Ella no quería morir sola

Viernes, 5 de julio de 2019

por Juan Carlos

Ana, mi abuela, no quería morir sola. Hace ya unos meses que a sus 95, casi 96, años, falleció. He tardado mucho en poder escribir este post, el estrés de los últimos tiempos, unido a la necesidad de tomar un poco de distancia antes de poder expresar, de la mejor forma posible, con palabras lo vivido, pero ha llegado el momento de compartirlo con vosotros.

Sé que no puedo ser objetivo con mi abuela, pero todos los que la conocían saben que era increíble, con una salud superfuerte, una mentalidad y energía extraordinarias, que no se correspondía para nada con su época. Ella devoraba los libros hasta sus últimos días y podía hablar contigo de cualquier tema, eso de quedarse quieta no iba con ella y nunca olvidaré sus discusiones con mi madre por no dejarla hacer cosas en casa.

Desde hace unos meses fue poco a poco empeorando su salud, una fibrilación auricular la hizo entrar en insuficiencia cardíaca, y esta la frenó mucho, haciéndola pasar a tener una vida más limitada, en la que su actividad solo iba de la cama al sillón. Como cada domingo, mi madre subió a llevarle el desayuno, pero no le respondía,  al intentarlo solo movilizaba la mitad de su cuerpo.

No podía hablar y solo te miraba y te cogía la mano, con su mano izquierda, entendía perfectamente lo que estaba pasando y reconocía perfectamente a todo el mundo pero la afectación era muy importante. El equipo de emergencias que vino a casa y la valoró se portó genial, la trató con cariño y con mucho tacto iba gestionando la situación. Al llegar yo y ver que era enfermero me preguntaron directamente qué pensaba yo y qué prefería:

  • ¿Trasladarla al Hospital para hacerle un TAC y confirmar lo que ya sabíamos por la clínica, dejarla sola en un pasillo o en una observación y con toda la familia fuera esperando?
  • ¿Dejarla en casa esperando la evolución?

Ella siempre había dejado muy claro que a esa edad no quería hospitales, quería estar con los suyos…Y sobre todo: “Ella no quería morir sola”.

La dejamos allí, en su cama, aunque he de reconocer que no era fácil, nada fácil, verla así. Estaba tranquila, pero por la tarde comenzó a empeorar, le costaba respirar, su corazón débil al menor esfuerzo sufría, se ponía sudorosa, pálida… Al ver que iba a peor y que mi familia (al igual que yo) lo pasaba fatal al verla así, volví a llamar siendo consciente de que la siguiente decisión a tomar suponía volver a plantearnos llevarla al hospital o asumir el cuidado de mi abuela en sus últimos momentos, llevando a cabo medidas de confort para que estuviera cómoda y tranquila.

Otro equipo llegó, viendo la situación me plantearon las opciones que yo ya sabía. Cuando estás trabajando y ves a una persona en esa situación, duele, y la parte racional te deja claro que lo mejor es reducir ese sufrimiento, pero cuando es tu abuela, como si fuera cualquier otro ser querido, la razón deja paso a los sentimientos; y esos sentimientos duelen. Finalmente  esas palabras que tantas veces me había repetido  retumbaron en mi cabeza y decidimos dejarla en casa, se canalizó una vía subcutánea y me dejaron medicación con su pauta prescrita para que pudiera controlarse cualquier síntoma de sufrimiento.

La verdad es que le vino genial, se quedó muy relajada. Aunque cada vez que pasaban las horas volvía a tener dificultad respiratoria y era necesario su dosis.

Pasó la noche relajada, mi familia me decía que si yo no hubiera estado allí la hubieran llevado al hospital, que no aguantaban verla así. Pasé toda la noche junto a ella y a la mañana siguiente seguía deteriorándose, vino su enfermero de Atención Primaria, habían hablado ya entre ellos y con su médico, me mandaban más medicación y me animaban.

La tarde ya era diferente comenzó a tener ruido respiratorio sin que significara que se estaba despertando, eran los temidos estertores, ya no se iban con la Buscapina, pero ella estaba totalmente tranquila, poco después pasó, y mi abuela falleció.

Una gran tormenta de sentimientos me invadió, me acordé de cuando hace tiempo pregunté en Instagram si preferían que su ser querido muriera en casa junto a los suyos o en un hospital, recordé cómo están ahora las urgencias, sin espacio, todo sobresaturado, con profesionales dando el 200% y aun así, sin tiempo para cuidar como querríamos. Recordé la falta de espacio, a las  personas que están muriendo en una observación sin el amor de su familia, mientras los familiares de estos  esperan en salas el fatal desenlace.

Pensé en que al elegir dejarla en casa, aunque la situación era muy grave, no nos daban permiso en el trabajo, ya que solo lo da cuando hay ingreso y pensé en la gente que termina llevando a su familia a un hospital al no existir un sistema que garantice unos cuidados paliativos domiciliarios adecuados.

En estos nuevos tiempos que corren, en los que la asistencia sanitaria comienza a tener que hacer frente al envejecimiento de la población, a población con múltiples enfermedades crónicas que saturan hospitales y centros sanitarios, empieza a crecer la conciencia del cambio de paradigma en la atención y cuidado prestando mucha más importancia a la prevención y tratamiento previo a las reagudizaciones de esas patologías complejas.

Entre esas nuevas formas de cuidar, la atención de personas en los últimos momentos de su vida o en situación terminal debe ser una prioridad, facilitando los cuidados a domicilio y permitiendo a pacientes y familias que así lo quieran poder pasar esos últimos momentos juntos.

Como veis, en esa foto, que aun hace que se me salten las lágrimas, mi abuela cogía mi cabeza cuando le hablé y le dije que estuviera tranquila, que no la íbamos a llevar al hospital y que yo me iba a encargar de que estuviera tranquila y de que no le faltara nada.

Ella no quería morir sola y cuando pienso en ella, pienso en la cantidad de personas que, por una u otra causa, muere sola, con todo nuestro cariño, pero sin el cariño de sus seres queridos, en la frialdad que da una sala de observación o una habitación de una planta.

Queda mucho por hacer, mucho por modificar, muchas conciencias que remover, pero tenemos que tener claro que, por ley de vida, antes o después, perderemos a algún ser querido, o nosotros mismos moriremos. Y perdonad que os diga, pero yo no quiero morir solo.
No quiero acabar el post sin dar las gracias al inmenso cariño de todos los profesionales que atendieron a mi abuela, que vinieron a casa, a su medico de familia, a mi Bea López y Mónica Gutiérrez y por supuesto a todo el personal de enfermería que la atendió. Es muy, muy importante en esos momentos en los que aunque la familia sabe que es la evolución natural de la vida, se tengan palabras y gestos de respeto y de cariño.

Espero no haberos aburrido y que en la medida de lo posible os haga reflexionar un poco.

Un abrazo y os dejo claro que, en la medida en la que pueda, intentaré aportar mi granito de arena, tanto en redes sociales como en el propio trabajo, para abordar el cuidado de las personas que están en su última etapa vital.

Juan Carlos Miranda – Enfermero de urgencias

Para consultar la publicación original se puede acceder al siguiente enlace.

Cuidados paliativos domiciliarios, enfermería, Enfermero

Acerca de Juan Carlos (DD:54)

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