las bombas porque sonaba la alarma para esconderse en el refugio antiaéreo y así estuvieras escribiendo tus memorias a la luz de una vela te tenías que ir al refugio en el subsuelo de la ciudad. En esta guerra es difícil saber quién es la bomba; es decir, si alguien infectado con el virus se para en medio del mercado y se pone a gritar con las mascarilla en el cuello es como si esa persona se convirtiera en una ametralladora de aerosoles, y los aerosoles despedidos como una bala, que en este caso son millones de millones de virus, te alcanzan y uno mismo se convierte en otra bomba dentro de tres días. Uno mismo ya es un arma biológica, un asesino silencioso y llegas a tu casa y disparas sin querer contra tu esposa, tus hijos y tu padre y así seguimos con la secuencia de balas perdidas. Nadie se muere, pero tu padre termina en el hospital desaturando a los diez días y le dicen que 50% de su pulmón está comprometido y que lo tienen que hospitalizar y le ponen una máscara de reservorio y tú ni te acuerdas de que hace diez días te contaminaste en un mercado ni de que compartiste el almuerzo con tu jefe en el trabajo y tu jefe igual se fue a su casa y contaminó a su familia.

¿Y ahora? ¿Qué hacemos con el ahora que nunca llega?

Autor: Albert Nierls Estrella Ureta

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