A las puertas de Europa: una historia enfermera en los campos de refugiados de Grecia (I)

Viernes, 27 de marzo de 2020

por diariodicen.es

“He estado en el infierno, eso lo sé. Y, sobre todo, tengo sensación de tristeza, rabia e impotencia. Quiero contárselo a todo el mundo que quiera saber lo que allí ocurre”, comienza Mercedes de la Fuente, enfermera que ha estado en los campos de refugiados de Vial, Moria, Lesbos, Samos, Malakasa o Corinto, en Grecia.

De la Fuente, segunda por la derecha en la primera fila

“El primer día es sobrecogedor; no puedes creer lo que estás viendo al contemplar a tantas personas sin futuro. No es humano, no es justo. Y te rebelas contra el mundo por permitir que exista algo así. Te pones a ayudar en lo que puedes, pero con sensación de irrealidad, de que es imposible, de que esto no puede estar pasando”.

De la Fuente regresó del país heleno dispuesta a relatar la vida en los campos de refugiados. En su blog (http://cronicasdesdelacosta.blogspot.com/) quiso dejar constancia de los acontecimientos que vivió y de sus experiencias en estas circunstancias. A su vuelta nos atiende para expresar esa “irrealidad” que está sucediendo, ahora mismo, aquí, en Europa, y su trabajo con las personas que, día a día, la viven.

En los campos: la llegada a Grecia

Esta enfermera explica que la mayor parte de la población refugiada que llega a los campos proviene de Afganistán. Además, “como se puede comprender, en este momento está llegando mucha gente de Siria, principalmente familias con niños pequeños que huyen de la guerra”. También acogen a personas del Congo; “aunque es una de las ‘guerras olvidadas’, la situación es insostenible. De allí vienen mujeres con niños y muchas que han sufrido violaciones”. Hay, asimismo, población kurda, y se espera que “lleguen grandes cantidades de kurdos en el futuro. Lo que ocurre es que, antes de alcanzar Grecia, tienen que pasar un tiempo en Turquía, esperando la ocasión de cruzar alguna frontera. Eso lleva meses, incluso años, por eso no hay una relación directa entre desplazamientos y llegadas; no es inmediato”. De la Fuente comenta que ha convivido con gente de Eritrea, “donde se vive también en medio de la violencia”, de Irak e incluso de Haití, “que nunca se repuso del terremoto y las epidemias, y donde se vive una violencia extrema”. “Todos ellos son víctimas, no lo olvidemos”, concluye.

Desde su experiencia, esta enfermera afirma que el procedimiento de solicitud de asilo y refugio, en estos momentos, “es una pesadilla”. Inicialmente a las personas que acuden a los campos se les registra como solicitantes de asilo y refugio y se les da un documento que inicia el trámite, “que puede durar años”. Si se admite, tienen que pasar por “una entrevista durísima, que en la actualidad está siendo muy complicada porque están denegando el estatus de refugiado incluso a familias con niños que vienen de la guerra. Si se rechaza, se los deporta”. En caso de que las diligencias se vayan completando se les da un DNI de extranjeros y un pasaporte para poder viajar a otros países de Europa; “cada paso de este proceso lleva meses o años”.

“Creo que con el endurecimiento de las condiciones hay, ahora mismo, muy pocas opciones para la gente que se encuentra en esta etapa. Las citas para entrevistas se dan para uno o dos años. He visto algunas para 2021 solicitadas el año pasado, para el año 2022… Es interminable”. Los que acuden pueden permanecer en los campos hasta que son deportados o se aprueba su condición de refugiado o asilado; “he conocido gente que lleva cinco años, las estancias de tres son numerosas, y de año y medio, dos… aún más. A todo ello hay que sumar los que acudieron este verano, que son muchos miles”, destaca.

“Al llegar, vienen de un viaje muy peligroso”, continua. “Los niños arriban aterrados por el trayecto en barco y las vivencias previas”. Para empezar se les deja “en cuarentena durante dos o tres días”, hasta que son atendidos por los servicios médicos y se les hace el registro. Durante ese tiempo “tienen que dormir en un espacio restringido del que no pueden salir, en el suelo. Cuentan esos días como una pesadilla. Llegan a Europa y Europa los recibe de esta manera. Escapa a su comprensión”.

Cuando han pasado la cuarentena (expresión que la entrevistada entrecomilla ambas veces) han de buscar un lugar para dormir. “La gente llega sola, sin conocer a nadie. Tiene que agenciarse una tienda de campaña, plantarla donde haya un hueco. Averiguar cómo puede conseguir algo de comida y agua”. De la Fuente subraya que los refugiados tienen problemas psicológicos graves, incluso a su llegada, a causa del viaje, de lo vivido y “de la gente a la que han matado en su presencia”.

La vida en los campos de refugiados

“Su forma de vida es inaceptable”, manifiesta esta enfermera. “En una tienda de campaña en la mayoría de las ocasiones, hacinados. La vivienda, la comida y la escolarización de los niños son los principales problemas”. Los alimentos que suministra el catering oficial, apunta, “no cumplen con los requisitos de mantenimiento de la cadena de frío y se cocinan de forma muy cuestionable. El resultado es que llegan en malas condiciones. La expresión común a las personas que viven en los campos es: ‘No puedes comer eso. Si lo comieras irías directamente al baño’. Aun así, tienen que hacer interminables colas para poder coger algo de zumo, leche, tomates o la comida preparada, si se atreven”.

“La desesperanza por no tener salida es el sentimiento generalizado. La tristeza en los ojos de los refugiados te dice mucho más de lo que ellos te cuentan”, manifiesta. De la Fuente explica que los niños están sin escolarizar; “será una generación perdida, no hacen absolutamente nada”. Algunas ONG, apunta, atienden a unos pocos menores, pero “son demasiados, el 40% de los habitantes de los campos es población infantil”. Estas ubicaciones están sobresaturadas, informa; “en Moria viven en este momento 20.000 personas en un espacio para 3.000. Pasan mucho miedo. El hacinamiento conduce a conductas violentas, a la lucha por la supervivencia y los ataques nocturnos son constantes”.

Foto: Raúl Ibáñez

Hay menores que viven solos en los campos, sin protección, confirma, y llegan a la escuela con ataques de pánico. “Las mujeres no pueden ir a los baños, que suelen estar lejos, porque las violan; las violaciones son diarias. Piden pañales para no tener que salir a orinar de noche. Vivir en el campo cuando se va el sol es impensable, no lo puedo ni imaginar. Y a quienes no somos refugiados, por supuesto, no nos está permitido entrar. Es muy peligroso, mucho”.

Las necesidades de los refugiados

De la Fuente explica que las personas refugiadas se levantan a las 4 de la mañana para la cola del desayuno, una espera que se repite en cada una de las comidas del día, así como para que les renueven, una vez al mes, la cartilla que les dan al llegar al campo. “Y no hacen absolutamente nada más, no tienen nada que hacer. Están en esta situación durante meses y años, y el problema psicológico que implica es espantoso”, concluye.

“Yo fui, principalmente, a hacer una valoración de la situación para poder difundirla y que evaluar futuras acciones. Estuve ayudando y observando mucho, viendo lo que hacían, sus recursos y necesidades”, continúa, y relata que en las organizaciones no gubernamentales (ONG) sanitarias de las islas se inicia temprano la jornada, que algunas empiezan a las 7 de la mañana y otras, a las 8. Estas entidades “no tienen permitida la entrada a los campos, por lo que la gente hace colas en el exterior para ser atendida”. Y así empieza una jornada “muy larga” debido a que, a pesar de que existe un servicio médico en el campo, “casi no da abasto, únicamente puede hacer el reconocimiento a las personas que llegan y el resto queda desatendido o a expensas del trabajo de las ONG”.

En los campos de refugiados hay todo tipo de población, apunta esta enfermera. “Hay ancianos; parece imposible que gente tan mayor y con graves problemas de movilidad haya llegado hasta allí, pero así es”. Por otra parte, hay muchos adultos que presentan enfermedades crónicas, como hipotiroidismo, diabetes, hipertensión o cáncer. También se encuentran personas “que han sufrido amputaciones de miembros. Y los niños corren grandes riesgos. Cuando estábamos en Samos murió uno deshidratado; intentaron trasladarlo, pero fue tarde”. Por otro lado, “la gente que viene en barcos nos llega con grandes quemaduras a causa de la mezcla de gasolina con agua de mar. Y el calzado es muy precario, por lo que tienen heridas en las piernas”. De la Fuente destaca que se trata de una población muy numerosa que padece los problemas propios de cualquiera, pero agravados por las “infernales condiciones de vida”, y que hay, insiste, numerosos afectados por patologías crónicas, como diabetes o problemas respiratorios. “La comida no es adecuada para los primeros, por lo que hay que controlarlos en la medida que se pueda, y las condiciones del campo producen muchísimas afecciones pulmonares. Los niños no paran de toser. Ese el sonido allí: llantos y toses”.

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