La experiencia de vivir con dolor

Miércoles, 24 de junio de 2015

por diariodicen.es

Hace poco más de un año me hicieron la propuesta de trabajar en el tratamiento y seguimiento de pacientes con dolor crónico. Tras la propuesta, durante un instante, pensé: ¿ayudar a pacientes con dolor crónico a que ese dolor disminuya y, por tanto, tengan una mejor calidad de vida?, ¡por supuesto! He de reconocer que cada día me gusta más este trabajo y que la satisfacción personal de que los pacientes mejoren no puede explicarse con palabras.

Durante estos meses he conocido muchos pacientes, muchas historias, muchas circunstancias y situaciones, muchos llantos y sonrisas. Historias de dolor, de miedo, de incertidumbre, de sufrimiento; historias donde las palabras van de la mano de los gestos, pero también van de la mano de la mirada, una mirada donde se refleja el dolor y el sufrimiento. Una mirada que anhela un ápice de esperanza, de ayuda.

Aunque el dolor se define como una sensación subjetiva, yo puedo asegurar que he visto el dolor en los ojos de mis pacientes. Hay historias que estremecen, llantos ajenos que hacen que tus ojos también se llenen de lágrimas, lágrimas de sufrimiento condicionado por el dolor.

A continuación detallaré una de las historias que más me impactaron y la cual creo que merece la pena compartir. La historia de un paciente al que se le implantó un estimulador de médula espinal de alta frecuencia Nevro Senza®.

La neuroestimulación es un mundo de ayuda, de aliento, un mundo donde el paciente mejora considerablemente en todos los aspectos que le rodean, un mundo donde prima la mejora importante de su calidad de vida. En las visitas previas a la implantación del neuroestimulador, durante la fase de prueba, realizamos una anamnesis a cada paciente, donde nos cuentan toda la historia del sufrimiento que padecen, su tratamiento, su nivel de dolor, cómo les condiciona en su vida diaria a nivel laboral, personal, psicológico, familiar, etc., una visita donde el paciente te cuenta sus vivencias, situaciones muy duras y lamentos tan profundos que, incluso sin que en ocasiones no nos los digan, sabemos cuáles son.

Uno de mis pacientes, al que denominaré “Jota”, entró con su silla de ruedas a la consulta previa a la colocación del estimulador permanente. En su mirada se reflejaba el sufrimiento, un sufrimiento que ya llevaba durante siete años.

Al comenzar la entrevista, tras las presentaciones y ponernos en antecedentes sobre el inicio del dolor, le pregunté: ¿podría decirme cuál es su nivel de dolor en una escala del 0 al 10, en la cual el cero corresponde a la ausencia de dolor y el 10 corresponde a un dolor insoportable? Jota me miró y tras un instante en silencio me respondió: ¿puedo decirte un 11? Tras su respuesta, nos miramos entendiendo recíprocamente que su nivel de dolor era tal que hasta a mí, de alguna manera, me repercutía.

Jota era un señor con una antigua vida llena de logros profesionales, de trabajo incansable y, porque no decirlo, un superdotado que con solamente 24 años había llegado a ser el responsable de unos 200 trabajadores de una gran empresa. Su familia le acompañaba en todas las visitas, su esposa reflejaba bondad, cuidadora incansable de su marido, al cual ayudaba permanentemente las 24 horas del día.

A veces, contaba situaciones tras las que el silencio se apoderaba de la habitación, puesto que su dolor era tal, que incluso en algún momento había pensado quitarse la vida. ¿Qué dolor tan grande si no el que repercute en el alma puede llevar a una persona a pensar en desaparecer?

Una vez que se le implantó el neuroestimulador permanente, el paciente volvió a la consulta y mirándome fijamente me dijo: hacía siete años que no me reía y ayer conté un chiste.

¡Su nivel de dolor había disminuido! Se sentía feliz y con ganas de reír.

Pero, sobre todo, se sentía vivo de nuevo.

Herráiz Bermejo L. La experiencia de vivir con dolor. Metas Enferm dic 2014/ene 2015; 17(10): 74

dolor, pacientes crónicos, Relato

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