Guardias a contrarreloj

Miércoles, 1 de julio de 2015

por diariodicen.es

En Enfermería, las guardias localizadas, aunque no son comunes, sí son una realidad en algunos servicios como el de Hemodiálisis, donde la gravedad y las consecuencias de una “no actuación” a tiempo, un problema técnico o un error humano pueden conllevar, además de graves problemas, la pérdida de una vida.

La línea que separa la vida de la muerte se muestra en ocasiones demasiado fina, lo cual también es demasiado cruel. En algunos hospitales, cuando no existe un equipo presencial, ya sea por dificultades económicas o estructurales, los pacientes con insuficiencia renal crónica que precisan atención de urgencia durante los horarios en los que no hay actividad en las unidades de diálisis, es decir, por las noches y los domingos, han de ser atendidos por un equipo formado por un nefrólogo y un enfermero, que se encuentran localizados fuera del centro, por medio de su teléfono particular.

Este hecho provoca una demora inevitable en la atención de urgencia, que en situaciones como un edema agudo de pulmón o una hiperpotasemia tóxica puede ser de extrema gravedad, añadiendo un extra de presión al personal responsable que tiene como hándicap la distancia hasta la unidad de diálisis.

Transcurría un fabuloso domingo primaveral en el cual Paco, nuestro querido usuario habitual de la unidad de pacientes crónicos, se preparaba para celebrar con orgullo el matrimonio de su única hija, con la sana intención de pasar esos momentos tan especiales e inolvidables disfrutando de sus seres queridos y los pequeños placeres que da la vida.
Paco es un hombre fuerte, testarudo, con mucho aguante, que ya durante la celebración se había percatado de que algo iba mal, pero como era el día de su hija, por nada del mundo pensaba “arruinar” ese momento, y a pesar de que algo tan sencillo habitualmente para casi cualquier mortal, como es el hecho de respirar, se estaba convirtiendo en una ardua tarea y el espacio que habitualmente debe ocupar el aire estaba siendo inundado sigilosamente por ese líquido que nos da la vida pero que en ocasiones también nos la puede quitar, el agua, decidió no decir nada.

Una vez en casa, tras la celebración, la situación empeoró a un ritmo vertiginoso, la agonía que supone ahogarse se apoderó de él y su mujer, desesperada, llamó al servicio de emergencias que no tardó en hacer acto de presencia y actuar con la celeridad necesaria en estos casos, trasladando al paciente al hospital de referencia tras una primera valoración y atención in situ.

En la sala de emergencias del hospital, tras recibir a Paco y verificar la gravedad de la situación, el facultativo responsable no tardó en percatarse de la complejidad del caso al ojear en su historial que los riñones no le funcionaban y difícilmente saldría de la situación de edema agudo de pulmón, ya que estos son los encargados de eliminar el exceso de agua de nuestro organismo, convirtiéndose la diálisis en la única solución posible capaz de revertir esa situación agónica.

Ante este panorama, sin tiempo que perder, el médico de urgencias contactó con la nefróloga de guardia a través de una centralita, mientras a Paco se le intenta estabilizar, sin mucho éxito, administrándole medicación y conectándole a una máquina que respira por él (BIPAP). En definitiva, poniendo todos los mecanismos al alcance para luchar por la vida.
Eran las 3 de la madrugada, la noche trascurría tranquilamente y yo, protegida por el calor que proporciona un hogar, ajena al peligro, a los problemas, a la vida en general, había caído en un sueño que se había apoderado de mi cuerpo hacía aproximadamente unas tres horas y media. Mi corazón latía despacio, sosegado, ajeno a la angustia de una vida que se apaga a pasos agigantados con el peor de los sufrimientos y con una familia desconsolada que suplica desesperadamente seguir disfrutando de ese ser tan querido.

A escasos centímetros de mi cabeza descansaba el teléfono móvil, con la batería cargada y preparado, como no podía ser de otra forma, para conectarme en caso necesario con esa sala de diálisis, testigo de mi día a día en los quehaceres laborales.

La llamada no se hace esperar y la responsable de la centralita rompe la armonía de mi sueño poniéndome en contacto con la nefróloga que, con la templanza necesaria, me explica la situación, me pide celeridad, y ahí es cuando todo parece explotar. La adrenalina recorre mi cuerpo, lo inunda, y el sueño profundo se convierte en concentración extrema, el pulso se acelera como si de una carrera de 100 metros lisos se tratara y el sosiego se convierte en ansiedad, hasta tal punto que mis perros, que también dormían plácidamente, se dirigen a mí olfateando mi estado de ánimo y con ese lenguaje corporal que les caracteriza parecen desearme suerte transmitiéndome la confianza necesaria para saber que todo saldrá bien.

Ya en el coche tengo la extraña sensación de no distinguir entre si estoy soñando o he despertado, la ropa no recuerdo habérmela puesto, ni tampoco cómo he llegado hasta el coche, pero la realidad es que me veo en la carretera a toda velocidad, con la sensación de que no hace ni un minuto estaba soñando plácidamente con aquel partido en el que yo era la estrella, y eso que no soy futbolista. Todo es bastante raro, pero cuando la luz que ilumina la fachada del hospital deja atrás la oscuridad de la carretera, la realidad susurra en mi interior para que esta noche, que se presume trágica, acabe con un final feliz.

Un guardia de seguridad espera mi llegada, pues a estas horas las instalaciones permanecen cerradas, y él es el encargado de abrirme paso hacia esta nueva aventura. Una vez dentro no hay tiempo que perder y, sin cambiarme de ropa, pongo dos monitores a prepararse, ya que este es un proceso algo pesado y no puedo permitir que nada falle, toda precaución es poca cuando dependemos de una máquina.

Una vez cambiada busco a la nefróloga que aún no ha llegado y, con el monitor preparado, me dirijo a la sala de emergencias donde se lucha por la supervivencia del paciente y es ahí cuando se produce uno de los momentos que nunca olvidaré: Paco mira fijamente a mis ojos con la cara desencajada tras esa máscara que le impide hablar, pero en su expresión puedo sentir cierto alivio, mi presencia le da seguridad y no puedo fallarle, así que decido reforzar esa confianza afirmándole: “tranquilo, vamos a salir de esta” y Paco entorna los ojos asintiendo con la cabeza.

La nefróloga no tarda en llegar y todo está preparado para trasladar al paciente a la Unidad de Diálisis, no hay tiempo que perder, así que con la colaboración del personal procedemos a trasladar al paciente, tarea que no resulta fácil, pues Paco se encuentra monitorizado, conectado a una BIPAP, con varias bombas de perfusión, etc., en definitiva, lleno de cables.

Una vez en la sala, un imprevisto complica la situación, pues bien es conocido por todos que la BIPAP precisa de oxígeno a alto flujo y la conexión a la misma de la sala de diálisis se ha roto, así que no tenemos más remedio que ponerle una mascarilla con reservorio empeorando momentáneamente la situación pero, por suerte, al fin he podido dar comienzo a la diálisis y si nada lo impide, irá mejorando conforme extraemos líquido de su cuerpo de forma agresiva, ya que la situación lo requiere.

Durante los primeros quince minutos la amenaza de parada respiratoria es evidente, la angustia empieza a desesperarnos, pero la esperanza nunca nos abandona y es aproximadamente cuando se cumple la primera media hora de tratamiento cuando la luz de la vida parece iluminar con fuerza el rostro cansado de Paco, que con gestos de aprobación nos da la señal inequívoca de que lo malo ya ha pasado.

Cosas de la vida, hace unas dos horas soñaba con un partido de fútbol donde yo era la estrella y ahora, como si nada hubiera pasado, charlamos tranquilamente sobre este deporte que tanto nos apasiona a Paco y a mí.

La vida nos ha vuelto a sonreír, no siempre se triunfa, no siempre las cosas salen bien, la delgada línea que separa la vida de la muerte depende de muchos factores, personas, situaciones, pero las guardias localizadas son otro factor sumatorio en el complejo engranaje del fascinante mundo de la sanidad del que cada día me siento más orgulloso de pertenecer.

En situaciones de emergencia vital para el paciente, cada decisión y cada actuación tienen un papel decisivo en la evolución hacia la mejoría o el empeoramiento de su estado de salud y, por lo tanto, cada segundo de demora puede resultar decisivo en situaciones de todo o nada, y es ahí donde quizás se podría plantear la idoneidad de mantener un equipo localizado en su domicilio, como es el caso, o por el contrario disponer de personal de presencia como ocurre en otros hospitales, a pesar del aumento del gasto que ello supondría.

Aznar Barbero S, Bel Cegarra R, Rogel Rodríguez R. Guardias a contrarreloj. Metas Enferm feb 2015; 18(1): 77-78

enfermería, Guardias laborales, trabajo

¿Quieres comentar la noticia?

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

*
*