Esta mañana la anciana se ha levantado mal. Apenas ha dormido. Respira con dificultad. El cansancio hace mella en ella. No se recupera como antaño.

-Ay, ay, qué mala estoy, qué mal me siento. Creo que me voy a morir…- se queja.
-¿Qué sucede, mamá? – le pregunto-. ¿Qué te pasa? ¿Qué notas?
-Que estoy muy mala, he dormido muy mal. Creo que me voy a morir.
Le toco la frente. Está caliente. Le pongo el termómetro, y 38º. La oigo respirar con dificultad. Tiene la nariz tapada. Le mando a la ducha caliente. Preparo el baño con bien de vaho y le doy un analgésico antitérmico.
-Dúchate, mamá, y te llevo al médico.
-Mejor haría viniendo a verme, que estoy muy mala.
-Dúchate, mamá, a ver si te despejas, y luego vemos.
-Sí, si ya te conozco, que no quieres hacerme caso. Un día me voy a morir y no te vas a dar ni cuenta.
Tras la ducha se le oye algo más despejada al respirar. El antitérmico va haciendo efecto. Vuelvo a animarla para ir a urgencias del centro de salud. Hoy es fiesta y no hay médico de cabecera.
-No me apetece salir, hijo. Ten compasión, que estoy muy mala.
-Vamos, mamá, que te acerco en coche. Verás cómo te despejas. Si estás muy mal, nos sentamos allí un ratito hasta que te atiendan. Si te apetece, damos un paseo; si no, de verdad que no te muevo. Enseguida estamos de vuelta.
-Desde luego, cómo eres, hijo. Pago mis impuestos, bien estaría que el médico viniera a visitarme, con todos los años que llevo cotizados y todos los que pagó impuestos tu padre.
-Vamos, mamá, haz un esfuerzo, que te irá bien.
Por fin arrancamos. En urgencias hay cola, pero mi madre está un poco mejor. Le toco la frente y parece normal. El frescor de la mañana le ha sentado bien.
-¿Damos un paseíto por el pasillo? ¿Qué te parece?
-Vamos – acepta-.
El tiempo se alarga y se me van acabando los temas de conversación para entretenerla. No quiero que se altere y empiece a mostrarse reivindicativa. Por fin nos toca.
La doctora nos hace las preguntas de rigor, le ausculta, le toma la tensión, le mira la garganta y los oídos, escribe el informe, emite un veredicto y nos manda para casa con el tratamiento antibiótico. Pasamos por la farmacia antes de regresar a casa. Mi madre ya apenas habla. Se la ve cansada.
El resto del día pasa tranquilo y sin incidencias. Llega la cena. Segunda dosis de antibiótico y veo que me lo deja sobre la mesa.
-Mamá, ¿se te ha olvidado tomar la pastilla que te ha mandado el médico?
-Ya estoy mejor. He decidido no tomarlo porque me da sueño.
Y en los hospitales, a las enfermeras ¿les pasa lo mismo?
Sonia Palencia – Enfermera de trinchera
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