Relato enfermero: Felisa

Viernes, 11 de junio de 2021

por diariodicen.es

Aún recuerdo el primer día que entré en la habitación de Felisa para hacerle el ingreso. Mi primer pensamiento fue el recuerdo de mi abuela, una mujer muy tierna y agradecida en todo momento. Felisa siempre se disculpa cuando llama al timbre. Pero yo estoy encantada de ir a su habitación para ver qué necesita esta vez.

Felisa fue operada de hernia discal y la operación no salió según lo esperado, por lo que tuvo que repetirse. Eso hizo que su estado de ánimo bajara bastante y cogiera un gran miedo al quirófano y al hospital.
Tras la nueva operación, la cicatriz resultante no se está curando según lo esperado y además está infectada de un microorganismo multirresistente a antibióticos. El médico le dice que espere, que todo es cuestión de tiempo y paciencia, pero ella no se lo cree y ha perdido la poca confianza que le quedaba.

Son las 8 de la mañana y tras preparar la medicación entramos en su habitación. Dice que no ha dormido nada, que no aguanta el dolor, que necesita más calmantes. Tras repartir toda la medicación, como cada día, decido ir a su habitación para hablar con ella y escucharla. Felisa no suele estar acompañada por ningún familiar o amigo, por lo que el personal del hospital es toda la compañía que tiene y nosotras, las únicas personas que estamos escuchándola y apoyándola cada día.

Al verme entrar se emociona, está muy sensible y me cuenta que quiere irse ya a casa porque no aguanta la espera, pero que tiene miedo de no poder valerse por sí misma nunca más, ya que antes andaba perfectamente y ahora necesita el andador para poder moverse e ir al baño. Además, se pasa todo el día sentada en el sillón o echada en la cama debido a la restricción de movilidad por el pasillo que hay como consecuencia de la COVID-19 y porque le duele tanto la espalda que ni siquiera da paseos por la habitación.

Hoy es día de cura y Felisa se pone muy nerviosa. Comenta que tiene miedo de que la herida siga sin evolucionar correctamente. Cuando despegamos el apósito, observamos que la herida está abierta y sigue sin cicatrizar correctamente. Felisa nos pide que le hagamos una foto y se la enseñemos, lo que hace que se asuste aún más al verla y su estado de ánimo no mejore.

Felisa insiste en saber cuándo va a poder estar como antes y finalmente deciden intervenirla de nuevo para limpiarle la herida y mejorar la sutura. Esto hace que vuelva a tener miedo y esté un poco alterada al comunicarle la noticia. Desde el día anterior a la operación quirúrgica no come porque está muy nerviosa y tampoco consigue dormir ni descansar. Nosotras intentamos calmarla, pero ya es la segunda intervención en un mes y es normal que tenga miedo del resultado, sobre todo porque antes de la primera intervención era una persona totalmente válida e independiente y le atemoriza que eso no vuelva a ser así.

Llega la hora de llevar a Felisa al quirófano, sin haber conseguido tranquilizarla. Tras tres horas en el quirófano Felisa sube a planta y por suerte la operación ha salido según lo esperado. A pesar de eso Felisa sigue estando muy triste porque ella ve que el proceso no mejora y retrocede, cree que está volviendo a empezar porque de nuevo tiene que guardar reposo y tiene que comer en la cama sin poder levantarse al sillón ni poder ir al baño por su cuenta.

Avanzan los días y la herida sigue una buena evolución, el único problema es que aún está infectada y que además el estado de ánimo de Felisa no mejora; cada vez está más cerca de la depresión. Yo, como cada día, entro en su habitación e intento animarla, a pesar de que ahora es más complicado sacarle una sonrisa en comparación con los primeros días, que tenía una mayor confianza y esperanza en que todo saliera bien y pudiera irse a casa lo más pronto posible. El proceso hospitalario le está pasando factura y provocando desgaste físico y emocional.

Aunque siempre me dicen que no me lleve las preocupaciones del hospital a casa, siempre acabo pensando en cómo estará Felisa y en qué podría hacer yo para que su estado de ánimo mejorase, para así poder ponerlo en práctica al día siguiente cuando vuelva a verla. Con Felisa me resulta muy difícil conseguir una sonrisa o una simple frase de positividad ya que su discurso de negatividad y pesimismo no cambia, lo cual entiendo porque está pasando por unos momentos difíciles.

No puedo no empatizar al ver a una persona tan triste y mostrándome todos sus sentimientos, confiando en mí sin apenas conocerme de nada. Intento animarla, pero muchas veces no sé qué decirle para que su estado de ánimo mejore, quizá sea por la falta de experiencia. A pesar de eso, ella siempre me agradece que le haga compañía y me pide disculpas por hacerme perder el tiempo. Lo que ella no sabe es que, para mí, eso no es perder el tiempo, ya que cada conversación con ella me hace crecer como persona y como enfermera y desarrolla mis capacidades de empatía y escucha activa.

Por fin llega el día en el que Felisa puede irse a casa. Después de estar un mes entero ingresada, cuando la previsión de estancia era de una semana, puede volver a su hogar. Aunque el médico ya le haya dado el alta, Felisa sigue teniendo dolores y no tiene movilidad completa, por lo que tiene que ayudarse del andador. Ese sigue siendo un tema un poco delicado y que le preocupa bastante.

Como estudiante de Enfermería que lleva pocos meses en este mundo, desde el primer momento me di cuenta de que quiero que esta sea mi profesión para siempre. Quiero cuidar, escuchar y animar a pacientes como Felisa, a pacientes que estén más o menos tristes, que necesiten que alguien los escuche, los anime y pase tiempo con ellos.

Llegar a casa y pensar que he hecho un poquito más feliz a alguien y que he hecho más amena su estancia en el hospital es una sensación increíble que todo el mundo debería experimentar alguna vez en la vida, aunque también esta profesión tiene sus momentos complicados y difíciles, como cuando tienes que apoyar al paciente y que no se desmorone, o que escuchar sus problemas e inquietudes, pero no puedes desanimarte delante de él.

Con Felisa me he dado cuenta de que a las enfermeras se nos atribuye el papel de escuchar y empatizar con la otra persona, pero en ocasiones eso es difícil o no tenemos las herramientas personales necesarias para ello. Para mí, Felisa ha sido la primera paciente a la que aprendí a escuchar y la que confió en mí para contarme sus problemas, por eso pienso que las relaciones que se crean entre el paciente y la enfermera son bidireccionales y nos enriquecen a ambas partes. Nosotras aprendemos a escuchar y a empatizar y ellos a confiar y a desahogarse de sus preocupaciones y pensamientos. Guardo un bonito recuerdo de Felisa y espero que ella no nos olvide y nos recuerde de una buena manera, como las personas que la estuvimos cuidando y escuchando durante toda su estancia en el hospital.

Autora: Ángela Cordero Paredes

empatía, quirófano, Relato enfermero

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