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Educare

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DICIEMBRE 2013 N° 10 Volumen 11

Crisis y dependencia

Sección: EDITORIAL

Autores

Jose Munsuri Rosado

Prof. Enfermería Pasiqiatrica y Salud Mental. Escuela Enfermería La Fe. Valencia.

Titulo:

Crisis y dependencia

Ante las elevadísimas tasas de desempleo, la bajada de los salarios, la pérdida de poder adquisitivo de las pensiones —que se agravará en los próximos años— y los recortes en todo el sector público de nuestro, ya antes, escuálido Estado del Bienestar, cabe preguntarse ¿qué va a pasar con los cuidados de las personas en situación de dependencia?

Según datos del IMSERSO, en España el 8,5% de la población presenta alguna discapacidad o limitación para realizar las actividades de la vida diaria. De ellos, más de dos millones son dependientes, pues necesitan ayuda de una tercera persona. Dentro del estado español, Murcia, Andalucía, la Comunidad Va­lenciana, Extremadura y Galicia tienen las tasas de dependencia más elevadas.

La popularmente conocida como Ley de la Dependencia (Ley 39/2006 de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia y a las familias), fue una de los mayores conquistas de nuestra legislación social, pues logró sacar a la esfera de lo público aquello que pertenecía al mundo de lo privado y familiar, haciendo que la obligación del cuidado de las personas en situación de dependencia fuera responsabilidad de todos como sociedad organizada. Desgraciadamente, en los últimos años su aplicación real se ha visto truncada y desprovista de los recursos que nunca llegaron a ser totalmente efectivos.

Los principales afectados por esta situación son, naturalmente, las personas con discapacidad ya sea sensorial, motora, psíquica o mental, los enfermos y ancianos frágiles, destinatarios últimos de los cuidados, pero no son los únicos.

Los centros de atención a las personas con discapacidad, las residencias de ancianos, centros de día, talleres ocupacionales e instituciones similares, difícilmente pueden mantenerse más tiempo con las deudas que acumulan con sus proveedores y que las administraciones públicas no son capaces de satisfacer. Además, los cuidadores y cuidadoras profesionales que conservan sus puestos de trabajo, en ocasiones no han cobrado sus nóminas desde hace meses, enfrentándose a un panorama laboral incierto y desalentador.

Otro drama no menor es el de las mujeres (el 84% de las personas que prestan cuidados lo son) que llevan a cabo el trabajo intenso, continuado e invisible de cuidar a otros: niños/as, personas enfermas, ancianos/as, personas con discapacidad y que por tradición, educación o compromiso asumen. Prisioneras de su rol de género, ni cobran la ayuda que contemplaba en algunos casos la ley, ni cotizan en la seguridad social, lo que facilitaría en ocasiones su normalización laboral tras el paso por esta larga etapa de cuidadora, pues en la actualidad no tienen un empleo, “tan solo” realizan un trabajo, aunque el noventa por ciento de las cuidadoras principales dice cuidar todos los días de la semana y en jornadas de ocho horas o más. Además, el 34,2% lleva más de ocho años cuidando.

Para terminar, no olvidemos tampoco a los cada vez más escasos cuidadores/as remunerados/as que aún prestan servicios en el domicilio de las personas ancianas. Son mayoritariamente inmigrantes, no formados adecuadamente para desempeñar su tarea (pero suplido, en muchas ocasiones, con una entrega y dedicación admirable) y con una relación laboral precaria e irregular, sin el salario adecuado al trabajo que desempeñan, ni los descansos que les correspondería disfrutar.

El mundo de la dependencia no puede ser sostenido por voluntariado ni exclusivamente por las redes familiares, necesita urgentemente una intervención social. Es fundamental una sensibilización y movilización de los agentes implicados, que aunque no nos demos cuenta, somos todos: cuidadores/as, trabajadores/as sociales, enfermeras/os, psicólogos/as, geriatras, educadores/as sociales, auxiliares de geriatría, médicos/as, colectivos de enfermos/as, asociaciones de personas con discapacidad, familiares, grupos feministas, sindicatos etc. No podremos hablar de dignidad, de justicia ni de equidad si no somos capaces de enfrentarnos a este grave problema social.