La empatía, una parte fundamental del cuidar

Lunes, 12 de diciembre de 2016

por diariodicen.es

Cuando me preguntan qué hago en mi día a día o cuando me preguntan qué hace una enfermera, yo tengo muy claro qué palabra lo engloba todo: CUIDAR.

Cuidar es suplir las necesidades que tiene la otra persona, unas necesidades que no puede llevar a cabo por sí misma, y una parte fundamental de ello consiste en tener empatía. Saber ponernos en el lugar del otro, intentar imaginarnos cómo se siente esa persona en cada momento.

photodune-1333914-care-mMe diréis que hablo de cosas que todos sabemos, de cosas que todos hacemos en nuestro día a día, pero por desgracia no siempre es así. Relataré un caso que viví como acompañante, un caso que no me dejó indiferente y que me hizo reflexionar mucho.

La mañana no había empezado bien, llegué a la residencia donde me esperaban los auxiliares para darme la noticia: un residente había debutado con crisis epilépticas y ahora se mostraba más agitado y con intentos de autoagresión.

Decidí llamar al 112, ya que en la residencia no teníamos médico 24 h, y me aconsejaron la derivación al hospital más cercano.

El usuario es un paciente con trastorno del espectro autista, con una discapacidad intelectual grave, no habla y no entiende según qué cosas, únicamente órdenes claras y concisas.

Llegó la ambulancia con tres técnicos sanitarios que desde el primer momento se mostraron atentos, intentando ayudar al usuario, disminuyendo su nivel de estrés. Aunque sabían que él no les podía contestar y probablemente tampoco les entendiera, le llamaban por su nombre en todo momento e intentaban que no se golpeara. Siempre desde la empatía y el cariño. Esa fue la clave para que el camino al hospital fuera tranquilo. Por desgracia todo cambió al llegar al servicio de urgencias.

Al llegar nos dejaron durante 15 minutos en un pasillo, con el paciente atado a la camilla y sin poder moverse. Ni los intentos de los técnicos ni los míos fueron suficientes para calmarle. Su agitación psicomotriz iba aumentando por momentos.

Insistí varias veces preguntando el porqué de la tardanza, pero nadie nos hacia caso, todos estaban muy ajetreados y solo atendían a su propio trabajo. ¿Nadie veía que era una persona especial? ¿Que aunque su vida no se debatiera entra la vida y la muerte necesitaba atención especializada?

A su manera, él lo estaba pasando muy mal, y nosotros no podíamos ayudarle.

Finalmente me informaron de que ya teníamos box. Mi sorpresa fue que era un box doble y que la compañera era una mujer de unos 90 años con una infección respiratoria. No podía salir de mi asombro: a la anciana se le había acabado la tranquilidad.

Me acerqué a la doctora y se lo comenté, le expliqué que era un usuario especial, que seguramente haría mucho ruido, que no se estaría quieto y que si querían contenerlo mecánicamente deberían sedarlo porque no lo comprendería. ¿Cómo se les podía ocurrir poner a un chico en plena agitación psicomotriz, con su patología de base, con una anciana frágil? ¿Por desconocimiento de la patología? ¿Por falta de empatía?

La cuestión es que conseguí que nos pusieran en un box individual, pero lo que no logré es que no lo contuvieran mecánicamente. Por mucho que me esforzara en explicar que no haría daño a nadie, que lo que necesitaba era moverse, que era su manera de relajarse, no lo conseguí.

El personal sanitario que nos tocó no quería atendernos, verbalizaban su miedo y su desprecio hacia el paciente. Tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no responder a sus faltas de respeto.

Una vez contenido y después de haberle administrado un sinfín de medicamentos, se tranquilizó y se quedó medio dormido, aunque por desgracia no duró mucho. A los 10 minutos de haberse dormido, entró la enfermera acompañada de la auxiliar para ponerle un pañal. ¿Pañal a una persona continente?

Le pedí por activa y por pasiva que por favor se esperara, que en ese momento estaba durmiendo y que si lo despertaba no se volvería a dormir. Como era de esperar no me hizo caso. Alegó que si se lo ponía mientras estaba despierto no le dejaría y que quería aprovechar mientras dormía.

Y entonces pasó lo esperado. Se despertó y empezó la batalla.

A partir de entonces solo recuerdo estar durante horas luchando contra él, contra su fuerza, intentando ganar a las contenciones. De la fuerza que hacía movía de tal manera la camilla que parecía que fuera a salir volando. Aunque teníamos el box justo enfrente del control de Enfermería nadie venía a ayudarme, me sentí sola, agotada, pero a la vez preocupada. ¿Cuánto iba a durar esto? ¿Le harían alguna prueba complementaria?

Al cabo de un buen rato vino la doctora y me preguntó si se dejaría hacer una TAC. Mi respuesta fue contundente: obviamente, no. ¿No estaba viendo el grado de ansiedad que tenía el paciente?

Por fin llegó la familia y yo pude regresar a la institución donde me esperaba el resto de residentes.

Sobre las 21:30 h él también volvió a la residencia, después de estar 12 h en urgencias, y sin un diagnóstico concluyente. No le habían realizado ninguna prueba complementaria, únicamente la analítica, ya que tenían que sedarlo para poder hacerle la TAC. ¿Si se hubiera dejado hacer la TAC lo hubieran hecho? ¿Solo porque requería una atención especial no se merecía el mismo trato que el resto?

Deberíamos reflexionar sobre el trato que les damos a estos pacientes porque, aunque no puedan expresarse y seguramente no puedan entenderte, lo que es seguro es que sí sienten.

López Giráldez L, Reyes Nef Y. La empatía, una parte fundamental del cuidar. Metas Enferm sep 2016; 19(7): 77-78

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