Mi primera vez, aquella parada cardiorrespiratoria

Jueves, 28 de marzo de 2019

por Alberto Luque

Mi primera vez. Mi primera parada. Y hoy, poniendo mi mochila en orden, recuerdo… Han pasado años y aún recuerdo aquella angustia, aquel sudor… Hacía pocas semanas de mi incorporación a la UVI Móvil, tras meses de formación y prácticas estaba preparado, o al menos eso pensaba yo.

Recuerdo aquellos viajes de mañana temprano camino de la base, conforme me acercaba al trabajo, aquellos pensamientos, aquellas dudas… ¿Será hoy mi primera parada?, ¿estaré a la altura? Estos equipos son muy buenos, saben lo que hacen y casi sin hablarse cada uno sabe lo que tiene que hacer, y yo, ¿sabré reaccionar?

Había atendido exitus e incluso una parada, pero nunca siendo componente de un equipo de emergencias, siendo responsable último. Siempre había alguien que te echaba una mano, siempre venía alguien detrás que te daba el relevo y te libraba de esa responsabilidad, pero sabía que el día que tocase en la UVI no vendría nadie detrás, o nosotros o nadie. Vida o muerte a tus espaldas.

La primera vez, recordé aquel primer beso de primero de Instituto. Tenía 15 años y se me dio fatal, un desastre… Claro que después mejoré, me decía en un intento de autoconsuelo. Pensamientos aparte, era martes y quizá 13, pero ¡qué más da!, tocaba guardia lluviosa de frío intenso. Revisar hasta la obsesión era mi mejor defensa en un intento de mitigar ansiedad. Cada vez que sonaba el teléfono de los avisos, el tiempo se paraba a mi alrededor. ¡Por favor, Dios, que sea una tontería!, me repetía cada vez que sonaba aquella dichosa musiquilla del exorcista que un compañero, menos estresado y más veterano que yo, había puesto como tono de llamada.

Y sonó, justo era mediodía cuando el compañero técnico que llevaba el teléfono gritó: “¡Parada, chicos!”, y en ese momento te mentiría si te dijera que no sufrí yo la parada. Chaleco, riñonera, sirenas y ese sonido de guantes que encajan en manos… Pocas palabras y mil pensamientos que me inundan. Fueron menos de 10 minutos en los que di mil repasos al protocolo. Medicación, cálculo de dosis y visualización de mil prácticas. Todo revuelto y visión túnel al bajar de la ambulancia y coger mi mochila. Un segundo piso sin ascensor y en la cocina entrando a la izquierda el equipo de primaria acaba de llegar e iniciar RCP Básica.

70 años sin antecedentes de interés, independiente para vida diaria que ha sufrido un síncope y lo han encontrado en parada. No hay vía. Purgo suero en un segundo y coloco compresor, ¡no hay venas!, joder la obesidad y el frío han hecho que sus vasos se colapsen. Mil ojos pendientes de mí y no hay vena que pinchar. Un intento y nada, cojo aire, me voy al otro brazo y nada, otro pinchazo y le pido al compañero que saque una intraósea.

La tierra desapareció bajo mis pies, mi primera parada y mis peores pesadillas se estaban cumpliendo. ¡Joder, qué mala suerte! Noté el sudor resbalar por mi espalda. Un último intento antes de usar la pistola de intraósea y… ¡por fin tengo un pelo!, suficiente de momento… Adrenalinas cada 3 minutos y voy preparando bicarbonato. Al coger la segunda vía todo cambia, ya sí hay venas y todo sale perfecto, quizá antes también las había y mi estrés nubló mi capacidad.

30 minutos de RCP avanzada y el médico dio por finalizada la reanimación: “Para, Alberto, hemos hecho todo lo posible”. No había salido de aquella asistolia en ningún momento. Con los brazos agarrotados de dar masaje me resistía a parar. Fue la mano de un compañero puesta en mi hombro la que me sacó de aquella visión túnel que me impedía dejar de comprimir. Paré y aún con mis manos sobre su pecho me recuerdo mirando aquellos ojos abiertos de mirada perdida de aquel hombre. Recuerdo el momento justo en el que fui consciente de que habíamos perdido. Me inundó una desazón, una sensación de malestar y pena, unas lágrimas que no dejé que saliesen. Era un hombre joven y sano, era mi primera parada. Fue mi primer bofetón de realidad. A pesar de haber hecho todo lo posible, todo el protocolo al pie de la letra, habíamos perdido la batalla. Lo que no decía aquel protocolo es que perder forma parte del protocolo.

Recuerdo recoger todo el material en silencio, recuerdo llanto silencioso de su mujer e hija y recuerdo culpabilidad mezclada con vergüenza. Al salir mirada cabizbaja y un “lo siento, les acompaño en el sentimiento“, fueron mis palabras. Con aquella charla que tuve con el equipo, ese que llevaba muchas batallas perdidas y muchas batallas ganadas, recuperé algo de ánimo. Me eché en el sofá aquella noche y la sensación de frustración no me dejó cerrar los ojos.

Fue la primera y fue para mí un palo. Fue el inicio de entender. De entender que somos sanitarios, no superhéroes y que para poder ganar hay que empaquetar muy bien las derrotas previas tras haber sacado las conclusiones de aprendizaje oportunas. Vinieron muchas más, ninguna fue igual a otra. Volvimos a perder y ganamos, algunas ganamos. Hoy sigo teniendo los mismos deseos de sacar adelante a alguien que se para, y hoy entiendo mucho mejor que si no lo conseguimos es porque somos humanos y ante ese pequeño defecto poco podemos hacer más que volverlo a intentar con las mismas ganas que supuso aquella primera vez. Y así otra batalla y así una profesión.

Alberto Luque. Para consultar la publicación original, puede acceder al siguiente enlace.

enfermeros, Parada cardiorrespiratoria, Urgencias y Emergencias, UVI Móvil

¿Quieres comentar la noticia?

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

*
*