La soledad de nuestros mayores, hoy su problema, mañana quizá el mío, quizá el tuyo

Jueves, 27 de junio de 2019

por Alberto Luque

La soledad de nuestros mayores, quizá mi propia soledad, tu propia soledad. 20 años de soledad y hoy este enfermero te escribe a ti, a ti paciente sin nombre. Hace 9 años llegamos a tu rincón de soledad. Tengo anotado tu aviso sin nombre, tengo anotadas unas reflexiones que me dejaste, unas palabras tuyas.

La vida se te escapaba. Te ahogabas, tu pecho se negaba a admitir más aire, pulsaste el botón de ayuda, ese botón de la soledad y alguien al otro lado del teléfono se dio cuenta que tu vida se te iba de las manos. A los pocos minutos tocábamos en una puerta de madera pintada y repintada color marrón oscuro, un Cristo metálico adornando la parte superior de la mirilla redonda de latón. Una puerta, que al igual que aquella escalera de viejos escalones, tuvo mejores tiempos.

Oíamos un arrastrar de pies por el pasillo, un sonido de paso cansado. Al abrir la puerta tu cara azulada, agotada y triste nos indicaba que podíamos pasar; no podías ni hablar. Gafas nasales te conectaban a esa máquina de oxígeno con ruedas y una alargadera a la bombona de vida.

Bata granate cachemir brillante, pañuelo al cuello y bigote cuidado. Canas peinadas. Al sofá y tu saturación por los suelos. Febrícula y fatiga desde hacía dos días, no avisaste antes “por no molestar”, así llevabas 20 años, arrinconado, olvidado por no molestar. Oxígeno con mascarilla reservorio, Corticoides, Seguril, Paracetamol… remontaron tu estado físico y tu ánimo como aquella flor mustia que ve venir el agua.

El médico contactó con el centro de salud, era sábado y necesitabas tratamiento antibiótico para tu más que probable infección respiratoria que agudizaba tu EPOC. Y rejuveneciste, la compañía, nuestra compañía, te dio vida.

Mientras escribíamos, tus 85 años se sintieron rejuvenecer, te negaste a ser trasladado y una hiperactividad te llevó a ofrecernos café del día anterior, unas pastas, unas galletas. “Vivo solo desde que enviudé, me atiende una asistente de lunes a viernes y los fines y de semana me las apaño como puedo. Mis hijos tuvieron muy buena educación y con esa misma educación y mejores palabras me hacen saber que sobro en sus vidas. Lo entiendo, ¿qué les va a aportar un viejo como yo?”.

Títulos y orlas adornan paredes de papel floreado, fotos que van del blanco y negro al color sepia de los 70, pocas en color. Fue abogado en Madrid y tras la jubilación, vuelta al pueblo. El matrimonio bien avenido disfrutó unos años hasta que una noche ella no despertó. “Se fue sin decir adiós. Al despertar vi su cara de ángel frío como el mármol y supe que mi vida se apagaba aquella mañana”.

Un bonito funeral, muchas lágrimas y un beso de despedida de los dos hijos varones vuelta a la capital, dejando a un padre, ya enfermo, solo en el antiguo piso familiar. Y después 20 años de visitas esporádicas y llamadas los domingos “cuando vienen, lo hacen de visita, ni siquiera duermen aquí, van a un hotel, esta casa no reúne comodidad para un par de días y si para 20 años de soledad. Mi vida social es nula, tras una depresión que me duró años, no tenía amigos, no tenía familia, no tenía más vida que el sofá y esta vieja tele… ¡Menos mal que es Telefunken y va a durar más que yo!”, sonríe.

Mejorado y con ganas de charla te dimos la mano y nos despedimos, ya en el pasillo de salida nos dijiste: “Intentad que vuestras vidas sean algo más que cumplir años. Es muy triste hacerse mayor sin nada más que contar”. Y estas fueron tus palabras literales que hoy me hacen recapacitar.

Recapacitar, algo en lo que recapacitar…

¡Qué pena dejar a mi padre arrinconado porque en mi vida no hay hueco para el que me la dio!

¡Qué triste es vivir años vacíos, años sin vida!

¡Vivir por vivir, hasta ser demasiado mayor!

¡Qué triste vivir olvidado por los tuyos, por la propia vida olvidado!

¡Qué triste!

Alberto Luque  

Para consultar la publicación original, puede acceder al siguiente enlace.

Acompañamiento del paciente, Ancianos, equipo de emergencias, personas mayores, Soledad

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