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Metas de Enfermería

Metas de Enfermería

FEBRERO 2014 N° 1 Volumen 17

Un modelo constructivista del aprendizaje para la evaluación en la formación de especialistas

Sección: Editorial

Autores

Pilar Serrano Gallardo

Subdirectora de Metas de Enfermería
Profesora. Universidad Autónoma de Madrid

Titulo:

Un modelo constructivista del aprendizaje para la evaluación en la formación de especialistas

Los y las especialistas en Enfermería ya son una realidad en España, y si bien la literatura internacional no ofrece dudas sobre los beneficios que estos perfiles tienen para la salud de la población, cabe hacer una reflexión en lo que a la evaluación de su formación se refiere, sobre la base de que dicha evaluación es la que permite garantizar que nuestros especialistas van a dar el juego que la sociedad necesita.

La actual concepción constructivista del aprendizaje se centra en la resolución de problemas, enfrentando al estudiante a situaciones en las que tiene que aplicar los conocimientos, tomar decisiones y aprender de forma autónoma, reflexiva y crítica. Este planteamiento es el que se precisa en la formación de profesionales especialistas en un modelo de residencia, bajo el cual el protagonismo está en adquirir competencias para la resolución de problemas complejos en el ámbito clínico.

Para alcanzar este propósito se requiere consecuentemente de una estrategia de enseñanza-aprendizaje que posibilite evidenciar la adquisición de dichas competencias. A este respecto, autores como Donald Shön o Patricia Benner nos han enseñado aquel conocimiento que emana de la practica reflexiva, el conocimiento práctico-reflexivo; reconocer este conocimiento conlleva un cambio en la contribución que las rotaciones y las figuras tutoras tienen para la formación, dado que han de favorecer conversaciones reflexivas sobre las acciones que los residentes han de llevar a cabo, así como sobre el sentido que les otorgan.

Por tanto, bajo este enfoque no cabe hablar únicamente de evaluación sumativa (obtener información sobre cómo se sitúa una persona con respecto a una variable para clasificar, predecir), ni siquiera formativa (obtener información que permita explicar y/o comprender las razones por las que una persona se encuentra en un estado o situación para intentar modificarlas), sino que es preciso transitar hacia una evaluación formadora, como aquella que surge de la reflexión del propio residente y que está orientada por las figuras tutoras.

Esta evaluación formadora imprime una manera de enseñar y de aprender que conlleva autoevaluación, coevaluación o evaluación colaborativa (participación tanto del residente como del tutor/colaborador), modelado metacognitivo (el tutor/colaborador explicita al residente la toma de decisiones; constituye la base del juicio clínico), diálogo reflexivo (a través de la “pregunta” el propio pensamiento se torna objeto de análisis y reflexión), y supervisión clínica (entre otras cuestiones, las actividades a desarrollar se han de planificar conjuntamente entre el residente y el tutor/colaborador). Los criterios de la evaluación formadora precisan de la elección de tareas representativas (con validez lógica y de contenido) del modo en el que se van a utilizar los conocimientos en el mundo real. Esas tareas representativas, como pueden ser realizar una entrevista clínica, dar una sesión, presentar una comunicación en un congreso, etc., constituyen en sí mismas las evidencias del aprendizaje.

En el marco teórico bosquejado, herramientas reflexivas como el portafolio son eficaces y efectivas para que el/la residente adquiera competencias. Entre los rasgos operativos fundamentales de esta herramienta están: que refleja las competencias que debe alcanzar el residente en su proceso de aprendizaje, define los trabajos (elaborados a partir de sus experiencias reales) a incluir a modo de colección, contiene también una parte de escritura reflexiva del residente en torno a estos trabajos, posibilita encuentros sistemáticos entre las figuras implicadas (tutor/a, colaboradores/as docentes,…) en el proceso formador con la finalidad de que se produzca feedback en el proceso evaluativo, y recoge los juicios de evaluación a partir de la observación y de los informes del tutor/colaborador.

Por lo tanto, el portafolio permite evaluación sumativa (trabajos que certifiquen el nivel de competencia), formativa (informes acerca del progreso del residente y que posibilitan la retroalimentación), y formadora (la metodología pone de manifiesto el proceso de aprendizaje con estrategias reflexivas y de autoevaluación). El Libro del Residente podría perfectamente ser un portafolio que contemple todos los elementos relacionados con el proceso de enseñanza-aprendizaje, tanto documentos de obligado cumplimiento como otros elementos relevantes para la formación y la evaluación.

Para finalizar, no puedo hacerlo sin mencionar que una formación de tutores y colaboradores docentes, centrada en estrategias didácticas constructivistas y reflexivas, es fundamental para que el Libro del Residente contribuya a su fin formativo y evaluativo.