Disponiblidad 24 horas/día: enfermería

Jueves, 4 de octubre de 2018

por diariodicen.es

Domingo 6 de agosto de 2017. La lavadora está centrifugando la ropa, luego tenderé. Hoy hace buen día, sopla aire fresco, la temperatura no es tan bochornosa como en días pasados. Me gusta. Prefiero un día fresco que el calor excesivo.

Tengo un poco de tiempo para mi otra pasión, escribir, relatarles el día a día de un humilde enfermero. Ya son varios relatos en esta, su revista, lo cual, me llena de satisfacción y orgullo. Me alegra que mis pequeños relatos puedan interesar a alguien.

Sentada junto a mí, en otro sofá, está la mujer que me dio la vida, mi madre, una de las tres mujeres que más quiero en este mundo; luego están mi hermana y mi maravillosa sobrina. Siempre rodeado de mujeres dentro y fuera del trabajo. Aunque evidentemente no es imprescindible, creo que ello me ha ayudado a comprender mejor la labor del cuidado, tradicionalmente femenina. Rememoro las palabras de una antigua maestra, al decir que la mejor enfermera del mundo siempre será una madre para con sus hijos.

Ahora está durmiendo la siesta, ya ha envejecido, tras la comida le he dado sus pastillas para sus dolencias crónicas y un calmante para el dolor. La observo. Lleva puesta una bata de color rosa con flores estampadas y unas zapatillas azules. Su respiración es pausada y tranquila, no emite ningún sonido. ¿De dónde he heredado yo mi capacidad de ronquido?

Como he dicho, es agosto, ya no me quedan vacaciones de verano, las disfruté en junio, en ordenar y limpiar mi casa y la de mi madre. En cuidar de ella, en hacer la compra y la comida. No fui ni un solo día a la playa, ni siquiera a la piscina o al campo. Los amigos liados y junio pasó.

Soy navarro, me reservé el segundo periodo vacacional para la semana de San Fermín, esas fiestas mundialmente conocidas y que pueden presumir de ser de las mejores del mundo. Nadie se podía haber esperado lo que me ocurrió.

Estaba ilusionado, solo me quedaba trabajar esa noche y ya tendría vacaciones para disfrutar de las fiestas de San Fermín, ya tenía preparada la ropa blanca, lavada y planchada. El “pañuelico” junto a la faja, ambos rojos, resplandecían sobre el fondo blanco de los pantalones que estaban en la silla.

Esa noche de trabajo no fue diferente a otras, me tocaba observación de urgencias. No fue tranquila, un ingreso, otro y otro más, hasta llenar la planta de observación. Llegaron las seis de la mañana y, como siempre, ya estaba destrozado; me estoy haciendo viejo para las noches que cada vez me pesan más. Decididamente, las noches son para dormir, tengo el ciclo circadiano deshecho por el paso de los años y eso que cuando tenía 20 años las soportaba sin ningún problema y era capaz de asistir por la mañana a un curso de postgrado.

Llegaban las siete de la mañana. ¡Esto no está pagado! Es lo único que pasaba por mi cabeza, ya era hora de hacer las extracciones para las analíticas sanguíneas, toma de constantes, registro de diuresis y escribir el parte de Enfermería antes de que llegue el cambio de turno. Un café de la maquina, contar el parte, bajar a los vestuarios, cambiarme de ropa y caminar 10 minutos hasta un descampado donde dejo el coche para evitar pagar la zona azul hospitalaria por estacionar. Ya podían poner unas tarjetas gratuitas para los trabajadores, menudo afán recaudatorio tiene el gobierno, pensé.

Hasta la casa de mi madre no hay mucha distancia conduciendo, 15-20 minutos dependiendo de tu suerte con los semáforos. Tras ese tiempo llegué a casa, mi madre se había caído y le dolía el tobillo. Le pregunte qué le había ocurrido y al principio me dijo que se había mareado; no era extraño, había comenzado un tratamiento con una nueva medicación, benzodiacepinas, y se levantaba habitualmente bastante adormilada. Más tarde también me dijo que se había resbalado, quizás fue una mezcla de ambas circunstancias lo que propició la caída.

Estaba muy cansado, demasiado para conducir, era peligroso. Le di un sobre de Neobrufen® de 600 mg y me acosté dos horas.

Me levanté, me duché y, como todavía le molestaba el tobillo, decidí llevarla a Urgencias.

Tras varias horas en la saturada sala, volvimos a casa con un diagnóstico de esquince en tobillo derecho y pequeña fisura de maléolo y un tratamiento de vendaje compresivo, pierna en alto, reposo, antiinflamatorios y frío en la zona afectada, así como heparina subcutánea para minimizar los riesgos de la inmovilidad.

Como decían en el pueblo de mi madre, si no quieres taza, toma taza y media. Menudos Sanfermines me esperaban, de enfermero, cuidador 24 horas al día. Siempre he pensado que los policías y los bomberos eran profesionales 24 horas al día si la situación lo requería, idénticamente ocurría con los profesionales de la salud y me acababa de tocar el gordo de manos de mi propia madre. Bueno, era mi deber y así lo hice.

Solo salí un día en aquel San Fermín. Eso sí, disfruté como si fuera un niño en el circo viendo a los payasos. Bailé, canté, bebí toda la cerveza que mi cuerpo podía aguantar y me encontré con compañeros del trabajo con los que me une una bonita amistad. No puedo pedir nada más a mi dios.

Ya estoy terminando mi pequeño relato y estoy satisfecho con él, con mi vida y con ser enfermero 24 horas al día durante 365 días al año. Solo espero que hoy, que estoy de fiesta, no me toque atender a nadie en la calle; espero que mi dios me conceda esa pequeña petición.

González Cordeu A. Disponibilidad 24 horas/día: Enfermería. Metas Enferm sep 2018; 21(7):79-80

enfermería, Enfermero

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