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Revista Matronas

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SEPTIEMBRE 2025 N° 2 Volumen 13

Sátira y debate en torno al man-midwife y la defensa de las matronas

Sección: Originales

Cómo citar este artículo

Plata Quintanilla RM, Díaz Ibarbia A. Sátira y debate en torno al man-midwife y la defensa de las matronas. Matronas Hoy 2025; 13(2):6-18.

Autores

1 Rosa Mª Plata Quintanilla, 2 Alba Díaz-Ibarbia

1 Enfermera Especialista en Enfermería Obstétrico-ginecológica (Matrona). Santander (Cantabria)
2 Enfermera Especialista en Enfermería Obstétrico-ginecológica (Matrona). H.U. Marqués de Valdecilla. Doctora en Ciencias de la Salud. Santander (Cantabria)

Contacto:

Email: rplataq@gmail.com

Titulo:

Sátira y debate en torno al man-midwife y la defensa de las matronas

Resumen

Introducción: el hombre-partero en Gran Bretaña fue un fenómeno del siglo XVIII, que tuvo sus inicios en Francia a finales del siglo XVII, y que desató una batalla entre las parteras tradicionales y estos nuevos asistentes, al ver ellas amenazado no solo su sustento, sino su reputación y su labor social. Sin embargo, este enfrentamiento no solo se libró entre los dos oficios, sino en la sociedad. Objetivos: analizar en profundidad el libro Man-midwidery dissected como crítica social a la introducción del Man-Midwifery en la Inglaterra del siglo XVIII. Contribuir a hacer historia de las mujeres demostrando el papel importante de las mujeres parteras en la historia de la obstetricia. Denunciar los mecanismos opresivos que permitieron este hecho a expensas de la desigualdad de género. Material y método: traducción y análisis del libro Man-midwidery dissected, en cuyo frontispicio aparece el famoso grabado satírico con el título A man mid-wife por el que se iniciará el análisis. Discusión: la asistencia de los men-midwives (varones parteros) basada en la superioridad de uso de instrumentos obstétricos no estuvo justificada porque la mayoría de los partos no necesitaba más que una asistencia profesional de parteras a las que les negaban la formación. El uso indiscriminado e innecesario de instrumentos, junto a la ambición y la ignorancia obstétrica, quebró muchas vidas maternas y fetales. A pesar de esto, creció el conocimiento científico en torno al parto, aunque excluyendo de la posibilidad de participación en este desarrollo a las parteras por una cuestión de género y la propia codicia de los parteros por un mejor estatus profesional, social y dinerario. Conclusiones: el vasto movimiento de cientificación, instrumentalización y medicalización del parto por los hombres excluyó a las parteras. Las parteras, incluso iletradas, tenían mayores conocimientos del parto que los recién llegados man-midwife. La vía de acceso de los hombres a la asistencia obstétrica fue a través de la infravaloración y difamación de las parteras y el uso de instrumentos obstétricos. Muchos de los comportamientos y las actuaciones de los primeros hombres accouchers, men-midiwives no soportarían el juicio-ética que se impone a las actuaciones, médicas. La carencia de formación y la mala instrucción de las parteras fueron las únicas causas de su inferioridad.

Palabras clave:

accoucher ; man-midwife ; instrumentos obstétricos ; Moral ; parteras ; parteros ; patriarcado ; sexualidad ; violencia de género

Title:

Satire and discussion around the "man-midwife" and advocacy for midwives

Abstract:

Introduction: in Great Britain, the “man-midwife” was an 18th century trend, which was initiated in France by the end of the 17th century, and started a battle between traditional midwives and these new assistants, as the former saw a threat not only for their income but also for their reputation and social work. However, this conflict was not only fought between both jobs, but also in society. Objectives: to analyse in depth the book “Man-midwifery Dissected” as a social criticism to the introduction of the man-midwife in 18th century England. To contribute to the history of women by demonstrating the important role of female midwives in the history of Obstetrics. To expose the oppressive mechanisms which allowed this fact at the expense of gender inequality. Materials and Method: translation and analysis of the book “Man-midwifery Dissected”, with the famous satirical engraving titled “A man mid-wife” in its cover, which will be the start of the analysis. Discussion: assistance by men-midwives (male midwives) was based on their superiority for using obstetric instruments, and not justified, because most births only required the professional assistance by midwives, who were denied training. The undiscriminated and unnecessary use of instruments, together with ambition and obstetric ignorance, broke many maternal and fetal lives. Regardless of this, scientific knowledge around delivery was increased, even though midwives were excluded of any potential involvement in this development, due to a matter of gender and the greed of male midwives in search of a better professional, social, and financial status. Conclusions: midwives were excluded by men from the vast movement of scientification, instrumentalization and medicalization of childbirth. Midwives, even if illiterate, had greater knowledge of childbirth than the recently arrived “man-midwives”. The route of access for men to obstetric assistance was through the underestimation and defamation of midwives and the use of obstetric instruments. Many of the behaviours and actions of this first accoucheurs and men-midwives would not pass the ethical judgement currently imposed on clinical actions. Lack of training and poor education in midwives were the only causes for their inferiority.

Keywords:

midwives; male midwives; accoucheur; man-midwife; obstetric instruments; moral; sexuality; gender-based violence; patriarchy

Introducción

La historia médica muestra consistentemente que las mujeres estuvieron ampliamente excluidas de la medicina hasta la segunda mitad del siglo XIX debido a barreras académicas. Este obstáculo provocaría que, en el siglo XVIII, las mujeres se vieran desafiadas por el rol femenino más tradicional de la historia: la partera.

Hasta los siglos XVII-XVIII el parto era un evento social y ritualista centrado en la comunidad, donde la gestión de los partos estaba a cargo de las mujeres y la sala de partos era un espacio exclusivo para ellas. No existía ningún tipo de regulación profesional que se conozca hoy en día, y estas profesionales eran formadas principalmente por parteras en ejercicio, fundamentalmente.

El hombre-partero en Gran Bretaña fue un fenómeno del siglo XVIII, que tuvo sus inicios en Francia a finales del siglo XVII. La invención del fórceps obstétrico brindó a los médicos la oportunidad de atender partos difíciles, a los que a menudo recurrían las parteras tradicionales si surgían complicaciones, como un parto obstruido. Esto, sumado al creciente conocimiento de la anatomía del embarazo y las enfermedades ginecológicas, brindó a los hombres una forma creíble de menospreciar a la partera tradicional, insistiendo en que el conocimiento y el instrumental médico (en manos exclusivas de los hombres) significaban que eran las "manos más seguras" [1].

Si bien los hombres dominaban la literatura académica sobre el parto, la mayoría de los nacimientos seguían siendo atendidos por parteras. Sin embargo, el control de los escritos permitió a prominentes parteros socavar aún más a la partera tradicional al publicar casos que habían atendido. Muchos de estos casos involucraban una situación en la que el partero "salvó la situación" y la partera era retratada como ignorante, supersticiosa e imprudente. Incluso el prominente partero William Smellie, quien a menudo trabajaba junto a parteras tanto en partos como en docencia, publicó estos casos en su Colección de Casos y Observaciones sobre Partería [2].

En 1726, en Edimburgo, la obstetricia se convirtió en parte de la enseñanza médica cuando el Ayuntamiento de Edimburgo creó la primera Cátedra de Obstetricia del mundo. Posteriormente, Thomas Young se convirtió en el primer profesor universitario de Obstetricia en Gran Bretaña en 1756, en la Universidad de Edimburgo. Young también contribuyó a establecer la enseñanza clínica de la obstetricia al crear una sala de partos en la Royal Infirmary de Edimburgo. Esto permitió que los médicos adquirieran experiencia en partos sin necesidad de competir con las parteras inglesas. También ayudó a eliminar cualquier resistencia a los hombres-partero y la barrera del pudor, ya que las mujeres tenían que aceptar ser examinadas y asistidas en el parto por estudiantes varones para poder acceder a la sala. En 1833, el profesor James Hamilton realizó una campaña y logró que la obstetricia fuera una asignatura obligatoria para obtener el título de médico en Edimburgo. El aumento de obstetras con formación universitaria garantizó que el hombre-partero ocupara una posición estimada en la comunidad médica [1].

La ética del conocimiento científico
William Smellie (1697-1763) contribuyó a promover y elevar el papel del partero mediante la publicación de un Tratado sobre la teoría y la práctica de la partería en tres volúmenes, que no solo explicaba claramente el mecanismo del parto, corregía numerosos conceptos erróneos y establecía normas sensatas para la práctica obstétrica, sino que también incluía ejemplos de casos de su propia experiencia al asistir a más de 1.500 partos. William Hunter (1781-1783), un anatomista escocés que pasó la mayor parte de su carrera en Londres y alumno de William Smellie, contribuyó a establecer la partería como disciplina médica mediante su estudio del embarazo [1].

Para 1755, circulaban rumores de que las mujeres del diario de Smellie, lo mismo que en el caso de Hunter, habían sido asesinadas. Recientemente (2010) ha vuelto a ponerse en cuestión su ética en un detallado estudio histórico, que concluía que ambos, motivados por el ego, la rivalidad personal y el deseo compartido de beneficiarse de ser aclamados como los principales médicos especialistas en partos de su época, sacrificaron vidas en su afán por estudiar los efectos físicos del embarazo y desarrollar nuevas técnicas, incitando al asesinato de docenas de mujeres, muchas de ellas en las últimas etapas del embarazo, para diseccionar sus cadáveres [3].

A lo largo del texto que se analiza se exponen muchos casos en los que queda al descubierto la falta de ética de muchos de los asistentes varones al parto, al anteponer también la vanidad de sus descubrimientos relacionados con nuevos instrumentales obstétricos, la falsedad de muchos de sus casos publicados, el desprecio hacia la vida de madres y fetos, la codicia profesional y económica y la sucia y desleal batalla contra las parteras.

Sexualidad y moral en la época georgiana
El fenómeno del hombre-partera (man-midwife en Inglaterra) se enmarca en la época georgiana (1714 a 1837), previa a la tan conocida victoriana; fue un periodo de transición hacia la modernidad del país, con avances en la industria, la ciencia y la cultura y en que las actitudes sexuales estaban cambiando, especialmente entre las clases altas. Esta etapa ya estaba marcada por un puritanismo exagerado y una tremenda represión sexual, que tendría el máximo apogeo en la era victoriana. Al mismo tiempo que se producía una infravaloración de la mujer, se la responsabilizaba de todos los males sociales de la época y se la exigía sumisión absoluta al hombre. El matrimonio civil reducía el enlace religioso a un mero contrato entre dos partes en la que la mujer debía obediencia disciplinada y sumisión sexual al marido.

Hecha esta contextualización se podrá entender mejor la oposición social férrea a la manipulación de los hombres en los asuntos "íntimos de mujeres", la suposición (a veces cierta) de su lascivia facilitada y satisfecha por trabajar con la autoridad de erigirse en médicos de mujeres, la correspondencia y elección de mujeres modernas y/o reprimidas sexualmente de este tipo de asistentes; circunstancias que todas en conjunto consiguieron que los recién creados accouchers en Francia se expandieran por el resto del mundo. Los hombres aceptando esta "moda beneficiosa" porque así lograban su objetivo de salir de la consideración ínfima de cirujanos para ascender a profesionales reputados de la esfera de la medicina, con garantía de mayor prestigio social y poder adquisitivo.

Objetivos

  • Poner de relieve la crítica social por la introducción de los hombres (man-midwife, accoucher) en el arte de partear ayudados por sus instrumentos obstétricos. 
    De otra parte, pretendemos contribuir a hacer historia de las mujeres buscando el enfoque histórico crítico con la historia tradicional, fundamentalmente en este campo, recuperando el papel de las mujeres en la historia de la obstetricia, un papel ocultado por los mecanismos que ha desarrollado históricamente el patriarcado.
    Denunciar los mecanismos opresivos que permitieron este hecho a expensas de la desigualdad de género.

Material y método

Traducción y análisis del libro Man-Midwifery dissected [4] en cuyo frontispicio aparece el famoso grabado con el título A man mid-wife, que representa una sátira del recién creado partero varón y sobre el que se ejercía una fuerte crítica social que prevaleció hasta entrado el siglo XX, contra su introducción en el mundo de la asistencia al parto, tradicionalmente femenina hasta el momento.

Analisis y discusión

El dibujo
En la edición original de 1793 sobre la que se ha trabajado, depositada en el Museo Británico y digitalizada por Google Books, el dibujo no está coloreado y en su borde superior consta el lugar y la fecha de publicación del editor y autor del libro con la dirección de su negocio: LonnPub. June 15 1793, by S W Fores Nª3 Piccadilly.

Existen numerosas copias de este dibujo coloreadas a mano la mayoría de ellas, como la depositada en el Museo Británico [5], donde se expone inclusive una copia grabada al aguafuerte con gran precisión por otro artista [6]. El tamaño del libro, según la descripción de las medidas de los anteriormente mencionados grabados (Alt. 25,1 x 20,5 cm y Alt. 26,6 x 20 cm respectivamente), sería de bolsillo; el grabado endosado, dado que se observa una marca longitudinal, se infiere que era un desplegable que sobrepasaba el ancho de las hojas de la obra. 

Centrándonos en el dibujo que antecede la obra [4], la mitad izquierda representa un despacho o consulta médica con un hombre elegante, vestido según la moda de la época, blandiendo una palanca (de Lowder) para extraer los fetos, un elemento que ya por la época se había hecho distintivo en la neófita práctica de asistencia a los partos por los hombres. En Francia, desde donde se expandió el uso de la asistencia masculina a los partos, ya habían acuñado nueva denominación para los varones introducidos en el arte de partear: accoucher, no así en Inglaterra.

Se puede leer: "Un hombre medio mujer (o, en un juego de palabras, un hombre-matrona aludiendo al término midwife con que se nombra a las matronas en inglés) o un animal recién descubierto que no se conocía en la época de Buffon. Para una descripción más completa de este monstruo, ver un libro ingenioso recientemente publicado, precio 3/6 (3 peniques y 6 chelines), titulado Man Midwifery dissected (Hombre partera diseccionado), que contiene una variedad de casos bien autentificados, esclareciendo las propensiones de este animal a la crueldad e indecencia, vendido por el editor de este grabado, que ha presentado al autor lo anterior como frontispicio de su libro". En algunas otras imágenes revisadas aparece este texto firmado por el caricaturista, con fecha de 13 de junio de 1793, en la edición analizada, se desconoce si originalmente no fue firmada o por problemas en la digitalización no aparece.

El Buffon al que se hace referencia en el pie del grabado era Georges-Louis Leclerc, Conde de Buffon (1707-1788), un naturalista, matemático y autor francés del que se llegó a decir que "fue el padre de todo pensamiento en historia natural en la segunda mitad del siglo XVIII” [7].
Continuando con la descripción pormenorizada del dibujo, se observan dibujados en los estantes superiores del despacho médico los instrumentos obstétricos descubiertos hasta el momento: fórceps, tijeras y gancho romo. 

La desproporción del tamaño de estos instrumentos en comparación con la imagen del partero es grande, por lo que se deduce que el dibujante quería poner de manifiesto con esta discordancia que la práctica de estos recién llegados profesionales al arte de partear se centraba en estos instrumentos que se convirtieron en su arsenal "terapéutico", en comparación con las parteras que solo podían utilizar sus manos. 

En los estantes inferiores se ven distintas botellas: Love Water (agua de amor), crema de violetas, Eau de vie (aguardiente) y curiosamente una botella de cantáridas, un estimulante con supuestas propiedades afrodisíacas. Además de lo inaudito de esta colección de afeites personales entre los útiles de trabajo médico, la frase que utiliza el caricaturista debajo era "Este estante para mi propio uso", lo que induce a pensar que ya el dibujante acusaba indirectamente a los hombres-parteros de aprovechar su trabajo para seducir a las mujeres, antesala de las acusaciones del libro. En el suelo hay un mortero grande, utensilio esencial empleado para la preparación de fórmulas magistrales, y que hace suponer, por su gran tamaño, que indicaba también la potestad de los médicos de poder prescribir tratamientos a base de preparados medicinales, formulaciones que elaboraban los boticarios. Por contra, la acción de prescribir también a las mujeres les estaba prohibido, limitándolas al uso de plantas con conocidos, históricamente por ellas, efectos benéfico-medicinales.
En contraste, en la mitad derecha se ve una mujer (partera) con todos sus atributos femeninos, en cuya mano, su único "instrumento útil en el parto", presenta un pequeño recipiente que posiblemente fuera un pistero o elemento similar para ofrecer a beber agua a la parturienta durante el trabajo de parto. El dibujante esboza una escena doméstica y acogedora del hogar en que se llevará a cabo el parto: habitación alfombrada con una chimenea encendida para caldear el ambiente y sobre la que se calienta una cacerola de agua, elemento tal necesario y útil en los partos. En el estante de la chimenea, apenas se distingue una botella, un tarro, probablemente con ungüento para aliviar los esfuerzos y/o dolores de la parturienta, o incluso azúcar y/o sal que, junto a un limón, se intuyen podrían ser la base de preparación de una limonada para mantener hidratada a la mujer sometida a una intensa actividad física en la dilatación de parto y favorecer una dinámica uterina adecuada. De esta forma tan sencilla y paciente asistían los partos las parteras (Imágenes 1 y 2).

El autor del famoso dibujo
Esta caricatura o dibujo satírico analizado hace evidente la carga de ironía y exageración con el fin de criticar y ridiculizar el empleo de varones en la asistencia los partos, pero no solo esto, porque además intenta provocar una reflexión o cambio en la mentalidad de la sociedad que gradualmente iba aceptando esta injerencia en la asistencia a las mujeres. 

El dibujo fue realizado por Isaac Cruikshank (Edimburgo, 1764-1811), pintor, grabador, ilustrador y caricaturista escocés, conocido sobre todo por su sátira social y política que formó parte de la época dorada de la caricatura británica, y trabajó para editores y comerciantes de grabados importantes como Samuel W. Fores [8]. El artista muestra al partero como una especie de “monstruo” híbrido que intenta cruzar la frontera entre los mundos masculino y femenino. 

El editor
Samuel William Fores (1761-1838) fue un editor y vendedor de grabados inglés con una reconocida imprenta en el número 3 de Piccadilly, Londres, durante la época dorada de los grabados satíricos georgianos. Fores enfrentó procesos judiciales varias veces por la naturaleza presuntamente difamatoria de sus sátiras, que abarcan una amplia gama de estilos y temas políticos y sociales procedentes de los mejores caricaturistas de aquel periodo [9].

El cuerpo del libro
El libro del que la imagen previamente analizada, Man Midwifery dissected, fue escrito por Samuel William Fores (1761-1838) en 1793 bajo el seudónimo de John Blunt. 

El autor sorprende en la primera página de este, pues desvela sus intenciones y, de forma general, el contenido: Para el uso de parejas casadas y adultos solteros de ambos sexos. Contiene: una muestra del manejo de todas las clases de partos por parte de hombres y chicos-parteros*; también de sus prácticas astutas, indecentes y crueles. Instrucciones a los maridos sobre cómo neutralizarlos. Un plan para la instrucción completa de la mujer que posea talentos prometedores a fin de reemplazar la práctica de la partería masculina. Diversos argumentos y citas que prueban que la partería masculina es un mal personal, doméstico y nacional. 

Una curiosidad es la cita en esta página: Trust not yourselves, but the truth to know. Make use of ev´ry Friend, and ev´ry Foe. La cita pertenece a un verso del primer libro importante de poemas An Essay on Criticism (Ensayo sobre la crítica) de Alexander Pope, escritor inglés, aunque textualmente reza: Trust not your selves but you defects to know. Make use of ev´ry Friend, and ev´ry Foe, lo que vendría a decir: No confíes en ti mismo, ya que tus defectos los conoces. Aprovecha cada amigo y cada enemigo [10]. 

El razonamiento de Pope en este libro se basa en su visión de la naturaleza humana, donde el amor propio y la razón son principios clave. El amor propio puede generar orgullo y reticencia a reconocer las propias faltas, mientras que la razón puede ayudar a identificarlas y corregirlas. Al considerar las perspectivas de amigos y enemigos, las personas pueden comprenderse mejor y esforzarse por superarse, a través de sus interacciones pueden despertar emociones tanto positivas como negativas que revelan estos aspectos de uno mismo. 

Blunt, parafraseando a Pope, y acaso sustituyendo defectos por verdad, porque intenta exponer la verdad de la historia de la obstetricia, o al menos su verdad, intenta llamar a la conciencia social para que no se dejen engañar por los parteros varones, muchos de ellos sin apenas conocimientos obstétricos que sí atesoran las parteras, pero deslumbran con la supremacía social que exhiben al utilizar instrumentos obstétricos, no siempre inocuos para el parto, y en demasiadas ocasiones, "más por impaciencia que por necesidad y en contra de la naturaleza", critica el autor, los emplean en los partos normales. 

El libro se articula en torno a catorce cartas dirigidas por el autor a Alexandre Hamilton, médico escocés, cofundador de la Royal Society of Edimburgo y profesor de la escuela de partería de la Universidad de Edimburgo, que contribuyó a la creación de un hospital de maternidad en Edimburgo [11]. 

Blunt cuestiona muchas de sus cuasi dogmáticas enseñanzas obstétricas de sus libros de texto, así como su programa de formación en obstetricia para varones, ayudándose para el análisis de tal doctrina, de casos y textos de otros muchos autores contemporáneos: Osborn, Young, Smellie, Hamilton, Moorley, Dunam, Elizabeth Nihell, etc.

Estructura del libro
CARTA I. De interés para todos los adultos estudiar las líneas generales de la Obstetricia. Una nueva forma de considerar los partos.
CARTA II. Sobre la anatomía necesaria para ser conocida por todos los que practican la partería. 
CARTA III. Sobre el trabajo natural.
CARTA IV. Sobre la suficiencia de la naturaleza para lograr el nacimiento y cómo pocas veces es necesaria la ayuda artificial.
CARTA V. En partos que requieren asistencia manual.
CARTA VI. En los partos que requieren ayuda instrumental y en los partos fatales.
CARTA VII. Sobre el modo indecente de enseñar el matrimonio a los jóvenes.
CARTA VIII. Sobre el modo escocés de formar a los parteros masculinos.
CARTA IX. Sobre el comportamiento indecente de los acoucheurs, debido a la impropiedad de su educación obstétrica.
CARTA X. Sobre la ignorancia y la crueldad de algunos acoucheurs.
CARTA XI. Sobre la nueva especie de crueldad masculina, inventada en París (sinfisiotomia).
CARTA XII. Sobre la crueldad clandestina y cómo los maridos pueden prevenirla (palanca o vectis).
CARTA XIII. Sobre el mérito de la palanca del Dr. Lowder, y sobre la ineptitud de los cirujanos para el ejercicio de la partería en los partos naturales.
CARTA XIV. Sobre la principal causa de la ignorancia entre las parteras. Un plan para formarlas completamente, a fin de superar la necesidad de la práctica masculina: comentarios, argumentos y citas para probar que la partería del hombre es un asunto personal, doméstico y un mal nacional.

En el prólogo, explica la existencia de las parteras en la historia y la introducción gradual de los varones en el arte de partear justificada por la moda francesa: 

"Generalmente se cree que la partería estuvo totalmente en manos de mujeres desde la creación hasta el diluvio, pues el primer historiador sagrado ha registrado varios casos manejados por parteras tan pronto como la tierra fue repoblada; particularmente el nacimiento de los mellizos, Esau y Jacob, y Pharez y Zarah.

Tampoco parece que los hombres practicaran el arte en Oriente durante dos mil años después del diluvio, ya que no existe tal relato ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. ¿Y por qué se registra la práctica de las mujeres y no de los hombres? Este puede ser un ejemplo que debe ser seguido por todas las naciones cristianas. Parece ser una idea entusiasta; quienes así lo piensen tienen la libertad de rechazarlo; yo ofreceré otros argumentos contra la partería masculina, que pueden parecerles más potentes.

Es muy extraño, sin embargo, que la práctica masculina es alentada solo entre los cristianos, mientras que las naciones cuyo único guía en esto es la luz de la razón, nunca la han tolerado; y no parece que los hombres hayan practicado nunca el arte (en casos naturales) hasta finales del siglo XVI, cuando los cirujanos, en París, se las arreglaron para tener acceso frecuente al Hotel Dieu, donde obtuvieron un mejor conocimiento del Arte que sus predecesores tenían. 

Por la ligereza y versatilidad de las mujeres francesas, no debemos sorprendernos de que fueran las primeras en admitir en la práctica a los hombres, como los maridos franceses; Sterne (clérigo y escritor irlandés) y otros que han delineado su carácter, nos muestran que son demasiado "políticos" para darse cuenta de las relaciones sexuales de sus esposas con otros hombres, siempre que no sean de naturaleza criminal. Gradualmente, la partería masculina llegó a este país, donde ahora aparece en su cenit".

A continuación, el autor, y siempre dirigiéndose y enmendando al Dr. Hamilton, narra los objetivos de su manual: 
1º Describir brevemente la pelvis y su contenido.
2º Explicar cuatro clases de trabajos.
3º Averiguar si su manera y la de sus colegas de instruir a los alumnos varones es consistente con la decencia.
4º Mostrar qué efectos produce tal educación.
5º Indagar si la práctica de los parteros varones (cuando los instrumentos no son absolutamente necesarios) es consistente con la seguridad.

En sexto y último lugar, indagaré por qué hay tan pocas buenas parteras; ofreceré un plan para su mejor instrucción y probaré que la partería masculina es un mal personal, doméstico y nacional.

Como ilustración de mis argumentos tendré ocasión de presentar muchos casos sorprendentes, he insertaré unas cuantas inferencias y comentarios verosímiles de paso, a pocas parejas casadas, cuánto se les impone y cómo prevenirlo en el futuro".

Aclara al Dr. Hamoilton la introducción de conceptos obstétricos innecesarios para los versados en la partería, adultos profanos, mujeres y hombres que, a su juicio, es importante que tengan nociones mínimas de estos para conocer el parto y la seguridad en el mismo: "Siento molestarle con los dos primeros apartados, ya que están diseñados para el uso de aquellos que no hayan estudiado partería, como percibirá por mi cuidado en explicar o evitar términos anatómicos y técnicos; para que todo lector atento, así como los accoucheurs, puedan juzgar si mis sentimientos están en consonancia con la razón y el sentido común.

De hecho, a menudo he pensado que los adultos de ambos sexos deberían saber un poco de obstetricia antes de casarse, y preferiría mucho más poner un sistema decente en manos de mis hijos que una novela, un romance o un juego que frecuentemente tratan de amoríos, seducciones inocentes, etc., y así inyectar el veneno más maligno en las mentes de los jóvenes: mientras que los libros que tratan de la práctica de la partería únicamente son tan apropiados para ser leídos por adultos, como lo son muchas partes de la ley Mosaica, y enseñarán a los hombres cómo juzgar si sus esposas son tratadas con decencia y decoro por sus operadores; enseñarán a las mujeres a ser más útiles entre sí y cómo comportarse ellas mismas para promover su propia seguridad y comodidad durante la gestación, el trabajo de parto y el parto (...)”.

Llama la atención no solo la agudeza y el ingenio del autor sino también la crítica muchas veces ácida, pero no carente de verdad, como cuando explícitamente alude a la paciencia de las matronas a lo largo de la historia y su buen hacer sin instrumentos:

“¡Ah, señor, esa es la roca donde naufragan tantos bebés indefensos! Esa “esperar pacientemente” (en un parto prolongado) exige mucha abnegación en un hombre que es llamado para asistir a otro parto, donde espera buenos honorarios, especialmente si tiene en el bolsillo la palanca del Dr. Lowder para presionar la cabeza.

Estoy convencido, señor, de que si los parteros hubieran estado de moda durante la esclavitud, el éxodo y los viajes de los israelitas por el desierto, habríamos visto un relato muy diferente de su inmenso número; todos ellos fueron traídos o, mejor dicho, recibidos al mundo por mujeres que se vieron obligadas a esperar con paciencia, sin contar con instrumentos para llevar adelante el parto. No digo que nunca sean útiles, pero sus dos compatriotas han demostrado que rara vez ocurre”.

Plan para desbancar a las parteras de la asistencia obstétrica
En estas primeras cartas, Blunt va exponiendo de forma cruda, amparado en el derecho a la libertad de prensa, el business articulado por los hombres para acceder al terreno obstétrico: difamación, embustes, impostura, descrédito, maledicencia y falsedad hacia las parteras, desde una consideración inferior de las mujeres en general y en particular de las parteras, incluso las que tenían formación ("solo son mujeres"); corporativismo profesional de los varones aspirantes unido a su autopredicamento, vanidad y una descarada pomposidad que no justificaba los conocimientos en el arte de partear de estos neófitos en esta asistencia, son otras de las consideraciones con que les define a los hombres parteros. 

También les acusa de utilizar subterfugios, cuando no engaños y extorsión a las mujeres, para sembrar el miedo a su asistencia por parteras, basándose en su superioridad profesional por el mero hecho de utilizar instrumentos obstétricos, como demostrará el autor, hasta el abuso del poder que les otorgaron estos instrumentos, al ser utilizados en cualquier ocasión, causando mutilaciones fetales y muertes de madres, no siendo necesarios en la mayoría de los partos ("siendo suficientes las fuerzas de la naturaleza para la expulsión del feto (sin la menor ayuda) 99 veces de cada 100"):
"... se han causado grandes daños desde que la obstetricia masculina se generalizó, debido a la ignorancia e impaciencia de aquellos profesores que erróneamente imaginaron que sus instrumentos debían usarse en todas las ocasiones, ya fueran los partos naturales o difíciles" (Imagen 3).

Habla de avaricia, codicia y usura en el proceder de estos parteros que buscaban su clientela entre las clases adineradas ("la falacia de los parteros, quienes constantemente instan a las mujeres ricas a no usar a su propio sexo para dar a luz fingiendo que ninguna mujer está segura en sus manos porque no entienden anatomía") mientras necesitaban practicar con las pobres de instituciones hospitalarias, necesariamente en creación, para la asistencia a los partos de las desfavorecidas y sobre cuyos resultados nadie les exigiría responsabilidades. Reprocha que por dinero profesores de partería dieran instrucciones escasas e incompletas a las mujeres que asistían a sus lecciones para su formación, y su desmedido interés por el brillo social, personal y profesional.

La partería en Gran Bretaña fue un oficio mayoritariamente femenino hasta alrededor de 1720, y la cirugía, también oficio porque no era considerada parte de la medicina, de práctica exclusivamente masculina. Los cirujanos en la asistencia al parto solo se emplearon previamente en casos extremos para extraer un feto, generalmente mortinato, tras un parto prolongado y fallido. La irrupción de los parteros (man-midwife en Inglaterra) conllevó, como vía de, hoy diríamos, marketing de su marca, la crítica más feroz a las prácticas tradicionales de la partería ejercida históricamente por mujeres, denigrando la experiencia natural de estas en materia de embarazo y parto, y enfatizando las ventajas de la recién implantada instrucción anatómica y fisiológica, restringida al aprendizaje de las mujeres en general, así como el uso de instrumentos obstétricos.

Todo ello devino de la moda impuesta desde París, aunque hay que matizar que los accocheurs franceses, muchos cirujanos franceses que llegaron a obstetras para esas fechas, ya se formaban en las maternidades de la capital de Francia de la mano de grandes matronas. 

La evidencia ha probado que la paulatina introducción de los hombres a finales del siglo XVI en el terreno asistencial de la obstetricia, vetado para ellos durante siglos y también por ellos despreciado, necesitó de una campaña orquestada para lograr su fin: relegar y desprestigiar a las parteras que desde el inicio de los siglos habían tenido encomendada esa labor entre y para mujeres. Combatir al enemigo (parteras), lo hicieron bien los hombres confiados en su superioridad intelectual y social y ayudados por el uso de instrumentos que fueron desarrollando y cuyo manejo fue prohibido a las parteras.

Conclusiones de las Cartas III-V
Blunt, tras la exposición de ejemplos y reflexiones relacionados con los temas elegidos en el índice para estas cartas y a modo de resumen, relata una serie de conclusiones: 

Primera conclusión. Si ni siquiera un parto manual ocurre una vez en cien nacimientos, lo cual he comprobado con los escritos del Dr. Smellie, quien fue un gran defensor de los instrumentos, toda mujer modesta que desee preservar el afecto de su esposo y no tenga motivos para esperar un parto difícil, debería contratar a una partera experta en lugar de a un hombre, pues, aunque un esposo pretenda aprobar la práctica masculina innecesaria, no tiene una mejor opinión de su esposa por consentirla. Él sabe que puede haber muchas relaciones sexuales indebidas entre un partero y su paciente, cuando no existe una conexión criminal; sí, sabe que la partería es una práctica demasiado indecente para que los hombres la ejerzan (por muy decentemente que se desempeñen) cuando la dificultad no hace que la ayuda masculina sea absolutamente necesaria. Ningún esposo sensato puede tolerar el acceso a la persona de su esposa en común con parteros, hombres sombrereros y mantueros, etc. Por lo tanto, si las mujeres quieren inducir a sus esposos a cumplir sus compromisos matrimoniales, no deberían provocarlos a romperlos mediante una exposición desenfrenada e innecesaria de la parte más sagrada de sus personas a parteros; lo cual (que yo sepa) a menudo ha generado discordia en las familias, además de la perversa tendencia a dar un ejemplo tan pernicioso a las hijas adultas.

Segunda conclusión. Si las pobres nacen con facilidad gracias a las parteras, tanto en sus propias viviendas como en los hospitales de maternidad, aunque tienen muchos más trabajos sobrenaturales que las ricas, debido al laborioso ejercicio que se ven obligadas a realizar, toda mujer rica y modesta debería emplear su propio dinero, o avergonzarse de aparecer entre quienes lo hacen; especialmente si pueden permitirse mantener a un hombre de guardia, en caso de que surja alguna dificultad que la partera no pueda resolver, aunque generalmente hay tiempo suficiente para conseguir uno en tales lugares.
En nombre de la razón, que todas las instituciones de caridad empleen hombres para asistir a las mujeres pobres en sus partos, si las parteras no son tan seguras. Si así fuera (y la experiencia lo confirma a diario), que los ricos los emplearan y demostraran que la generación actual es tan modesta como nuestras bisabuelas, quienes nunca buscaron un hombre, salvo en casos difíciles. Un partero es un animal inaudito en nueve décimas partes del mundo.

Tercera conclusión. Si las parteras hábiles son capaces de gestionar 99 de cada 100 casos, ¿no es lamentable que haya 99 parteros hombres por cada partera? Y que el número de profesionales masculinos siga aumentando, tanto que cinco nuevos (algunos hombres y algunos niños) han surgido en una calle cerca de mi casa, a menos de 200 yardas uno del otro, durante los últimos meses.
Así, muchas mujeres se ven (en cierta medida) obligadas a emplear hombres, en contra de sus inclinaciones, porque hay muy pocas parteras hábiles, especialmente en el campo, y no soy partidaria de los ignorantes, como tampoco de las parteras ignorantes, de las que abunda Inglaterra.

Cuarta conclusión. Si la partería masculina es un empleo indecente y afeminado, cuando es innecesaria, todo partero que se gana la vida con ello debería ser considerado perjudicial, en lugar de útil, para la sociedad; pues, aunque la moda sanciona su oficio, ni la razón ni el sentido común pueden justificarlo.

Quinta conclusión. ¿Acaso los maridos que se conforman con que sus esposas sean manipuladas innecesariamente por parteros masculinos no son dignos de ser coronados con orejas de asno, aunque no tengan derecho a cuernos de cornudo?

Sexta conclusión. ¿Es falsa o genuina la modestia de aquellas mujeres que emplean a hombres para asistirles en partos fáciles, en lugar de a parteras expertas que (saben) han ayudado a nacer a muchas de sus vecinas más modestas con facilidad? Cabe recordar que estas inferencias no se aplican a las mujeres que no pueden conseguir una buena partera o que tienen partos difíciles; ni tampoco a los maridos de esas mujeres.

Séptima conclusión. ¿No es deber de todas las mujeres modestas y sus esposos unir esfuerzos para abolir esta práctica indecente, procurando establecer y apoyar una institución para la instrucción de practicantes femeninas que puedan ayudar a mujeres pobres a salir gratis durante la última etapa de sus estudios? Así, la caridad y la modestia se apoyarían y promoverían al mismo tiempo.

Conclusión final. Siendo las mujeres (cuando reciben la instrucción adecuada) tan capaces de manipular a un niño como los hombres, ¿no son esos maestros del arte, que cobran 12 guineas por cada alumna y no les enseñan a manipular, culpables de todos los perjuicios que se producen como consecuencia de su ignorancia?

Conclusiones de las Cartas VI-XIII
A lo largo de estos escritos se trasluce el poco conocimiento, al menos escrito y difundido, sobre la asistencia a los partos en Inglaterra, cuando el propio autor, cierto que profano en la materia, da a entender que asistir un parto es tan sencillo como poner las manos y recoger el feto, por tanto de eso eran capaces las mujeres a pesar de su condición intelectual inferior. Se admite que el conocimiento obstétrico se empezó a desarrollar a partir del siglo XVII cuando los hombres decidieron entrar en este campo apoyados por su deseo de medrar en el mundo de la medicina y amparados por sus posibilidades como género dominante. Sin embargo, no fue debido en absoluto a la incapacidad de las mujeres su veto en este campo. Ya en la época, aunque pocas mujeres, por la dificultad de acceso a la formación, habían escrito libros fundamentales para la obstetricia: Lachapelle, Duges, Boivin, Cotencau, Ducoudray, etc. Además, demostraron no solo sus conocimientos anatómicos y fisiológicos del parto, como pocos lo hicieron después, basándose en estos libros y en su enseñanza práctica directa. 

Por eso en la carta VI arremete contra los instrumentos obstétricos que no son la panacea del conocimiento médico, aunque sí de su poder: “Sin duda, se alegra de que haya sido tan ingenuo al reconocer la incapacidad de las mujeres para tratar casos sobrenaturales, lo cual es un argumento a favor de la práctica masculina. Pero permítame suplicarle, señor, que suspenda su alegría hasta que nos volvamos a encontrar para tratar el tema en el quinto punto, donde demostraré que se ha causado mucho más daño con los instrumentos de hombres hábiles que con las manos o las omisiones de mujeres ignorantes, y también daré noticia de la ignorancia de los parteros y sus errores”.

Combate con energía la palanca o vectis de Lowder, el fórceps, la sinfisiotomía y cualquier uso instrumental innecesario; pone por ejemplo el comentario del Dr. O. (encubre deliberadamente la identidad del aludido para evitar problemas por el corporativismo profesional) que les cuenta “a sus colegas obstetras que ha sabido de grandes daños causados por el uso innecesario del vectis, y que cuarenta y nueve de cada cincuenta veces se usa de forma sumamente peligrosa, que algunos hombres lo han usado mil doscientas veces; y por supuesto, deben haber causado daños con él, o haberlo usado peligrosamente, mil ciento cincuenta veces, y que todos estos daños han sido causados por el vectis en manos expertas”. Y refuerza la idea: “nunca he oído hablar de parteras expertas que causen otra lesión que esperar pacientemente en partos prolongados y recurrir a la ayuda de un médico (no a un partero descuidado) aproximadamente una vez de 500 veces”.

Critica justamente la formación de los futuros obstetras: "Los hombres se conforman con apresurarse en una sola serie de conferencias, y algunas se conforman con las vagas pistas que dan los profesores de anatomía". Hombres parteros que, a esas alturas, proliferaban de forma incontrolable en Londres: "También creo que el uso de la palanca es ahora tan generalizado, dado que hay media docena o veinte parteros, hombres y jóvenes parteros, en casi cada callejuela de Londres y en cada pueblo del país".

El autor es especialmente cáustico con las mujeres que cambian la asistencia de una mujer partera por los cuidados de un hombre, afeando su conducta poco decorosa e insensata. Repetidamente alude a la responsabilidad del marido de no dejar sola a la mujer en la escena del parto si la atiende un varón, para salvar la decencia y honorabilidad de la mujer desconfiando de las intenciones limpias del partero.

Por otra parte, arremete con saña contra las maternidades (de caridad) en las que las mujeres eran objeto de estudio por parte de los estudiantes: "Como observé antes, muy pocas mujeres casadas virtuosas entran a estos burdeles obstétricos, de modo que a los hombres no se les puede enseñar la parte práctica de la obstetricia, sin tener prostitutas con las que practicar". Una constante en su texto es la importancia de que los maridos no dejen solas a sus mujeres en el parto cuando es asistido por un partero, y el terrible impacto de las exploraciones múltiples de los estudiantes permitidas por sus maestros sin la más mínima delicadeza y decoro: "¿Qué sentiría un hombre al enterarse de que alguien que no fuera médico estaba en la habitación de su esposa durante el parto, aunque supiera que no la había tocado? ¿No se abalanzaría sobre él y lo sacaría a rastras? ¿Será porque los parteros se han educado en hospitales, donde la decencia nunca se considera, donde las mujeres son examinadas por 30 alumnos juntos, y donde el director de ceremonias las descubre para mostrar el funcionamiento de sus instrumentos, como lo hizo el Dr. Smellie?".

Conclusiones de la Carta XIV: Formación para la idoneidad de las parteras 
Aun con el matiz ya adelantado sobre la consideración intelectual inferior de la mujer, reconoce sus conocimientos en el parto, sobre todo de las instruidas, y por la preservación de la virtud de las mujeres, algo fundamental en la época, reitera la idoneidad de las mismas en los asuntos obstétricos desechando a las ignorantes y malas parteras, por las cuales han generalizado la impugnación del oficio en sus manos. Por ello, y con vistas a un futuro obstétrico mejor, en Inglaterra diseña un plan amplio de formación teórico-práctico (tres años) e impone que las parteras ejerzan la cotutela el aprendizaje de la partería para mujeres. La propuesta de Blunt es, en sus palabras, "ofrecer un plan para la educación adecuada de las parteras y para prevenir la práctica de impostores ignorantes de ambos sexos:

1º Que se instituya una escuela de obstetricia lo más cerca posible del centro de Londres para la instrucción de parteras menores de cuarenta años, cuya reputación de valentía y afabilidad sea indiscutible; y cuya educación, constitución y talentos mentales sean prometedores para la profesión y no se admita a ninguna otra alumna.
2º Que estas reciban instrucción durante tres cursos de conferencias, a cinco guineas por persona, lo cual es con seguridad menos de la mitad de la experiencia habitual. Cada partera estará obligada a anotar los encabezados de las conferencias, para poder responder a cualquier pregunta razonable que le formule el conferenciante, a modo de catecismo obstétrico.
3º Todas las personas que estén bien calificadas para responder a todas las preguntas prácticas al final del segundo curso recibirán un certificado que las acredite como capaces de realizar todas las prácticas de obstetricia que no requieran la ayuda de instrumentos. Quienes (después de cursar tres cursos) no estén calificadas deberán asistir a otro curso, o completar la parte teórica del arte, antes de recibir un certificado.
4º Se les enseñará la forma, la cavidad, los diámetros, el eje, etc., de las pelvis bien formadas; así como los diámetros, los futuros huesos y las fontanelas de los cráneos fetales, los cuales se conservarán en la escuela para tal fin, junto con las pelvis perfectas y deformadas.
5º Se les enseñará la anatomía de la vagina, la uretra y la vejiga, el útero, el recto y el contenido del útero fecundado y desarrollado en una máquina (maniquí) que se asemeja a la naturaleza lo más posible, adaptada a una pelvis y columna vertebral reales.
6º Se les enseñará el uso del catéter.
7º Se les enseñará el crecimiento del útero grávido, desde la concepción hasta el parto, mediante placas grandes de Smellie o Hunter.
8º Durante su segundo ciclo de conferencias, atenderán a mujeres pobres en cualquier parte de la ciudad; y dos acudirán juntas a los partos, es decir, una que ya haya asistido partos irá con la que no lo ha hecho.
9º Se les enseñará el arte de partear en la máquina común. Las conferencias se recopilarán de los mejores autores y conferenciantes modernos; se leerán, no se dictarán de memoria; una parte será impartida por un médico experimentado y otra por una partera experta, según se determine más adelante, dependiendo de la naturaleza de cada conferencia, que tendrá una duración de aproximadamente una hora diaria, excepto los domingos; de modo que cada curso tendrá una duración de aproximadamente cinco semanas, incluyendo el tratamiento de las enfermedades de las mujeres embarazadas y en periodo de puerperio, y de los niños durante el mes.
10º La partera lectora atenderá estos casos difíciles que las alumnas no puedan atender; si se trata de un caso instrumental, la partera profesora lo atenderá.
11º El caballero contratado para impartir estas lecturas no deberá ser partero de profesión, para que su propio interés no le impida impartir las instrucciones necesarias a las alumnas.
12º Cada suscriptor anual de esta institución recibirá dos boletos por cada guinea, que darán derecho a dos mujeres casadas pobres a dar a luz en sus propios domicilios".

Como muchos años después hizo A. Delacoix desde Francia, país que contó con las primeras escuelas de matronas, grandes figuras de la partería, parteras y maestras de los accouchers, Blunt defiende la importancia de las matronas que empezaron a ser relegadas antes que ninguna otra por la incipiente moda de la asistencia de los accouchers. En justicia escribió para resaltar la importancia de la profesión de matrona, bajo tres premisas: que se admitiera que esta profesión era necesaria e indispensable con la constitución social, que en principio las matronas eran aptas para comprender y resolver las cuestiones más elevadas de la ciencia y que solo la carencia de formación y la mala instrucción eran las únicas causas de su inferioridad:

“La utilidad y la importancia de las matronas no se deriva solo de los servicios manuales que ellas pueden aportar, sino, además, de una consideración moral que las almas menos susceptibles no sabrían despreciar; ¿por qué el derecho de imponer a un sexo los socorros del otro en el caso del nacimiento?, ¿quiénes son las mujeres que iniciarían a los hombres en los misterios de sus partos, si ellas pensaban que hubiera paridad de conocimiento científico y experimentación entre las matronas y los parteros?" 

Si el oficio de matrona se limitara a cuidados de humanidad, esta profesión no tendría derecho a otra consideración que la que le otorgara el reconocimiento personal, pero cuando este oficio es la aplicación racional de conocimientos especiales, constituye una profesión privilegiada, que es del dominio público y, consecuentemente, debe tener el rango de sus funciones que le asigna la naturaleza y marchar de frente con todas las que contribuyen al mismo objetivo. Ya que tal es el fin de la profesión de matrona, tal es su importancia; sin embargo, esta importancia cesa cuando no hay servicios reales, y estos no se tendrían sin instrucción. Es, pues, por ausencia de esta misma instrucción que, en todos los tiempos y en todos los países, las matronas estuvieron en un estado de encadenamiento a la ignorancia que causa generalmente su exclusión de elevados empleos, como actualmente motiva todavía su ilotismo en medicina. 

Hoy todo ha cambiado, pero ¿se piensa que el orden de las cosas sea mejor desde que el privilegio se adquiere antes que los conocimientos y sin otras garantías que algunas formalidades obligatorias que se reducen con frecuencia a una cuestión de dinero?

La educación primera puede bien, por la fuerza del hábito, no ser considerada como una condición esencial de aptitud para la práctica de los partos, cuando, en su defecto, una instrucción bien dirigida fortalecida por la experiencia la suple” [12].

Al final del libro, Blunt condensa el propósito del mismo reforzando la necesidad de formar matronas para la mejor asistencia del parto y protegiendo a las mujeres del uso indiscriminado de instrumental obstétrico, que hizo que el parto dejara de ser natural y, a la vista de los más de tres siglos que nos separan de la fecha, se puede afirmar que encaminó los pasos hacia el parto en exceso intervenido en que en nuestros tiempos se ha convertido progresivamente:

“Percibirá claramente, señor, que mi principal propósito al escribir este libro es detener el progreso de las armas obstétricas, oponiéndoles una legión de amazonas bien disciplinadas. Y que mi objetivo secundario es persuadir a los maridos para que se mantengan vigilantes durante el parto de sus esposas, a fin de protegerlas de ser atacadas por tales armas de acero, hasta que haya un número suficiente de mujeres entrenadas para entrar en el campo de batalla solo con sus armas naturales”.

Conclusión

Desde finales del siglo XVII, el parto se vio envuelto en un vasto movimiento de cientificación, instrumentalización y medicalización, del que los hombres se apropiaron y excluyeron a las parteras, históricamente asistentes de los procesos gineco-obstétricos.

El conocimiento de la fisiología del parto, incluso empírico, y la paciencia fueron las mejores armas de las parteras, aunque muchas de ellas iletradas, pero instruidas en la transmisión oral y entrenadas en la práctica tutelada de parteras expertas en la asistencia al parto. 

El desprecio histórico de los hombres hacia el sexo femenino infravaloró el trabajo y las posibilidades de las mujeres entregadas al arte del parto. 

Las parteras fueron sometidas por los parteros por el sistema de dominación y subordinación más opresor, el de género, en el que los hombres, en una relación desigual y guiados de intereses concretos y fundamentales en el control, uso, sumisión y opresión de estas, lograron su objetivo de encumbrarse en la asistencia obstétrica. 

Muchos de los comportamientos y las actuaciones de los primeros hombres accouchers, men-midiwives, varones en general practicantes de la obstétrica, no soportan el juicio ético que se impone a las actuaciones médicas. Su ambición por el descubrimiento, por el estatus social, profesional y riqueza, prevaleció por encima de los derechos de madres e hijos a un parto seguro, como si eso fuera un precio razonable a pagar por el progreso de la ciencia y pisotearon con falsedad un oficio establecido.

Nadie se opone, al menos hoy en día, a que las mujeres en general tienen las mismas posibilidades que los hombres para comprender y resolver las cuestiones más elevadas de la ciencia y, por tanto, las parteras-matronas eran aptas para desarrollar la obstetricia científica, pero la carencia de formación y la mala instrucción, algo de lo que fueron los hombres responsables, fueron las únicas causas de su inferioridad.

Conflicto de intereses

Ninguno.

Financiación

Ninguna.

Bibliografía

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[6] Unknown author. A copy of BMSat.8367 A Man Midwifery.1763. BM Satires/Catalogue of Political and Personal Satires in the Department of Prints and Drawings in the British Museum (8376). British Museum [internet] [citado 25 ago 2025]. Disponible en: https://www.britishmuseum.org/collection/search?keyword=man&keyword=midwifery 
[7] The Royal Geographical Society of South Austalian inc. Comte de Buffon, Georges Louis Leclerc, natural history, generla and particular Ilustrated, 1785. The Royal Geographical Society of South Austalian [internet] [citado 25 ago 2025]. Disponible en: https://rgssa.org.au/heritage/treasures/comte-de-buffon-georges-louis-leclerc-natural-history-general-and-particular-illustrated-1785
[8] National Portrait Gallery Isaac Cruikshank. [sede web] [citado 25 ago 2025]. Disponible en: https://www.npg.org.uk/collections/search/person/mp06840/isaac-cruikshank
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[10] Pope A. An Essay on Criticism. 1711. The Project Gutenberg. [internet] 2015 [citado 25 ago 2025]. Disponible en: https://www.gutenberg.org/files/7409/7409-h/7409-h.htm
[11] The Royal College of Surgeons of Edimburgo. Alexandre Hamilton. Archive and Library [internet] [citado 25 ago 2025]. Disponible en: https://archiveandlibrary.rcsed.ac.uk/surgeon/3770074-alexander-hamilton
[12] Delacoux A. Biographie des sages-femmes célèbres, anciennes, modernes et contemporaines. Avec 20 portraits Trinquart, 1834 - 168 páginas. Google Books [internet] [citado 25 ago 2025]. Disponible en: https://books.google.be/books?id=pT5fAAAAcAAJ&hl=es&source=gbs_navlinks_s