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Revista Matronas

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DICIEMBRE 2014 N° 3 Volumen 2

Retrato de una matrona en el primer cuarto del siglo XX: Dª Dionisia Repila y Tetilla

Sección: Documento especial

Cómo citar este artículo

Rodríguez Herrero ME. Retrato de una matrona en el primer cuarto del siglo XX: Dª Dionisia Repila y Tetilla. Matronas hoy 2014; 2(3):8-16.

Autores

María Elena Rodríguez Herrero

Matrona del Hospital General Universitario Elche, especialista en Enfermería en Salud Mental y Psiquiatría.

Contacto:

Email: heroelena@hotmail.com

Titulo:

Retrato de una matrona en el primer cuarto del siglo XX: Dª Dionisia Repila y Tetilla

Resumen

Este trabajo repasa la historia profesional de una matrona, Dionisa Repila Tetilla (mi bisabuela), probablemente, si no la primera (extremo que aún no se ha podido confirmar), sí una de las primeras matronas titulares de la Beneficencia Municipal de Ciudad Rodrigo (Salamanca) su villa natal, y cuyo ejercicio profesional está circunscrito a un periodo pobre y atrasado de España, que duró buena parte del siglo XX (1922-1969).
Con esta recopilación, por un lado se pretende preservar del olvido la importante labor de esta profesional y, por otra parte, como participante en la evolución y contribución de continuidad en la asistencia obstétrica de las matronas españolas con su trabajo de más de cuatro décadas, aportar datos, actitudes y acciones que ayuden a las nuevas generaciones de profesionales a comprender la evolución de la profesión, pasado y presente configurados en su contexto social, político, cultural y sanitario.
Desafortunadamente, la historiografía sobre las matronas es exigua a pesar de que su práctica asistencial (primero como oficio y más tarde como profesión regulada) se remonta al inicio de los tiempos; de ahí también el interés de agregar con esta biografía un fragmento más a la Historia de las Matronas españolas, reflejo de la identidad de estas profesionales a través de siglos de asistencia a las mujeres y sus familias.

Title:

A portrait of a midwife in the first quarter of the 20th century: Mrs. Dionisia Repila Tetilla

Abstract:

The professional life of a midwife, Dionisia Repila Tetilla, is described. Although not yet being confirmed, she was probably the first (or at least one of the first) certificated midwife at Beneficencia Municipal de Ciudad Rodrigo (Salamanca), her home town. Her professional practice was limited to a poor and backward period of time in Spain, persisting over a large part of the 20th century (1922-1969).
The present report aims both at preserving  the memories of her significant work and, based on her involvement in the development and continuity of obstetric care by Spanish midwives along  four decades, at providing details, attitudes, and actions helping new generations of professionals to understand midwifery past, present, and evolution in its social, political, cultural and health setting.
Unfortunately, historical data on midwives are scarce, even though their healthcare practice (initially as a trade and later on as a regulated profession) dates back to dawn of time. Thus, the present biography is intended to add a new item to the History of Spanish Midwives and to reflect the identity of these professionals through the ages in helping women and their families.

Objetivo

Dar a conocer y preservar la historia profesional de una matrona, en su contexto histórico y social.

Metodología

A lo largo de las siguientes páginas, va tomando forma la vida de una mujer, la historia de vida de una matrona desde su nacimiento hasta su muerte.

El alcance temporal de esta amplia visión adquiere un carácter claramente longitudinal o diacrónico, de desarrollo completo de las circunstancias que nos ocupan.

El hecho de haber contado con la gran influencia del contexto causa-efecto esencial en la final resolución de ciertos hechos, motiva que se dedique un apartado al contexto histórico-social y académico-legislativo y de normativa de desempeño profesional, sin por ello obviar la finalidad descriptiva.

En cuanto a las fuentes de información, y siempre dentro de un campo cualitativo, las principales han sido informantes directos. Se procedió a registrar mediante grabación de voz todas aquellas preguntas y respuestas consideradas esenciales para el trabajo, partiendo de una guía elaborada, si bien, una vez iniciadas las entrevistas, iban surgiendo otras muchas cuestiones alternativas, parte de las cuales han sido incluidas.

La mayor parte de la información procede de los recuerdos de la hija pequeña de Dña. Dionisia, Socorro, quien contaba solamente con 4 años de edad cuando su madre consiguió el título de matrona; vivió con ella hasta el día en que murió. De los cinco hijos, fue la que más en contacto estuvo con la profesión de su madre, acompañándola en ocasiones a los partos, lo que le reportó una experiencia que le permitió asistir varios nacimientos. El mundo de la medicina no fue un campo totalmente desconocido para esta, puesto que durante la Guerra Civil trabajó junto a sus dos hermanas como enfermera voluntaria dentro de la Falange, asistiendo a los heridos de guerra. Estuvo dentro pues del proceso de formación de las enfermeras de entonces, lo cual, junto con la dedicación de su madre, le impulsó a plantear­se seguir sus pasos. Sin embargo, tal y como ella misma reconoce, tres fueron los motivos principales que finalmente le frenaron: el sentimiento de “asco” e incomodidad que en muchas ocasiones experimentaba al asistir o presenciar un parto, los consejos y advertencias de su madre acerca de lo sacrificado de la profesión y, por último, la negativa de su marido a que trabajara.

La información más personal, y también profesional, que así se consiguió se fue completando con otros informantes. Su hija mediana, Nieves, y la consuegra de esta, Cristina (mis dos abuelas respectivas), las cuales rebuscaron en su memoria recuerdos acerca de cómo las atendió a ellas en varios de sus partos.

Pequeña figura, característico peinado, inseparable maletín y abrigo negro, es la descripción que de ella hacen esa primera generación que vio la luz con su intervención. Uno de sus nietos mayores constituye el claro reflejo de cómo entonces se fortalecía el tabú en torno a todo lo concerniente al nacimiento. Como niño de los años 40 y 50 experimentó los engaños para impedir que pudiera ver cualquier pequeño resquicio del trabajo de su abuela, principalmente cuando a su madre o familiares más allegadas les llegaba el momento. Como estudiante de Medicina de los años 60 recibió de manos de su abuela alguno de aquellos libros que ella utilizó y que también le han servido de referencia y apoyo.

En un afán de profundizar en la cuestión académica, me acerqué hasta la Universidad de Salamanca con el fin de intentar recopilar algún dato más de interés sobre el contenido de los estudios que ella tuvo que realizar. Sin embargo, según los Libros de Registro, solamente existe constancia de la matrícula de matronas a partir del curso 1946-47 donde el 100% de las estudiantes eran mujeres (1), obviamente, ya que hasta 1981 no se permitió el acceso de los varones a esta disciplina. Por tanto, la conexión con esta institución académica queda limitada al sello en el reverso del título, en donde consta registrado en la Secretaria General de esta universidad (Imagen 1 y 2).

A partir de la entrevista hecha a la primera informante nombrada, y con el dato de quién fue el médico con el que hizo prácticas en Salamanca, D. Casimiro, intenté localizar posibles descendientes en Salamanca que pudieran aportar alguna información vinculada con la formación que ella, la entonces “aprendiz de matrona”, hubo de realizar. Finalmente conseguí entrevistarme con su nuera, quien me informó de que uno de los hijos de D. Casimiro también fue médico ginecólogo, Casimiro Población del Castillo, aunque no pudo ofrecerme ninguna otra aportación interesante para mi investigación.

Otra fuente importante de información de la que me he servido ha sido la prensa local, que en sus páginas ha dejado constancia de la especial consideración y relevancia dada por el pueblo a Dña. Dionisia, incluyendo más de una vez, y en distintos periódicos, noticias referentes a ella.

Contexto académico-legislativo

Estamos en 1920, este año la aspirante a matrona empieza su formación, a caballo entre Ciudad Rodrigo y Salamanca.

En ese momento de la historia ya ha transcurrido más de un siglo desde que se iniciara la instrucción formal en el establecido Real Colegio de San Carlos, por la cédula de 24 de febrero de 1787, circunstancia esta que no se dio en los colegios de Cádiz y Barcelona creados con anterioridad a este (1748, 1760, respectivamente), en los que se examinaban a las matronas sin que se les instruyese en estas instituciones.

Con todas las limitaciones de la época se muestra un adelanto en la instrucción (hasta la fecha había sido una transmisión oral de saberes de mujer a mujer) y en la consideración de la profesión de matrona, aunque fueran de modo subordinado a la medicina.
El texto de esta cédula dice:

CAPÍTULO II
VI

Como la asistencia de las matronas al parto es tan conveniente, y precisa muchas veces: es justo que en este estudio público se las proporcione la instrucción necesaria para que procedan en todas las urgencias con acierto y utilidad; a cuyo fin deberá este mismo profesor dedicarse, en tiempo y horas que pueda, sin perjuicio de los alumnos del colegio, a instruir en una de las piezas de este edificio, y a puerta cerrada, a las mujeres que quieran aprender y tomar estas lecciones.

VII

A ellas no será admitida mujer alguna que no sea casada, cuya fe deberá presentar al maestro de partos acompañada de la licencia de su marido.

VIII

La instrucción que ha de darse a estas matronas consistirá en el conocimiento de aquellas partes blandas que tienen relación con las funciones propias del sexo femenino, y de las que componen el feto y facilitan o retardan el parto; las señales positivas de la preñez; todas las noticias necesarias para conocer el verdadero parto, y distinguir el natural del laborioso o preternatural: el modo de asistir a las parturien­tas en estos casos, y socorrer a las criaturas cuando necesitan el auxilio del arte; y asimismo las impondrá también este profesor en el modo y forma de administrar el agua de socorro a los párvulos cuando peligra su vida.

VIIII

Siendo este colegio la escuela que es mi voluntad establecer la enseñanza bajo el método más útil, y disponerla para que todas las partes de la facultad quirúrgica reciban la posible perfección; evitando que la ejerza quien no tenga el debido conocimiento, de cuyo abuso se han seguido tantos daños y perjuicios a la Humanidad. Mando que ninguna de las matronas avencidadas en Madrid pueda alcanzar en adelante la aprobación del Protomedicato para asistir a las parturientes sin hacer constar en él, al tiempo de presentarse a examen, el que ha concurrido a esta enseñanza, y recibido su instrucción del Maestro de Partos de este Colegio. (2).

A esta cédula le siguió la de 1804 promulgada por Carlos IV, con pocas variaciones:

Las que soliciten aprobarse de parteras o matronas serán examinadas en un solo acto teórico-práctico, de la misma duración que el de los sangradores (un cuarto de hora por cada examinador), de las partes del arte obstétricia en que deben estar instruidas, y del modo de administrar el agua de socorro a los párvulos, en qué ocasiones podrán ejecutarlo por si: en la inteligencia de que debiendo admitirse solamente a este ejercicio a viudas o casadas, deberán presentar las primeras certificación de hallarse en aquel estado, y las segundas licencia por escrito de sus maridos, además de la fe de bautismo, y de su buena vida y costumbres, dada por el párroco, información de limpieza de sangre, y de práctica de tres años con cirujano o partera aprobada, que se ha de recibir en las mismas circunstancias que las de los sangradores, pues el estudio que han de hacer las que se dediquen a este arte, se entiende solamente con las que residieron en los pueblos donde hubiere establecidos Colegios Reales de Cirugía; disponiendo la Junta superior Gubernativa, que se publique un tratado que comprehenda toda la instrucción que se requiere en estas mujeres parteras. (3).

Años más tarde, en 1827, Fernando VI firma un Real Decreto por el que se aprueba el reglamento para el régimen científico, económico e interior de los Colegios de Medicina y Cirugía y para el gobierno de los profesores que ejerzan el Arte de Curar, con indicaciones precisas sobre la obtención del título y materias para las matronas:

El catedrático supernumerario de los Colegios de Medicina y Cirugía que enseñe la obstetricia a los cirujanos sangradores, les dará a puerta cerrada en el mes de junio de cada año, de cinco a seis de la tarde, todos los días que no sean feriados, las lecciones que necesiten para instruirse en lo que deben saber, que se reduce al conocimiento sucinto de las partes duras y blandas que tiene en relación con las funciones propias de su sexo, y de las que componen el feto y facilitan o retardan su salida; de las señales positivas de la preñez y noticias precisas para conocer el verdadero parto y distinguir el normal del laborioso o preternatural; del modo de asistir a las parturientas en estos casos, y de socorrer a las criaturas cuando necesitan el auxilio del arte, como cuando nacen apopléticas o asfiticas; y finalmente de la manera de administrar el agua de socorro a los párvulos cuando peligra su vida. Estas materias se explicarán en dos cursos como queda prevenido en el párrafo anterior, y durante ellos las matronas asistirán con el catedrático de partos a la enfermería de las parturientas.

Las que se hallasen en estos requisitos, además de saber leer y escribir, y solicitasen aprobarse de parteras o matronas, serán examinadas por tres catedráticos de los colegios, o en la Subdelegación que la Junta nombrase si hallare un justo motivo para ello, en un solo acto teórico-práctico de la duración de tres cuartos de hora, de las partes de la obstétrica en que deben estar instruidas y del modo de administrar el agua de socorro a los párvulos, y en qué ocasiones podrán ejecutarlo por sí; en la inteligencia de que debiendo admitirse solamente a este ejercicio a viudas o casadas, deberán presentar las primeras certificado de hallarse en aquel estado, y las segundas licencia por escrito de sus maridos, además de la fe de casamiento, y unas y otras su fe de bautismo, y certificación de su buena vida y costumbres dada por su párroco, y la información de limpieza de sangre y de práctica con arreglo al párrafo 1º de este capítulo. (4).

La gran influencia que la religión católica ejercía sobre la mayoría de ámbitos sociales sería la razón de peso por la cual las clases se impartían “a puerta cerrada”. Esta premisa en el ámbito académico puede considerarse, además, como un reflejo de la moral y la mentalidad de la época, para las que constituía un hecho excepcional que hubiera mujeres en instituciones que existían solamente por y para los hombres. Con esos condicionantes, que prevalecieron por muchos años en la sociedad española, pueden entenderse las exigencias religiosas y morales inexcusables de cumplir, y ajenas al orden formativo que imponían los centros de formación de la época a la formalización de la matrícula.

Habrían de pasar tres décadas para que en 1857 se promulgara la Ley de Instrucción Pública (5) (Moyano), por la que desaparecía el título de cirujano ministrante y se creaban las carreras de practicante y matrona. Importante destacar al hilo de lo que esta ley supuso para las matronas, la declaración de la enseñanza elemental como obligatoria para todos los españoles, un hito que en la teoría incluía a las niñas en el sistema educativo, entre los seis y diez años (aunque las enseñanzas impartidas en este nivel eran diferentes para cada sexo), en una España que tenía el índice de analfabetismo mayor de Europa. Aún las mujeres no podían asistir a la universidad ni a las enseñanzas medias, dado que no podían asistir a institutos masculinos y los femeninos en la práctica no existían.

Desde esta fecha las matronas fueron objeto de diferentes regulaciones profesionales y formativas a través de nuevos decretos y ordenanzas, aunque estas no variaron en esencia la formación hasta llegar a 1904, año en que promulga la Ley de Instrucción General de Sanidad Pública, en la que se expresa la legitimación y regulación del ejercicio de los profesionales sanitarios (se denomina a partir de esta ley al Arte de los Partos Profesión Sanitaria) prohibiendo a su vez el ejercicio a las personas carentes de título profesional (6).

En este mismo año, por Real Decreto se reorganizan las carreras de practicantes y matronas nuevamente (7). En esta situación de reconocimiento legal de la profesión (no oficio como había sido considerado hasta la fecha) y bajo este plan de estudios cursó su carrera Dionisia:

Carrera de matrona

Art. 12. Los estudios para adquirir el título de matrona pueden ser oficiales o no oficiales; aquellos se harán en las Facultades de Medicina, y unos y otros requieren la co­rrespondiente inscripción en las Secretarias Generales de las Universidades para lo que habrá dos libros de matrícula, uno destinado a las alumnas oficiales y el otro para las no oficiales.
Art.13. Para hacer la inscripción en el primer curso, se exi­gen estos requisitos: primero ser mayor de edad (en 1909 a propósito de un recurso de matrona, se dictó una R.O. disponiendo con carácter general que la mayoría de edad, en lo que a Instrucción Pública se refiriese, era la de veintitrés años, en toda España); segundo certificado de aprobación en una Escuela Normal de Maestras de la enseñanza primaria superior; tercero autorización del marido si fuese casada.
Art.14. Los estudios oficiales se darán en dos cursos académicos, rigiendo los mismos preceptos que para la carrera médica respecto de la época de inscripciones y de exámenes y de la duración de los cursos.
Art.15. El primer curso comprenderá las materias siguientes: rudimentos de Anatomía, de Fisiología y de Higiene y prácticas generales de asepsia y de antisepsia y especialmente del aparato sexual femenino; y el segundo curso, nociones de Obstetricia normal, de asistencia a los partos normales y de cuidados a la madre con anterioridad y posteridad al parto. En ambos cursos es obligatoria la asistencia a la Clínica de Obstetricia para en ella hacer las prácticas, bajo la dirección del profesor auxiliar y la inspección del catedrático
Art 16. Después de aprobados los dos cursos se verificará un examen general teórico-práctico de reválida para obtener el título de matrona, el cual solo autoriza para asistir a los partos normales, constituyendo la infracción de este precepto un caso de responsabilidad personal, debiendo la matrona en toda anormalidad o accidente requerir la dirección del médico.
Art 19. Es obligatoria la asistencia a prácticas durante dos cursos académicos, a las alumnas no oficiales, son en la Clínica de Obstetricia de una Facultad de Medicina, o en Casas de Maternidad que tengan carácter oficial, siendo necesario en todo caso un certificado del catedrático o del médico jefe para solicitar el examen de los dos cursos.
Art. 20. Los exámenes de curso de las alumnas oficiales se verificarán ante el profesor auxiliar. Los de alumnas no oficiales, ante el tribunal formado por el catedrático de Obstetricia, el auxiliar y otro catedrático nombrado por el Decano de la Facultad.

Desde 1920 a 1922, y bajo estos requerimientos de índole académico-legislativa e incluso exigencias morales y sociales como hemos apuntado, se desenvolverían los años de formación de nuestra recordada matrona.

De una memoria de hemeroteca se ha rescatado unos datos académicos realmente interesantes que pueden situarnos en la situación que 20 años más tarde del inicio de los estudios de Dña. Dionisia se daba en la Universidad de Salamanca a la que estaba adscrita nuestra biografiada (Tabla 1):

Alumnos de la Universidad de Salamanca a quienes se les expidieron los títulos de licenciados, practicantes y matronas, durante el periodo comprendido entre el 1 de octubre de 1942 a 30 de septiembre de 1943 y el 1 de octubre de 1943 a 30 de septiembre de 1944 (8,9).

Apenas han transcurrido 70 años y en esta misma universidad la diferencia se traduce en el curso académico 2012-2013, en la oferta de 74 titulaciones de grado adaptadas, 25.831 estudiantes matriculados en las titulaciones de grado y licenciatura, de los cuales 14.949 de ellos han sido mujeres y 10.882 hombres, lo que implica que el número de estudiantes mujeres de nuevo ingreso sigue siendo superior al de hombres y el dato global, como apuntan, más pudiera deberse a que egresan muchas más mujeres que hombres cada año. El papel de las mujeres en la educación superior es fundamental para suprimir definitivamente las barreras económicas y sociales que, nos guste o no, siguen existiendo entre géneros (10).

Estos datos nos dan pie a hacer un recorrido más pormenorizado por ese rol o posición que a lo largo del tiempo, y más concretamente de los años que nos interesan, la sociedad ha permitido que la mujer ocupe. La importancia de este hecho radica en la ruptura de expectativas que supuso la profesión y particular relevancia de la persona intérprete de esta historia de vida en una época de coacción moral y religiosa.

Contexto histórico-social

"Una antigua leyenda hebrea cuenta que no fue Eva la primera mujer de Adán sino Lilith quien, como él, fue creada del polvo de la tierra. Pero Lilith no permaneció mucho tiempo al lado de su esposo, pues insistía en disfrutar de una igualdad plena con él y hacía derivar estos derechos del idéntico origen de ambos (...)".

1891 es el año en el que Doña Dionisia Repila Tetilla venía al mundo siendo reina regente María Cristina, y a las puertas de que diversas crisis políticas y sociales empezaran a quedar reflejadas en el genio creativo de la generación del 98. Mientras grandes acontecimientos como la Primera Guerra Mundial convulsionaban a Europa y al mundo entero, su infancia transcurrió bajo el reinado de Alfonso XIII, apartada del movimiento de las grandes urbes y en medio de un ambiente mucho más ajeno y relajado, en su villa natal Ciudad Rodrigo.

Sin embargo, pronto le llegó el momento de hacer frente a cambios significativos que afectarían a su modo de vida. Tras su casamiento, trasladó su domicilio desde la casa que la vio nacer, extramuros, en el arrabal de San Francisco, muy cerquita del monasterio del mismo nombre, a otra en el centro de la ciudad, en la calle Madrid, que desde una de las puertas de la muralla desemboca directamente en la Plaza Mayor.

Sería allí donde estudiaría y conseguiría el título, a caballo entre la inestabilidad provocada por la Guerra de Marruecos en 1921 y el golpe de estado de Primo de Rivera de 1923.

Las posibilidades de emancipación de la mujer por mucho tiempo chocaron con el peso de la religión católica. Pensemos si no en las palabras recogidas por Pío XI en la Encíclica Cuadragésimo Anno de 1931: “Las madres de familia trabajarán principalísimamente en casa o en sus inmediaciones, sin desatender los quehaceres domésticos. Constituye un horrendo abuso, y debe ser eliminado con todo empeño, que las madres de familia, a causa de la cortedad del sueldo del padre, se vean en la precisión de buscar un trabajo remunerado fuera del hogar, teniendo que abandonar sus peculiares deberes y, sobre todo, la educación de los hijos” (11).

La actitud de Dionisia al respecto podría inducir a considerar que sus creencias religiosas eran débiles de base. No fue cierto, puesto que fue una mujer creyente y muy vinculada con el espíritu de la iglesia católica, si bien a su manera.

La primera mitad de la década de los 30 se caracterizó, en definitiva, por un cierto debilitamiento de esa hostilidad referida a la incorporación de la mujer al ámbito laboral. Se condicionó esta apertura a situaciones muy específicas en las cuales existía una necesidad económica extrema, y siempre y cuando se tratara de medidas transitorias que nunca fueran a poner en peligro la institución familiar. Es importante tener esto en cuenta, pues el paso que dio Doña Dionisia constituyó toda una ruptura para con las expectativas de la época, así como una muestra de valentía.

La presión contra la mujer por muchos años estuvo reforzada por una legislación asentada en la discriminación de esta, con un control social ejercido por la reconocida superioridad masculina, que dictaba la función social que había de cumplir la mujer: la de madre y esposa, y un código de conducta determinado: la sumisión al hombre y a los dictados sociales.

Los derechos y libertades reflejados en la Constitución de 1931 que la II República quiso otorgar a la mujer con la pretensión de conseguir la igualdad entre los hombres y las mujeres, ni siquiera tuvieron una implementación completa en la práctica. Inició pues su andadura como matrona en una época en la cual las mujeres empezaban débilmente a ampliar su posición y reconocimiento social, continuando el camino abierto por figuras como Concepción Arenal, Clara Campoamor o Victoria Kent.

Sin embargo, la guerra civil y la dictadura franquista borró de un plumazo todos estos logros, colocando de nuevo a la mujer en una sociedad que le negaba el acceso a las mismas posibilidades sociales destinadas a los hombres, y que aún hoy sigue luchando por erradicar la desigualdad por razón de género

El Régimen de Franco fortaleció el ideal de mujer cristiana, abnegada y entregada a la familia, cuya supervisión pasaba por el control de la Sección Femenina. Se obstaculizó de nuevo el camino, pero para entonces “la profesora en partos” ya había colgado su placa en la puerta, el pueblo la conocía, quería y respetaba (Imagen 3). Se labró una confianza hecha a base de demostrar su profesionalidad, tal y como hizo a lo largo de las tres décadas siguientes. Se avecinaban tiempos duros de postguerra y otros más esperanzadores de cierta recuperación y estabilidad, de cambios sociales y alternativas políticas que no llegó a conocer, pero ella supo adaptarse, y solamente cuando las fuerzas le fallaron, dejó de trabajar.

Esa fue exactamente la circunstancia que rodeó el principio de esta historia de vida que nos ocupa, y ciertamente, como a continuación se puede comprobar, los resultados de la misma nunca podrán ser calificados de nefastos.

Historia de una vida

Nació en Ciudad Rodrigo en 1891, hija de Ignacia y Vicente fue la cuarta de siete hermanos. Su padre tenía un negocio de artesanía de carros de importancia considerable para aquella época, lo que situaba a la familia en una posición socioeconómica medio-alta que, entre otros beneficios, le permitió realizar unos estudios básicos.

Vivió con sus padres hasta que se casó con Manuel, fruto de este matrimonio nacieron cinco hijos: Vicente, Carmen, Nieves, Manuel y Socorro.

Una cierta inestabilidad económica fue el principal motivo que, junto a la orientación prestada por uno de los médicos del pueblo, amigo y vecino de ella, le llevó a Salamanca a informarse acerca de los estudios requeridos para ser matrona. Estos consistían en una formación teórica de dos años (sin obligada asistencia a las clases teóricas, habida cuenta de que había cabida en el plan de estudios de entonces, tanto la enseñanza oficial como la no oficial) y los preceptivos exámenes orales. Así pues, tomó la decisión y comenzó a estudiar en Salamanca gracias en parte a Doña Rosa, la dueña de la fábrica de harinas, uno de los más florecientes negocios de entonces y, por tanto, persona muy influyente que le ayudó para que pudiera ir a estudiar a la capital.

Refiere su hija Socorro, que se sacó los dos años en uno y nos cuenta como la recuerda estudiando unos “libros blancos” hasta acostarse. Vestigios de la influencia religiosa incluso en el terreno académico, es el recuerdo de esta entonces niña, que hace en referencia al examen de Salamanca en el que le hicieron la pregunta “¿Quién fue el marido de la Virgen?”, a lo que su madre respondió, “que eso no lo ponía en los libros que estaba estudiando”.

Además de la formación teórica exigida, realizó prácticas con D. Casimiro Población Sánchez, ginecólogo que ejercía su profesión en Salamanca, brillante catedrático de Obstetricia y Ginecología de la Universidad de Salamanca siempre preocupado por la docencia que se impartía a sus estudiantes, así como la atención prestada a los enfermos. Años más tarde, tendría su propio sanatorio ginecológico (1926) (13) y en 1933 accedería a la cátedra de Obstetricia en la Universidad Central de Madrid sustituyendo por jubilación al anterior, Dr. Recasens (12). Ella le acompañaba a los partos domiciliarios y en alguna ocasión fue al hospital a ver cesáreas.

Así, entre la crianza de cinco hijos y sumergida en la gran presión social que suponía en aquella época el que una mujer estudiase y trabajase, pero con esa tenacidad que cuentan sus familiares le caracterizaba, consiguió a sus 31 años el título de matrona expedido por S.M. el Rey Don Alfonso XIII el 7 de septiembre de 1922 (dos años antes de que se abriese la primera escuela de matronas en España, Sta. Cristina, 1924) (14).

Comienza entonces una nueva etapa en su vida y en la de Ciudad Rodrigo, pueblo salmantino en el que aún hoy en día la gente la recuerda con cariño por su gran hacer durante más de 40 años ayudando a las mujeres a traer niños al mundo. Muchos son los testimonios populares que podrían dar fe de ese recuerdo todavía vivo en el pueblo mirobrigense, muchos de los cuales han quedado para la historia, recogidos en las hemerotecas de los diarios locales.

Ejercicio profesional

En el momento en que Dña. Dionisia inicia su actividad laboral, no existía la obligación de colegiación a la que estamos sujetos actualmente los profesionales sanitarios, de hecho, la de los practicantes se exigió en 1929 (15), mientras la de las matronas data de 1930 (16). Por tanto, en 1922 apenas existían colegios de matronas, en este primer cuarto de siglo (se sabe que el primero fue el de Madrid en 1922 con el antecedente del Colegio de Profesoras Titulares de Partos de Madrid, que duró de 1895 y 1896) (17). Por contra, se puede precisar que en año 1927 se había constituido un Colegio de Practicantes en casi la totalidad de todas las provincias españolas, aunque alguno de ellos tuviera un funcionamiento relativamente inoperante (18).

Aunque no se dispone del documento de colegiación de Dionisia, cabe la posibilidad de que en un principio estuviera adscrita al por entonces Colegio de Practicantes y Matronas de Salamanca, como así se denominaba, según hemos encontrado en la Revista Colegial titulada El Practicante Salmantino: órgano oficial del colegio de practicantes y matronas (19).

Sí hemos rescatado el carnet del Consejo Nacional de Matronas fechado en 1955, por el interés que tuvo el proceso de Colegiación Oficial y Obligatoria de Matronas (bien distinta a la actual) (Imagen 5).

En 1935 se constituyó la Federación de Colegios oficiales de Matronas de España de carácter obligatorio para todos los colegios y a la que se le atribuyó el carácter del Consejo General de Colegios de Matronas de España (20).

En 1944 se dicta la Orden Ministerial para que el Consejo General y sus Colegios Provinciales de Colegios Oficiales de Practicantes se denominen, en lo sucesivo, de Auxiliares Sanitarios, y estén formados por estos, las comadronas y las enfermeras tituladas (21).

Se suceden las acciones normativas y en 1951 se aprueban los estatutos y Reglamento del Consejo General y de los Colegios Oficiales de Matronas (22) y el 22 de enero de 1952 se constituye el Consejo General de los Colegios de Matronas de España según consta en las actas de esta organización a las que he tenido acceso (23).

De lo expresado en la citada Orden Ministerial inferimos que para entonces las matronas de Salamanca habrían abandonado la vinculación con el Colegio de Practicantes de la provincia sin que ello hubiera representado ningún problema, circunstancia que sí se produjo en otros casos de los que se da cuenta en las actas mencionadas, al arrogarse los colegios de practicantes la imposición de que las matronas siguieran cotizando en los colegios bajo su representación (ej. Colegio de Practicantes de Tarragona y Ciudad Real). También se deduce que las matronas de Salamanca y provincia no tenían colegio profesional en su provincia todavía (extremo que confirmamos más adelante) por insuficiencia numérica para constituirlo, tal y como expone la orden de 1930 en el Art. 2 del Estatuto de los Colegios Oficiales de Matronas) y se repite en la de 1951:

Para constituir colegio se establece como mínimum el número de cincuenta colegiadas, debiendo agregarse cada uno, en los casos de insuficiencia numérica, al colegio más inmediato a la localidad de residencia y ejercicio.

De hecho, revisando esta última Orden Ministerial se entiende que las matronas de Salamanca habrían sido integradas en la primera Provincia Matronal (así denominada), que era Madrid, y que se consignaba del siguiente modo: Primera: “Madrid y provincias que no haya más de cincuenta Colegiadas (Delegación Albacete)”.

Esta orden de carácter obligatorio es muy explícita al respecto de la obligación de colegiación, siendo así que las Juntas de Gobierno de los colegios con los poderes otorgados por las autoridades civiles y sanitarias podían sancionar a las matronas que incumplieran la orden, con penas de multa e incluso suspensión del ejercicio profesional. Así mismo, se hace mención a la persecución de los casos de intrusismo en los que se incluye no solo a quienes no tuvieran título para el ejercicio de la profesión, sino a aquellas que teniéndolo no lo hubieran registrado, competencia esta del director general de Sanidad, los inspectores provinciales de Sanidad y los gobernadores civiles de las provincias, y por poder delegado de estos, como se ha dicho, de los Colegios Oficiales de Matronas.

Finalizando el año 1952, el 5 de diciembre queda reflejada en las actas del todavía Consejo General de los Colegios Oficiales de Matronas, un oficio cursado desde el Ministerio de la Gobernación para el cese de este consejo e inicio de la reorganización de los Colegios de Auxiliares Sanitarios conforme a la todavía vigente Base 34 de la Ley de Sanidad (24).

En 1954 se aprueban los estatutos y el Reglamento del Consejo General de Auxiliares Sanitarios (25), bajo cuya denominación se incluían matronas, practicantes y enfermeros y en ese mismo año, el 14 de abril, ya nombrada la nueva directiva del Consejo General de Auxiliares Sanitarios, Sección Matronas (26) inicia su andadura y en cuyas actas, concretamente en la del 12 de octubre de 1954, se da noticia de la creación del Colegio de Matronas de Salamanca. Esta organización colegial desaparece tras la O.M. de 1977 (27) en la que se estableció la colegiación en un único colegio, desapareciendo las tres secciones. Contra esta orden se interpusieron numerosos recursos por parte del Consejo Nacional de Matronas que continuó la Asociación Española de Matronas tras la desaparición de este consejo a partir de 1978, logrando una sentencia del Tribunal Supremo (22/09/1978) positiva a la petición de las matronas de tener su propio colegio profesional, sin que a día de hoy la justicia haya ejecutado la citada sentencia, y por tanto, las matronas sigamos integradas en el Consejo General de Enfermería.

Su etapa laboral la inicia trabajando para la Beneficencia Municipal (Imagen 6), pasando posteriormente a atender a mujeres de MUFACE y, por último, trabajó también para la Seguridad Social. Su asistencia abarcaba a Ciudad Rodrigo y múltiples pueblos de alrededor, estando el único hospital de referencia en Salamanca.

Básicamente su campo asistencial se centraba en el parto, dado que el embarazo era considerado como un periodo en el que “poco había que hacer”. Sin embargo, su hija Socorro recuerda la atención que se le prestaba a la aparición de la albúmina: “una de las cosas peores que podía pasar en el embarazo era la albúmina; mi madre aconsejaba a las mujeres que tuvieran cuidado con las comidas pesadas y que debían orinar con frecuencia, especialmente si notaban que se les hinchaban las manos, pies y cara”. Las mujeres también iban a su casa para que les hiciera el “tacto por fuera”, para ver cuál era la posición del niño; “ella les pasaba entonces a una habitación donde las reconocía y les hacía, en caso necesario, un tacto por dentro, pero raramente las molestaba”.

En cuanto al momento del parto se refiere, iba a buscarla a casa algún familiar de la parturienta (que generalmente era el marido) a cualquier hora del día o de la noche. En ocasiones llegaban en carros o mulas, pero ella, especialmente si era tarde, se trasladaba a la casa de la mujer en los llamados “coches de punto”, actuales taxis. Iba cargada siempre con un maletín en el que llevaba todo lo necesario para el parto: pinzas para romper bolsa, “trompetilla” para escuchar a los niños, hilo para el cordón, alcohol, jabón, guantes, jeringas, agujas y fármacos: ergotina y pituitrina. Durante todos los años que se dedicó a la profesión nunca cambió de maletín y, claro, de tanto usarlo al final se le hizo un agujero en el fondo que tuvieron que remendar con un cartón. Al llegar a la casa de la mujer, la reconocía en la cama y veía si estaba o no de parto. En caso de que sí estuviera, disponía todo el material que iba a usar, incluidos unos guantes de goma que ponía a hervir. A continuación, se lavaba las manos minuciosamente con agua y jabón y hacía lo mismo con el periné de la mujer, la acompañaba y cuidaba durante toda la dilatación, cambiándole periódicamente las sábanas dobladas que le ponían debajo y dándole caldos y agua si el parto se prolongaba. En ocasiones cuando iba a atender a mujeres sin recursos, ella misma les llevaba sábanas de su casa. En todo momento si el marido lo deseaba estaba junto a su mujer, siendo también frecuente la presencia de la madre de la parturienta en la habitación.

Cuando veía que el nacimiento iba a producirse, se preparaba para “acompañar muy bien la parte de la mujer y así evitar que se desgarrase” (tal y como le había enseñado el Dr. D. Casimiro Población). En los casos que así lo requerían, ella rompía la bolsa de las aguas bien con los dedos o con una pinza que tenía para ello. En aquellas situaciones de niños “atravesados”, nalgas o presentaciones de cara, cuenta su hija Socorro que “ella los colocaba bien metiendo las manos” y solamente cuando veía que no podían nacer avisaba al médico para que les hiciera un fórceps o una cesárea. Las intervenciones quirúrgicas se realizaban en una clínica llamada popularmente “Los Marianos”, por dos ginecólogos que vinieron de Salamanca: D. Mariano y D. Paco. Otra de las situaciones en las que también intervenía el médico era en los “partos de placenta previa, es decir, cuando la sangre venía antes que el parto, ya que eran muy peligrosos”, relata su hija.

Una vez nacía el niño, ataba el cordón con una seda y lo cortaba. Al recién nacido lo secaba y cubría con sábanas limpias para evitar que se enfriase. Si nacía un poco “dormido” lo masajeaba bien para que llorase y luego lo ponía junto a su madre en la cama o bien se lo daba al marido o a la abuela. Mientras se esperaba a que la mujer “librase”, es decir, expulsase la placenta y una vez lo hacía, ella daba un suave masaje y ponía compresas de agua fría sobre el abdomen de la mujer para evitar que sangrase, a pesar de lo cual sobrevenían en ocasiones hemorragias para las cuales ponía inyecciones de pituitrina y ergótina. Finalizado el parto, limpiaba cuidadosamente el periné de la mujer con agua templada y jabón y las enfajaba con el fin de que no sangrasen. A continuación realizaba los primeros cuidados al recién nacido: los lavaba con aceite y agua templada para quitarles los restos de sangre del parto y los secaba minuciosamente. En cuanto al cordón umbilical, revisaba si sangraba y en caso de que lo hiciera volvía a atarlo con otra seda para luego curarlo con “polvos de licopodio” y pomada de los laboratorios Geve y cubrirlo con una gasita: a los niños también los enfajaba para evitar que les saliesen hernias y les ponía unos pañales que consistían en un envoltorio a modo de tubo que les impedía mover las piernas (es a partir de los años cincuenta cuando empezó a usar “pañales a la inglesa”, es decir, entre las piernas).

Así, una vez que la mujer y el recién nacido se quedaban arreglados, ella se iba pero no sin antes explicarle que debía dar el pecho lo más pronto posible, y en caso de que el niño fuera de bajo peso les indicaba ayudarle con tomas de “Pelargón” (primera leche infantil disponible en España, 1944). Volvía a cuidarlos cada día hasta que el niño “daba el cordón”.

Cuando llegaba a su casa tras un parto nunca contaba nada, a menos que alguien le preguntase y entonces ella respondía escuetamente “pues se arregló bien o mal” y luego sacaba un libro en el que llevaba registrados todos los partos que asistía y allí apuntaba el nombre de la mujer, el mote, sexo del bebé y la fecha del parto.

En lo referente al postparto, la mujer debía pasar la cuarentena durante la cual permanecía en casa sin salir y además los tres o cuatro primeros días en cama. Durante este periodo de tiempo, la alimentación de la puérpera era esencialmente a base de caldos, filetes, chocolates y dulces.
Asistió a mujeres de todas las clases sociales, desde las más adineradas hasta aquellas que vivían debajo de un puente, a las cuales, la gran mayoría de veces cuando iban a verlas al día siguiente, ya no estaban.

Recibía un sueldo fijo del Ayuntamiento y posteriormente de la Seguridad Social, además de lo que cada mujer le diera, cantidades estas que eran de lo más variopintas: desde un duro hasta 500 pesetas, que fue lo máximo que le ofrecieron. Cuando atendía a mujeres que no tenían cartilla ni recursos económicos, no les cobraba nada, aunque por lo general se empeñaban en pagarle en especias que ella raramente aceptaba.

Toda su vida transcurrió entre contracciones, partos y el llanto de los niños recién nacidos, hasta que a los 70 años la llamaron de Salamanca para hacerle un examen y comprobar que se encontraba en buenas condiciones físicas y psíquicas para seguir ejerciendo; así se lo permitieron, pero al transcurrir cinco años más recibió su jubilación, hecho que le causó, según cuentan sus hijos y nietos, un gran enfado y decepción, pues no entendía cómo tras una vida dedicada a su profesión estuviera obligada a abandonarla sin más motivo que una orden. Fue entonces cuando llegó a Ciudad Rodrigo otra matrona, Doña Joaquina. A pesar de su jubilación y por pura vocación, siguió ejerciendo por cuenta propia hasta tres meses antes de morir a los 77 años de edad, un triste día de julio de 1969, víctima de un cáncer hepático.

Agradecimientos

Mi más sincero agradecimiento a mi familia, sin cuya colaboración e interés no hubiese sido posible la realización de este trabajo y a la Asociación Española de Matronas por el apoyo institucional a la petición propuesta, la oportunidad de publicar este trabajo y el soporte bibliográfico de las Actas del Consejo (inéditas) a las que me han permitido el acceso. Una mención especial de reconocimiento a Rosa Mª Plata por su entusiasta ayuda en el planteamiento y redacción de la nueva versión de este trabajo.

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