El hogar

Miércoles, 15 de julio de 2015

por diariodicen.es

La vida está llena de decisiones tomadas en el último minuto y aunque en un momento dado podemos llegar a creer que no había sido la mejor opción, con el tiempo vemos que sí fue una de las mejores decisiones que habíamos tomado.

En esta profesión, una nunca sabe dónde, y menos con quién, va a acabar trabajando, dependiendo muchas veces de una llamada de teléfono. Un día te llaman para el hospital, pero no te dicen de qué servicio se trata y por cuánto tiempo va a ser, dejándote con la incertidumbre de qué pasará mañana. Si tienes suerte, estás toda la mañana en el mismo servicio pero si no es así, estás cubriendo varios de ellos en una misma mañana y se te hace interminable ese turno. Y lo que a veces es peor, si te llaman para Atención Primaria tienes que coger el coche y hacerte un montón de kilómetros hasta llegar al centro de salud del pueblo donde hoy te han mandado. Todo esto se traduce en no poder planificar tu vida personal, que no se trata de saber qué vas hacer dentro de un año, sino saber si podrás planificar unas vacaciones con tu familia, que tiene que sufrir todo esto contigo y no saber qué vas a hacer mañana, si podrás ir a recoger al colegio a tus hijas o simplemente acostarlas porque hoy no estás de noche.

Esta situación puede alargarse durante mucho tiempo, pues dependemos de unas oposiciones, a mi juicio crueles, que no suelen reflejar en la nota todos los conocimientos que se supone que hemos adquirido en la carrera y con los años de experiencia y que, si tienes un mal día, puede que te quedes sin trabajo y sin conseguir un puesto fijo.

Un día decides que esa no es forma de trabajar, que no se puede estar cada día en un servicio o en un pueblo diferente sin poder llegar a conocer a tus pacientes y mucho menos es la forma de vivir, porque todos tenemos una vida, que necesitamos una estabilidad, que tus hijas necesitan saber cuándo pueden contar con su madre para ir al parque o para hacer los deberes y, entonces, decides buscar trabajo en algún otro sitio.

Yo, como muchas compañeras, había trabajado antes en residencias de personas mayores, pero de forma temporal, y la verdad es que nunca me había planteado que pudiera llegar a querer quedarme en una de ellas. Siempre pensamos que las enfermeras tenemos que trabajar en hospitales o centros de salud, porque es allí donde nuestro trabajo está más valorado, que allí somos más útiles. Puede que en cierta manera creamos eso por la diferencia salarial que hay y por los prejuicios que nosotras mismas nos creamos. Pero, ¿dónde puede ser más útil una enfermera que dando cuidados enfermeros a un grupo numeroso de ancianos? ¿Dónde se puede seguir mejor el proceso de curar o el seguimiento a medio o largo plazo de un paciente?

Infravaloramos el trabajo de la enfermera en las residencias y yo quiero destacar el gran trabajo realizado por mis antiguas compañeras en todas ellas y en particular en la última en la que estuve. En alguna de ellas se ofrece a la enfermera como un mero servicio más, cuando en realidad un buen trabajo asistencial no se podría llevar a cabo sin un correcto servicio de Enfermería.

Por mucho que la gente lo crea así, el trabajo de la enfermera en las residencias no solamente se trata de preparar y dar medicación, realizar las curar y prevenir las escaras, cambiar tratamientos e informar al médico de cómo están los residentes, atender a los pacientes con diabetes o hipertensión, hacer continuas valoraciones, atender de primera mano las urgencias, etc., el trabajo de la enfermera en la residencia va más allá. Consiste en escucharles, hablarles, abrazarles cuando lo necesitan, sacarles una sonrisa que alegre su alma cuando después de ver que han esperado durante todo el día la visita de un hijo este no llega o simplemente darle un beso de buenos días o de buenas noches porque sabes que les transmite esa paz, esa seguridad y, sobre todo, ese amor que todos necesitamos y deseamos.

No es criticar a las familias, porque a veces esta vida loca no nos da un respiro ni para ir a ver a la persona más importante de nuestra vida, ni tiempo para disfrutar de ellos y menos aún para poder atenderles en casa, pero no sé si alguna vez habéis recibido un abrazo de una enfermera. Como dice el maestro, los abrazos abarcan ciudades y ¡¡cuántas pastillas nos ahorran los abrazos!!
Nadie sabe mejor que una enfermera que trabaja en una residencia de personas mayores lo duro que puede llegar a ser ver apagarse la vida de uno de tus “abuelos”. Les has visto envejecer, más aún si cabe, durante años les has cuidado, mimado, has estado con ellos en sus buenos momentos, pero sobre todo has estado en los malos y, de repente, ves que su luz se va apagando y tú ya no puedes hacer nada. Trabajando en un hospital o en un centro de salud tienes la esperanza de poder curar, pero en una residencia solo puedes paliar su dolor y acompañarles en su nuevo viaje.

Pero seamos sinceros, no solamente nosotras somos capaces que crear esos sentimientos en ellos, sino que ellos a nosotras nos hacen mejores personas. Nadie como los mayores, los “abuelos”, para despertar sentimientos de amor, pero no de cualquier tipo de amor sino de amor verdadero, porque ellos ya han vivido mucho y si te quieren, te quieren de verdad no a medias.  Con el paso de los años uno se vuelve selectivo, pierde la vergüenza de decir las cosas de forma sincera y ya no tiene miedo de perder a nadie ni a nada, solo quiere a las personas que demuestran su amor de verdad. Por eso cuando te dan un beso, es un beso sincero.

Nadie nada más que nosotras, todo un placer irrepetible, sabe lo que es sentir que una anciana con una demencia, que no recuerda nada de su pasado, que se olvida hasta de lo que acaba de comer, sea capaz de recordar tu nombre. Esa sensación no es comparable a ninguna otra. O cuando un anciano con alzhéimer no quiere comer si no se lo das tú, o cuando lleva toda la mañana esperado a la enfermera porque si tú no se lo dices él no se mueve de allí o no se toma la medicación. ¿Y cuando algún familiar viene a conocerte porque su padre no hace otra cosa que hablar de ti? Qué sensación tan maravillosa crean ellos en ti, coges aire, llenas el pecho, contienes las lágrimas y eres capaz de tocar el cielo.

Da igual el sitio en el que trabajemos, porque las enfermeras somos, cada vez estoy más convencida, como personas de otro planeta llegado a este mundo para cuidar a los demás, y aunque no siempre nos dejan hacerlo como quisiéramos, una pena, asumimos nuestro papel y damos lo mejor de nosotras para cuidar, independientemente del sitio de trabajo donde estemos.

Desde este rinconcito quiero, con permiso del resto de compañeras maravillosas que he tenido a lo largo de mi vida profesional y que espero seguir encontrado, agradecer a mis compañeras de la residencia de mayores Mamá Margarita, todo el cariño, esfuerzo y sacrificio por cuidar a nuestros ancianos, por aprender a su lado cada día algo nuevo, por enseñarme a ser mejor enfermera y, sobre todo, mejor persona. Quiero animarlas a seguir luchando para que nadie les robe sus ilusiones y sueños, pedirlas que nunca dejen de amar su trabajo, ni su forma de trabajar, de cuidar, y agradecer también al resto del personal su dedicación y cariño con nuestros mayores. Gracias y hasta pronto.

Rodríguez Merino AM. El hogar. Metas Enferm mar 2015; 18(2): 77-78

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