El alzhéimer

Martes, 3 de marzo de 2020

por diariodicen.es

Según decía mi madre, desde pequeña tenía claro que yo iba a ser enfermera. Recuerdo también cómo les comentaba a mis hijos mientras ellos jugaban a ser médicos y ella la enferma: “vuestra madre, cuando era como ustedes, estaba siempre entre tiritas y esparadrapo”. Parece mentira cómo hay enfermedades en las cuales perdemos todos los recuerdos, llegando incluso a olvidarnos de lo más querido que tiene una madre, sus hijos.

Pero permitidme que yo sí recuerde todos esos momentos vividos con la mejor enfermera del mundo. Esa persona es mi madre. Ella era la cuarta de cinco hermanos. Nació en una época muy difícil donde toda su niñez la pasó entre olivos y burros, pues mi abuelo era arriero, y de bien temprano tuvieron que aprender a trabajar duro, ya que toda la ayuda era poca para poder llevar un jornal a la casa.

A pesar de esa dura niñez, mi madre era una persona que le encantaba ayudar a los demás y, así, después de la jornada de campo se iba a casa de Concha, vecina de mi abuela, que era la que ponía las inyecciones, la que ayudaba en los partos y la que te trataba cuando tenías fiebre. Doña Concha, como la llamaban todos, era una mujer adinerada del pueblo que enseñó a mi madre a cuidar a los demás a pesar de que mi madre no sabía ni leer. Con el tiempo, y tras morir doña Concha, fue mi madre la que se encargó de prestar los cuidados a las personas que lo necesitaban.

Así pasó su juventud, pese a no saber leer era capaz de coger una jeringa, cargar una medicación e inyectártela en una zona anatómicamente correcta sin causarte lesión, y como eso, miles de remedios caseros.
Pasó el tiempo, se hizo una mocita y conoció a mi padre. Sin casi darse cuenta, según me decía ella, se vio con cinco niñas, todas casi de la misma edad. Esto le dificultó mucho seguir haciendo lo que según ella más le gustaba, que era cuidar, pero a pesar de todo el trabajo que le dábamos, no sé cómo, seguía haciéndolo. Siempre nos decía que había que portarse bien con los demás y que debíamos cuidar de los mayores.

A mí me encantaba lo que hacía mi madre. Me gustaba jugar a imitarla, y como si lo llevara en los genes, finalmente yo también fui enfermera. Me hubiera gustado que pudieseis ver la cara de mi madre cuando su hija subió al estrado a recoger su título. No cabía en sí de gozo. Era su sueño hecho realidad, pero en la persona de su hija. Era muy gracioso, donde quisiera que fuera y con quien hablase siempre decía: “mi niña es enfermera, pero con su título y todo”.

Con unos añitos de experiencia formé una familia. Seguía los pasos de mi madre, aunque no con las dificultades que ella pasó, porque todo era mucho más fácil. A ella le encantaba jugar con sus nietos ahora que ya tenía más tiempo y les contaba sus historias de cuando era joven con Doña Concha.

Sin embargo, llegó aquel maldito día. Ese día en el cual todo cambió y se llevó la alegría de nuestras casas.

Recuerdo que estaba en el hospital y mi hermana mayor me llamó y me dijo que me pasara por casa de mamá que tenía que hablar conmigo. Me da pena solo recordarlo. Al llegar mi hermana me dijo que mamá estaba rara y que se había dado cuenta de que cada vez más hacía y decía cosas sin sentido. Es verdad que habíamos notado hacía un tiempo que se le olvidaban las cosas, que cambiaba los nombres a la gente y nos llamaba de otra manera, pero creíamos que eran cosas de la edad. Nunca creímos que fuera esa dichosa enfermedad.

La médica de cabecera la mandó al neurólogo porque creía que era una enfermedad de la mente. Recuerdo que la llevé personalmente a ver al doctor, el cual le hizo una serie de preguntas. Me moría de la pena. Le preguntaba por sus hijas y solo recordaba a algunas y otras no. Confundía los nietos con sus hijos. No sabía decir la hora que era. Creía que tenía 42 años en lugar de 67 que era los que tenía.

Nunca nos imaginamos que fuera tan rápido. El alzhéimer hacía mella en ella como una estrella fugaz. Los primeros días se te pasan muy rápido entre médicos, inspectores sociales, etc., para poder arreglar todo, ley de dependencia, incapacidad… Pero cuando te vienes a dar cuenta, cada vez requiere más ayuda para la higiene, para hacer la comida, para poner la lavadora. Confundía a mi padre con mi abuelo, pero, sin embargo, a veces se acordaba y se ponía a llorar porque se daba cuenta de que su cabeza ya no estaba bien.

Es una enfermedad en la que te vas consumiendo, en la que vas olvidando todo y a todos. Esa mujer que tanto carácter tenía, y que siempre era sobre la que nos apoyábamos en los malos momentos, era la que ahora se hundía y no se reconocía ni a ella misma.

Es difícil aceptarlo, pero nunca estarás sola, madre. Como hijas y como profesionales de la enfermería, siempre estaremos a tu lado.

Gutiérrez Benítez C, Gutiérrez Benítez MA, Gutiérrez Benítez F. El alzhéimer. Metas Enferm dic 2019/ene 2020; 22(10):79-80

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