«Escribir sobre un error propio y realizar autocrítica siempre es más complicado que hacerlo sobre un acontecimiento positivo. Yo he tomado la “arriesgada” decisión de escribir sobre un error. De alguna manera recordar implica revivir, hacer presente algo que ha sucedido y no solo en su contenido racional sino también en el emocional.
La situación delicada se mantuvo durante al menos 30 minutos. 30 largos minutos durante los cuales contuve la respiración (al menos así me lo pareció) y mis pulsaciones no bajaron de 180 latidos por minuto. En esos momentos había más de un enfermo en el box. Con esta nota de humor no pretendo restarle importancia al asunto sino todo lo contrario. El humor es un buen fijador de conciencia y conocimiento, justamente lo que persigo. Conocimiento y conciencia sobre la fatalidad que puede tener un error del enfermero o la enfermera, el último profesional que media entre toda una pléyade de investigaciones y avances científicos sobre el conocimiento, uso y administración de una sustancia y la realización efectiva, última, de ese acto a un paciente. No fue en este caso, como ya he dicho, un defecto de conocimiento sobre la sustancia y demás comprobaciones precisas en la administración del fármaco, sino una falta de celo en la atención al manejo de un dispositivo auxiliar empleado para la administración de fármacos. Un saber, digamos, periférico, que se convierte en determinante del central y que implica una alteración puntual del estado de un paciente. Para mí, dicho error me ha hecho reflexionar nuevamente (como si no lo hubiera hecho en incontables ocasiones) y he querido compartir esta reflexión a través de un escrito que puede caer eventualmente en manos de una persona que podría ver lejanos esta clase de errores.
Todos los profesionales de cualquier ámbito pueden cometer más o menos errores en su vida profesional, así como más o menos actuaciones brillantes. Todos conocemos y/o cometemos algún error, pero ¿cuál es la especificidad del error enfermero? Obviamente que somos el último eslabón en la cadena de administración de fármacos (dejando a un lado el tema de la adhesión terapéutica de un paciente “autónomo”).
A lo largo de mi trayectoria profesional no son incontables, pero tampoco pocas, las situaciones en las que personalmente he llamado la atención sobre un fármaco pautado al cual era alérgico el paciente, sobre una dosis excesiva debido a un error de hecho o de otro tipo, sobre una incompatibilidad farmacológica o sobre un olvido en la pauta de un fármaco. Nada excepcional. Es simple y llanamente mi obligación.
Por el contrario, en mi error, nada/nadie me pudo asistir; la especificidad del trabajo enfermero, entre otras, es ésa: estar en la cabecera de la cama, al otro lado de la luz del catéter, cerrando y abriendo vías de administración, al mando de los botones de una bomba de infusión.
Tres horas después de aquel error, con todo restablecido totalmente (salvo yo), pude constatar mi vertiente más bipolar cuando pasé de un valle emocional a una situación de tranquilidad y bienestar (similar a un tibio sol de atardecer). Fue cuando, lentamente, apoyado en un bastón, pasaba al box el anciano marido de la paciente. Detrás iba su nieta. Ambos con esa mezcla de tristeza y asombro que tienen los familiares al entrar en una UCI. Tristeza de ver a su familiar con múltiples cables y tubos por la totalidad de su cuerpo y asombro por descubrir un universo de aparatos y pantallas con caprichosas líneas de diversos colores sobre las que se presupone que dictan el estatus vital de su ser querido. Sentado en una parte del control desde la que podía observar la situación asistí feliz a esa entrada. Muchos familiares de pacientes intubados en UCI te buscan al entrar al box porque quieren de alguna forma canalizar su deseo de comunicarse con su ser querido a través del profesional enfermero. En cierto sentido, en esos momentos cumplimos una función chamanística. Tras observar durante unos momentos a los familiares en sus primeras evoluciones en el box y “requerirme” mediante la mirada me acerqué al box. Aunque, más bien, creo que en este caso fue al revés, yo me acerqué al box porque quería hablar con ellos y que de alguna forma me ayudaran a conectarme con ella para… ¿pedirle perdón?
Aunque emocionalmente agotado, terminé el turno feliz al haberse solucionado la situación y al ser consciente de que mi vocación enfermera estaba “a prueba de bombas”.
Fuente: Cebrián Picazo F. La particularidad del error en Enfermería. Metas de Enferm feb 2011; 14(1): 73-74