Una mirada fugaz

Miércoles, 6 de junio de 2018

por diariodicen.es

El futuro de la sanidad parece estar en la autogestión del paciente, sobre todo, en aquellos con enfermedades crónicas y no dependientes. Con los nuevos smartphones y pulseras de actividad disponemos de pulsímetros, tensiómetros, podómetros, medidores de oxígeno y sistemas que monitorizan nuestro sueño. Con pacientes capacitados podemos delegar el proceso de toma de muestras de glucosa, la tensión o el pulso cardiaco, pero ¿hasta qué punto?, ¿hasta dónde llegar en esa autogestión?, ¿en la automonitorización total y en cualquier situación?, ¿dónde están las líneas rojas?

Lejos de pretender restarle importancia a la educación de los pacientes y, por supuesto, al autocuidado, con el presente relato, basado en una situación real, solo se busca instar a la reflexión acerca de esas situaciones donde las circunstancias nos pueden llevar a perder de vista el grado de responsabilidad que debemos tener en el seguimiento y control de nuestros pacientes.

La muerte fetal intrauterina es una de las situaciones más difíciles de hacer frente en Obstetricia; según la Organización Mundial de la Salud (OMS) se producen más de 3,2 millones de nacimientos de bebés sin vida en todo el mundo, el 98% en países en desarrollo. Es una situación inesperada en la que están presentes los mecanismos de autodefensa no solo de la mujer gestante y su pareja, sino también del profesional que gestiona la situación.

Domingo por la tarde en una unidad obstétrica de uno de nuestros hospitales.

—¡Ana!, tienes una mujer gestante en triage que tiene la tensión un poco alta. Gemma García.

Abandonó la salita y se dirigió a la consulta. Ya la estaban esperando.

—Buenas tardes, me llamo Ana y soy la matrona de guardia. ¿Qué le ocurre?
—Hola, Ana, estoy embarazada de 36 semanas, he estado regular todo el fin de semana, pero esta mañana me he levantado un poco peor, la tensión la tengo algo alta, bueno en realidad, no sé…

… Mmmmm… a ver los datos recogidos… mujer primípara, añosa, 36 semanas y sin signos evidentes de inicio de trabajo de parto –leyó Ana sin mover si quiera una ceja o abrir la boca…– no parece tener nada anormal.

—¿Le han tomado la tensión esta mañana aquí?, ¿quién se la ha tomado?
—… No aquí no, mujer, me la he tomado yo con el smartphone.
—¿Con qué? ¡ah!, con el móvil. ¿Y con eso se puede? Bueno, siga contándome.
—… Se va a llamar Abiel, es un nombre hebreo que significa “Dios es mi padre” que escuché hace unos años cuando trabajaba en Londres.

Qué afición tiene la gente por poner nombres raros –pensó– con lo bonito que es el nombre de mi Paco o el de mi sobrino Jesús, o Juan el marido de Pili. En fin…

—Estoy escuchando continuamente el latido del niño con mi iPad, a veces me lo pongo para dormirme y es una sensación maravillosa. Dudaba entre varias apps, pero me decidí por…

Vaya, otra fan de los aparatitos. A este paso, pronto no vamos a hacer falta para nada, los partos los harán los robots y nosotras al paro.

—Pero el BabyScope se quedaba bloqueado porque mi smartphone no tiene suficiente memoria, así es que tuve que cambiar de móvil y ahora he instalado una app nueva.
—Se llama iStethoscope y está en la tienda de Google app aunque no tiene… ¿verdad, José Luis?
—Sí, mi vida— asintió el marido.

Pero bueno, viene ya ese latido o qué, pensó Ana. Lo único que escuchaba era su propio corazón palpitando de forma cada vez más acelerada, casi frenética: no había latido. Volvió a comprobarlo, insistió, bajó los ojos e instintivamente comenzó a recordar los consejos de sus maestras sobre cómo gestionar estos casos: la negación, el porqué, el duelo. ¿Qué era lo que había que hacer?

Se incorporó, y fue solo un instante, una décima de segundo en la que cruzó su mirada con Gemma, suficiente para saberlo todo. El silencio inundó la habitación, la mirada de ella la buscaba con impaciencia, la perseguía, podía notarse su inquietud y desasosiego.

—Gemma, voy a volver a comprobarlo, pero no escucho un latido claro. Voy a pedir que un compañero me ayude. Un momento…

Buscó al ginecólogo y le comentó la situación, volvieron ambos y el ambiente era aún más tenso en la pequeña sala. Tras realizar de nuevo las comprobaciones no hubo duda alguna. Nunca había pasado por una situación parecida, nunca había tenido que dar una noticia semejante, pero la recordaría toda su vida.

Tras el derrumbe inicial de los padres, la taquicardia y el llanto desconsolado intentó contenerse, pero el cuerpo se lo pedía, se acercó a Gemma y la abrazó, un abrazo fuerte, mantenido y sentido que lo dijo todo. Otro abrazo sentido al marido y de nuevo un angustioso silencio.

—La verdad es que no sé muy bien qué decirles, me imagino cuánto querrían a ese bebé. Siento mucho lo que les ha pasado, pero ahora tienen que tomar algunas decisiones.

Les comentó el proceso a seguir y se retiró por unos minutos. Tragó saliva de nuevo, respiró hondo y tuvo que ir al lavabo por unos instantes evitando la mirada del supervisor.

—Luis, quiero quedarme con ellos en todo el proceso, ¿podrás apañarte?
—No hay problema, Ana.

Provocaron el parto sin esperar mucho tiempo para evitar complicaciones a la madre, un parto vaginal normal con epidural, contracciones y dolor físico y psicológico. Ana estuvo presente en todo momento, cerca de ella y su marido.

—El bebé tiene una apariencia física normal, si no queréis verlo no hay ningún problema, si cambiáis de opinión solo tenéis que decirlo. Estaréis abatidos, pero quiero que sepáis que podéis contar conmigo para lo que necesitéis.

Tras el parto se les dejó un tiempo de intimidad para que asimilaran la situación. Les visitó el psicólogo y aceptaron volver a ver a su niño. Se les veía con pena, pero con serenidad. Se pusieron las batas y se despidieron de su hijo. Lo encontraron envuelto en una sabanita, con la cara descubierta, lloraron, le cogieron en brazos y le estuvieron hablando.

Al volver, sobre una bandeja en la mesita de noche estaba la pulsera de identificación de Abiel que Ana les había dejado. Una pulsera y mucho dolor por la pérdida de una persona que siempre estará en sus corazones.

Dar al paciente una mayor responsabilidad en cuanto a su monitorización, seguimiento y control es bueno y necesario, pero puede llevarnos a situaciones como la descrita, y que, con el auge de las apps para smartphone, ocurren con más frecuencia de la que nos creemos. Tenemos que valorar con criterio dónde ha de estar la frontera del autocuidado.

Por otro lado, también necesitamos mejorar la atención al paciente en los hospitales en el primer momento de las situaciones de muerte fetal. Se necesitan profesionales especializados en este tipo de duelo, o por lo menos con una formación específica para ayudar a afrontar esta situación dolorosa con ayuda psicológica in situ, inmediatamente después de conocer la noticia, que es el momento más duro del proceso. Se hace necesario disponer de grupos de apoyo de personas que hayan pasado por lo mismo y protocolos más humanizados que ayuden a superar este tipo de duelo tan especial.

En todos estos aspectos, el profesional enfermero tiene mucho que decir, no solo como trabajador del sistema sanitario, sino también como persona que ayuda a personas, nuestra principal misión.

Fernández Aranda MI. Una mirada fugaz. Metas Enferm may 2018; 21(4):79-80

autocuidados, enfermera, enfermería, matrona, pacientes

¿Quieres comentar la noticia?

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

*
*