Relato: Una difícil e inolvidable enseñanza

Lunes, 5 de febrero de 2024

por diariodicen.es

Relato enfermero: Han pasado casi cuatro años desde el inicio de la pandemia de la COVID, pero su presencia sigue siendo una realidad casi diaria entre nosotros y, aunque han cambiado mucho las cosas, como enfermero que vivió aquello en sus comienzos, no puedo evitar tenerlo permanentemente en mi recuerdo, pues me tocó “sufrirlo” en una residencia de personas mayores, donde el miedo y la soledad se manifestaron, a veces, de forma inhumana.

Acababa de comenzar como coordinador de Enfermería en una residencia y de pronto todo comenzó a estallar. Cientos de noticias diarias, montones de correos electrónicos, inseguridad e incertidumbre entre nosotros y mucho miedo en la cara de los residentes y de los compañeros de trabajo.

Relato: Una difícil e inolvidable enseñanza

Muchos pueden poner una fecha o un acontecimiento que sea punto de partida de la pandemia. Para mí lo fue el día en el que cinco auxiliares acudieron llorando con miedo a contagiarse porque escucharon que había un contagio en otra residencia cercana y pedían mascarillas para atender a los residentes (que no teníamos y no podíamos conseguir). Ese día acabamos discutiendo y llorando todos sin concluir en nada útil, pero para mí, desde entonces, nada volvió a ser igual en el trabajo.

Recuerdo el correo informando del primer positivo que tuvimos, una señora derivada del hospital donde había estado por una fractura de cadera, a quien por protocolo se le hizo un test y marcó el principio del fin de muchos otros residentes. Aquí comienza mi peor experiencia profesional hasta el momento. Aislar a las personas mayores sin entender muy bien qué sucedía, cribados masivos, pacientes que se derivaban por problemas respiratorios graves y que no volvían, otros tantos no alcanzaban a derivarse porque fallecían y, por supuesto, las familias igualmente preocupadas. Se acumularon en una misma mañana cuatro fallecimientos y las bombonas de oxígeno todas ocupadas. En algún caso se tuvo que retirar de un paciente y
ponerlo a otro que lo necesitaba más.

Recuerdo las llamadas al centro de salud pidiéndoles oxígeno, mascarillas y pantallas para aislamiento, y sus pobres respuestas sobre que tampoco tenían ni para ellos. Pasaban los días y poco a poco algunos iban mejorando, pero otros no. Por fin iban llegando cajas de material y algo de tranquilidad se fue extendiendo por la residencia.

Pasamos el siguiente año entre nuevos brotes de COVID y lágrimas de estrés, pero nada comparado como la primera ola. Para el tercero ya estábamos todos con más recursos y mayor experiencia. Recuerdo hablar con aquellas cinco auxiliares que acudieron a mí llorando y dolernos juntos de la situación que habíamos vivido. Para el tercer brote ya habían fallecido en total 33 residentes. Aunque el número no fue tan grande como en otras residencias, para todos los compañeros que hemos vivido algo similar sigue siendo demasiado. De algunos aún recuerdo sus habitaciones, sus pertenencias, sus fotos en los cuadros y hasta las anécdotas que contaban.

Después de un tiempo, decidí cambiar y empezar a trabajar en un hospital, pero quizás por mi experiencia anterior, acabé trabajando en una planta de hospitalización, donde sigo hoy, en la que llevamos solo pacientes ingresados por COVID. Mucho ha cambiado todo desde que comencé en esa planta; sobre todo, ahora tratamos pacientes oncológicos y hematológicos que por desgracia se han contagiado. Ha habido algunos cambios, pero siempre he estado con este tipo de pacientes.

Mucho ha cambiado el modo en que manejamos los aislamientos y muchísimo más aún cómo se tratan los aislamientos entre una residencia y un hospital. Bien es cierto que lo que aprendí en mi etapa de residencias me ha servido para darme cuenta de la cantidad de errores que se cometen en los hospitales a la hora de tratar con pacientes COVID y del poco miedo que hemos acabado por tener.

Recuerdo las formaciones que impartía sobre cómo ponerse y quitarse el EPI, sobre cómo desinfectarse las manos y sobre cómo tratar los residuos en la residencia. En el hospital, con los ritmos frenéticos de trabajo que hay siempre y el ajetreo en los pasillos, al llegar ya dan por hecho que sabes cómo funciona todo, tengas la experiencia que tengas. He visto muchas compañeras nuevas sin conocimiento ninguno sobre los aislamientos y que muchas veces damos por sentado que ya deberían conocerlo, y otras tantas con muchos años de experiencia que no cumplen las medidas por desdén o pérdida de motivación. Esto último no solía ser la mayoría.

En la residencia, recuerdo aislar a las personas mayores en habitaciones cuando daban positivo apartándolas de sus rutinas, paseos, actividades y motivaciones diarias y ver cómo la propia habitación se los comían a pesar de los esfuerzos de las enfermeras, auxiliares y terapeutas de hacer actividades con ellos, teniendo que ir uno por uno a explicarles con todo lujo de detalles las circunstancias en las que estaban y por qué se hacía, entendiendo en muchos casos más bien poco. En un hospital, llegamos, colocamos los aislamientos y el paciente ingresa en la planta COVID y no sabe todavía ni que es positivo.

El caso más chocante para mí fue cuando entré en la habitación con el traje de superhéroe puesto de pies a cabeza (EPI para los sanitarios) y encontré al paciente con varios familiares, entre ellos dos niños pequeños. Aquí empiezan las preguntas, los enfados y las disculpas.

Recuerdo informar que debido a las medidas de aislamiento el paciente no podía recibir visitas y preguntarme el propio paciente sobre el porqué del aislamiento, y darme cuenta en ese momento de que ni él ni su familia sabían sobre su positivo. Reunir toda la amabilidad y empatía que podía encontrar y lanzar la bomba de la mejor manera posible que se podía, diciendo la verdad. Manos a la cabeza, bocas abiertas, muchas disculpas por nuestra parte.

Ojalá pudiera decir que los profesionales de la Enfermería contamos con todo el tiempo del mundo para hablar, explicar y consolar a los pacientes, pero la realidad acaba siendo en muchos casos lo contrario. Coincidirán conmigo muchas compañeras y compañeros del gremio en que en los hospitales se lleva tal ritmo de trabajo, y tantas cosas en la cabeza al mismo tiempo, que en pocas ocasiones nos paramos a intentar adaptar la rutina del hospital a los pacientes, en lugar de a nosotros mismos.

Si hay algo de lo que me he dado cuenta a lo largo de mi carrera profesional ha sido que si comparamos el trabajo enfermero en residencias respecto al hospital es que, en cierta medida, el cariño que desarrollan los trabajadores hacia sus pacientes es muy distinto, siendo esta diferencia inevitable. No podremos comparar el trato diario con las mismas personas que ver cómo los pacientes, cada pocos días, en el mejor de los casos, se van de alta. Tampoco podemos comparar en ningún caso el tiempo del que se dispone en una residencia respecto al que se cuenta en un hospital para tratar con los pacientes, puesto que son ambientes distintos, pero sí que sé, y tengo claro, que no olvidaré nunca mis días en residencias, y que gracias a ellos y a los momentos de estrés vividos puedo afrontar el día a día pensando más en los pacientes y en sus respuestas humanas ante la enfermedad que puedan padecer.

Autor del relato: Miguel Ángel Mora Álvarez

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