Relato: cuidar con cuidado

Miércoles, 1 de marzo de 2023

por diariodicen.es

Relato: historia basada en hechos reales

El sonido del motor del tensiómetro digital inunda la habitación mientras el manguito se infla con fuerza en el brazo de Elías.

—¡Doce, ocho! Tiene usted la tensión de un chaval —apunta Montse [nombre ficticio], la enfermera del turno de noche—. Le dejo este vasito en la mesilla, tiene la medicación para que se la tome con la cena. En un rato vendrá una compañera a traérsela.

Esperanza, en el sillón del acompañante, lee concentrada una novela.

—¿Me haces un favor ya que estás aquí? Cuando traigan la cena asegúrate de que se toma la medicación —le dice la enfermera guiñando un ojo y señalando el vasito—. Cualquier cosa que necesiten, llaman al timbre.

Elías y Esperanza se habían conocido hacía cinco años, a ellos les gustaba decir que hacía un lustro, porque sonaba a más. Su hijo la había llevado a casa por primera vez un domingo de invierno, pocos meses después de la muerte de “mamá”. Habían comido pollo al horno y jugaron al chinchón bebiendo unas copitas de moscatel, como a ella le gustaba. Elías rio por primera vez sin culpa. Esperanza se sintió como en casa.

Relato: cuidar con cuidado

—Tanto hablar de humanización de la sanidad… ¡Habría que hablar de humanización de la sociedad! Vengo de la 115 y, como de costumbre, la acompañante es una cuidadora. Extranjera, obviamente. ¿Dónde está la familia de estas personas en los momentos difíciles? —apela Montse buscando la aprobación del resto del equipo.

—Bueno, mujer, no te soliviantes. Peor sería que estuviese el paciente solo, a eso sí que estamos acostumbradas —le responde una compañera, sirviéndose un café largo en un vaso de plástico con sus iniciales escritas con rotulador indeleble.

—Ya… si ella no tiene culpa de nada. Probablemente no tenga más opciones que estar cuidándolo las veinticuatro horas del día, sin contrato y por cuatro duros.

—¿Y lo del cuidado mal pagado con contratos cuestionables te sorprende? ¡Venga ya, Montse, que eres enfermera!

—¡Si al final me das la razón! El problema es esta sociedad injusta en la que vivimos.

El único hijo de Elías, Jorge, era matemático y trabajaba como investigador del CSIC. Estaba involucrado en varios estudios internacionales y pasaba largas temporadas viajando. En su ausencia, Elías y Esperanza se hacían compañía. Compartían gustos singulares, como ver patinaje sobre hielo, aunque no fueran olimpiadas, o desayunar café con un pincho de tortilla siempre que iban a un bar.

Esperanza, nacida en Guinea Ecuatorial, se había trasladado a Madrid para ser actriz. Pero el color de su piel, igualito al de la virgen que daba nombre a la enfermera de esa noche, era un obstáculo añadido al ya de por sí difícil mundo de la interpretación. Tenía que conformarse con trabajos precarios, mientras resiliente, peleaba por conseguir que alguien confiase en su talento. Por casualidad, saliendo de una audición fallida, había conocido a Jorge, quien le confió el único motivo para quedarse en la capital.

—No tengo ganas de nada, Esperanza. ¿Por qué no tomas tú mi cena para que las enfermeras no se enfaden? —los dos se echaron a reír.

—Venga, Elías, aunque sea te tomas un yogurt para que no te caigan mal las pastillas —le dice dándole un beso en la frente.

En ese mismo instante entra una auxiliar con la bandeja de la cena, presenciando la escena. La deja en la mesa con una sonrisa correcta y sale apurada de la habitación.

—¡Calla, calla, Montse! Quizás te estás equivocando y la “cuidadora” es la novia del abuelo. Cuando entré en la habitación estaban en actitud muy cariñosa.

—¡Qué dices! Pues no te extrañe, estará esperando a que se vaya al otro barrio para quedarse con lo que pueda. Ahora me cuadra que no haya ningún familiar a la vista. Lo que te digo… es la sociedad la que está enferma.

En la habitación, Esperanza entretiene a Elías leyendo en alto su novela:

“La compasión es, en buena medida, una cualidad de la imaginación: consiste en la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de imaginarnos lo que sentiríamos en caso de estar padeciendo una situación análoga. Siempre me ha parecido que los despiadados carecen de imaginación literaria… y son incapaces de ver que la vida da muchas vueltas y que el lugar del otro, en un momento dado, lo podríamos estar ocupando nosotros: en dolor, pobreza, opresión, injusticia…”

—¡Vaya! —dice Elías risueño— ¡Me consuela saber que tú eres una lectora empedernida, si no qué sería de mí!

Ambos se miran con gesto cómplice. En ese momento Montse entra en la habitación anunciando que ya es hora de dormir.

—Buenas noches, Elías, mañana si todo va bien descansará en su cama. ¿Vendrá algún familiar a recogerle?

—¡Lo más probable es que llamemos a un taxi, gracias por preocuparse! —interviene Esperanza con tono malhumorado.

—Muy bien, cualquier cosa tocan el timbre. Por seguridad, mantenga las barandillas de la cama subidas, no se vaya a caer.

Elías tarda segundos en quedarse dormido. Esperanza, que difícilmente podrá conciliar el sueño entre la serenata de sus ronquidos y la incomodidad de esa butaca, saca del bolso una linterna frontal y continúa leyendo, ahora en silencio.

Con las primeras luces del día comienza a llegar desde el pasillo la sintonía hospitalaria, orquestada por bostezos sonoros, pisadas presurosas y pitidos armónicos de monitores, teléfonos y ascensores.

—Buenos días. ¿Cómo ha pasado la noche?

—¡Muy bien, Montse! Gracias a las barandillas en lo único que he caído es en un sueño profundo —contesta Elías con el humor semántico que le caracteriza.

La enfermera suelta una carcajada mientras coloca el manguito del tensiómetro en su brazo.

—¡Doce, ocho! Lo que le digo, está hecho un chaval. En un rato vendrá el médico a verle y podrá irse a casa.

Esperanza se estira mirando por la ventana, que da a un patio interior oscuro repleto de ventiladores de aire acondicionado.

—Tendrían que plantar árboles en estos huecos, ¿no crees? Con esta estampa no sabría decir si estamos en una cárcel o en la salida trasera de un bar cutre. ¿Damos un paseo para estirar las piernas? Elías enhebra su brazo en el de Esperanza y salen al pasillo. Avanzan dando los buenos días entre el personal y sus miradas tan amables como especulativas. Justo cuando están a la altura del ascensor se abren las puertas y como en una película aparece Jorge.

Había tomado el primer avión disponible desde Bruselas. Los tres se abrazan fuerte, aliviados.

—Gracias por encargarte de todo, cariño —dice Jorge dando un beso en los labios a Esperanza— Menos mal que he llegado a tiempo para ahorraros el taxi a casa ¡eh! ¿Cómo estás, papá?

—Bien, bien, hijo. Por aquí dicen que como un chaval.

Desde el control las enfermeras presencian contrariadas la escena sin poder evitar sentirse responsables.

—¡Qué, Montse! —bromea una de ellas dando un sorbo a su café largo en vaso de plástico— ¿Qué decías de esta sociedad?

Inspirado en una historia real contada en tuits. Dedicado a Asaari Bivang y a su suegro. A todas las enfermeras, para que no olvidemos que a través del cuidado tenemos el poder (y el deber) de contribuir a que la sociedad sea más humana, más saludable, mejor… Esto no será posible sin una mirada reflexiva y crítica hacia nosotras mismas.

Relato: tweets

Autora del relato:

Claudia González López Enfermera especialista en Salud Mental. Escuela Universitaria de Enfermería de Pontevedra. Universidad de Vigo (España).

Ganadora de la segunda edición Premio DAE Relatos enfermeros.

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