Mi amigo Caleb

Lunes, 1 de febrero de 2021

por diariodicen.es

Un día, después de concluir mi práctica clínica, acudí a ver a mi amigo Caleb. Se notaba raro, tenía algo inusual y la inquietud me instó a saber sobre su estado de ánimo y de salud, así que le pregunté: “¿Te encuentras bien? “.

Él respondió: “La verdad, no sé cómo me siento. ¿Te puedo hacer una pregunta? Pero me tienes que responder con criterio profesional y personal. ¿Tú andarías con una persona portadora de VIH?”.

Al escuchar eso quedé atónito por no saber cuál era la respuesta correcta, pero tenía que responder como él me pidió, de modo que contesté: “Claro, si el sentimiento es mutuo y fuerte, con los cuidados y precauciones para ambos”.

Caleb me respondió: “Tengo VIH”.

Hubo un momento de silencio por ambas partes. La verdad es que no sabía qué decir, y aunque cientos de preguntas venían a mi mente, no sabía si era correcto hacerlas en ese momento, por lo que solo hice una: “¿Estás bien, quieres hablar de ello?”.

— ¿Puedo contarte cómo ocurrió todo? Creo que necesito desahogarme y me gustaría que me escucharas como profesional y como mi amigo— me preguntó.
— Claro, te escucho, y muchas gracias por tenerme la confianza, Caleb.

Entonces Caleb comenzó a explicarme su situación de la siguiente manera, y me di cuenta de lo importante que es la escucha, la comunicación y, sobre todo, la empatía en estos casos, tanto en el ámbito sanitario como social:

Fue hace dos años, mientras estaba conociendo a alguien; esa persona mostraba un interés muy particular en mí, algo que indicaba más que una amistad. Nos mensajeábamos, llamábamos, salíamos juntos a varios lugares. Meses después decidimos tener relaciones sexuales, todo estaba bien, y seguimos en la dinámica de no tener algo serio entre nosotros. Días después le presenté a mi casero y a él le interesó residir en el mismo edificio que yo, por lo que comenzamos a ser vecinos. Era algo muy agradable, ya que estábamos más tiempo juntos; en algún momento traté de comentar si llegaríamos a formalizar nuestra relación, sobre lo cual obtuve una evasiva. Pasado el tiempo decidimos separarnos por unos meses, durante ese tiempo solo manteníamos contacto por teléfono y fue en el mes de diciembre cuando él me llamó con voz muy triste para comentarme que tenía algo muy importe que decir y que no sabía cómo lo iba a tomar, a lo que respondí: “Dime, ¿todo está bien?”

Soy portador del VIH y tienes que hacerte una prueba para descartar cualquier cosa.

En ese momento solo pude decirle que seguro que podría salir de eso porque ya hay tratamiento y que estuviera tranquilo. Así mismo, le comenté que no tenía por qué haber ningún problema ya que cuando tuvimos relaciones sexuales nos protegimos y, por tanto, la probabilidad de estar infectado sería muy baja.

Hubo un momento de silencio que parecía ser eterno hasta que él rompió el silencio diciendo: –No te lo quise decir, la verdad es que no sentí cuando pasó, pero un día el preservativo se rompió. Caleb, lo siento.

Solo pude decir con ira y rabia: –¿Cómo pudiste no darte cuenta? Fue lo peor que pudiste hacerme. Marcus, has cambiado totalmente mi vida, en verdad no puedo creer lo que me has hecho.

No lograba creerlo, pero al poco tiempo comencé a sentirme mal. Los primeros resultados analíticos arrojaron que tenía fiebre tifoidea, lo que me devolvió un poco la tranquilidad. Continúe con mi vida sin ninguna incertidumbre sobre lo sucedido, si bien transcurrió el tiempo, nuevamente decidí realizarme otros estudios, esta vez fue con angustia ya que había notado una pérdida importante de peso y no encontraba una respuesta simple que lo estuviera provocando. Cuando acudí a recoger el análisis acompañado por unos amigos, la recepcionista comentó que en los resultados se encontraba una nota médica. En ella decía el diagnóstico final de “portador de VIH”.

No supe cómo reaccionar y, a pesar del apoyo que mis amigos me brindaban, solo recuerdo haber comenzado a llorar, no me era posible creerlo y mucho menos aceptarlo; entré en un proceso de negación y lleno de vergüenza y miedo llamé a mi madre. Después de una breve charla recuerdo la respuesta tajante que ella me dio: Hablamos cuando llegues a casa.

Al poco tiempo me dispuse a seguir adelante para poder recibir un tratamiento que me ayudara a continuar con mi vida porque esta enfermedad no me iba ganar. Fueron tiempos de muchas pérdidas, mi salud, mi familia y amigos, mi tranquilidad. Ahora me queda la duda si también perderé la oportunidad de tener una relación sentimental y estable. Siento que todos los días cargo con este yugo que me forma un nudo en la garganta y me pone muchos obstáculos para seguir mi vida normal, pero no me daré por vencido y mostraré lo mejor de mí hasta que llegue el momento de partir.

Suárez Máximo JD, Alcalde Benítez DM, Tobón Vidal O. Mi amigo Caleb. Metas Enferm nov 2020; 23(9):79-80

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