Relato: Cuando el final se acerca

Lunes, 3 de julio de 2023

por diariodicen.es

Si me llegan a decir hace cuatro años que iba a acabar estudiando Enfermería, no me lo hubiese creído nunca. Echando la vista atrás, me acuerdo de mi yo de 2º de Bachillerato, una chica de 17 años que tenía que decidir qué hacer el resto de su vida y estaba totalmente perdida sobre lo que quería estudiar y ser en un futuro. Era el tema que invadía mi cabeza. No había día que no pensase en ello. Tenía miedos, inseguridades, preocupaciones, pero después de un año de darle vueltas y vueltas, decidí optar por Enfermería.

Me encontraba en mis primeras prácticas, en la 5ª planta de Neumología del hospital al que me habían mandado, cuando nos informaron de que ingresaba un señor de 72 años por una descompensación de su enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Cuando la enfermera y yo entramos a su habitación encontramos a José, un hombre de aspecto frágil, tumbado en la cama, con una expresión facial de angustia y agarrado a la mano de su esposa. La mujer, María, también parecía estar muy angustiada y preocupada por el estado de salud de su marido. Observé mientras hablábamos con ella que no paraba de mover las manos y las piernas. Estaba muy nerviosa y las pocas palabras que salían de su boca eran temblorosas.

relato: cuando el final se acerca

Como he dicho eran mis primeras prácticas, de manera que me sentía bastante perdida y no sabía muy bien qué hacer para tranquilizarla. Mientras la enfermera le tomaba las constantes vitales a José, apoyé mi mano sobre el hombro de María para que sintiese mi apoyo. Al instante, ella me agarró la mano y me miró a los ojos durante varios segundos como muestra de agradecimiento. Nunca me olvidaré de aquella mirada, de aquellos ojos húmedos llenos de angustia y desesperanza rogándome auxilio.

José estuvo bastantes días ingresado y tuve la suerte de acompañarlos durante toda su estancia en el hospital. Uno de los días de hospitalización, estando presentes María, su mujer, y yo, el médico entró en la habitación y les comunicó que su enfermedad crónica estaba tan avanzada, era tan grave y de tantos años de evolución, que no podía seguir haciendo mucho más por él. Es decir, les anunció que el final se estaba acercando y que la mejor opción era entrar en la unidad de cuidados paliativos.

Al estar presente en la habitación, pude observar la frialdad con la que se dirigió el médico a ellos y cómo nada más comunicarles esa noticia tan dura se marchó de la habitación sin mostrar ningún tipo de empatía. Presenciar este momento me impactó tanto que ha marcado toda mi trayectoria como estudiante y voy a recordarlo siempre. Al fin y al cabo, les habían comunicado delante de mí que el final de su vida estaba cerca, que su muerte no iba a tardar en llegar, lo que significaba que en algún momento no muy lejano iba a dejar de existir. Son palabras duras, difíciles de asumir y para las que casi nadie está preparado para escuchar. Un shock muy grande. Nadie piensa en la muerte en su día a día. Siempre pensamos que nunca nos va a llegar. De hecho, planeamos nuestros días, lo que vamos a hacer mañana, la semana que viene, las vacaciones de verano, etc., sin ser conscientes de que en cualquier momento nos puede llegar el fin.

El médico se marchó y yo me quedé durante un buen rato en la habitación con María y José. Después de escuchar las palabras del médico se quedaron rotos. María rompió a llorar desconsoladamente y José estaba en shock. Al verlos así, sentí la necesidad de quedarme con ellos. No sabía muy bien qué decir, ni qué hacer ya que nunca había estado en una situación tan extrema. Además, por lo general, en estas situaciones no existe consuelo, pues la muerte es lo único de esta vida para lo que no hay solución.

Estuve una hora escuchándolos, acompañándolos y simplemente ofreciéndoles mi compañía. Recuerdo aquel día como si fuese hoy. No pude contener mis lágrimas con ellos y salí de la habitación con tal nudo en la garganta que no me salían ni las palabras. Tuve tanta conexión con ellos que ese mismo día, antes de irme a mi casa, me dejé llevar por un impulso: les di mi nombre y mi numero de teléfono para que me pudieran llamar en cualquier momento que necesitaran.

Dos semanas más tarde, sobre las 17:00 horas, iba andando por la calle cuando recibí una llamada de un número desconocido. Al cogerlo escuché desde el otro lado del teléfono la voz de una mujer que se me hacía conocida. Efectivamente, era María. Me dijo que se acordaban de mí todos los días y me preguntó si me gustaría verlos y pasar un rato con ellos. No tardé ni dos segundos en responderle que me encantaría. De manera que, ese mismo viernes, acudí al hospital de cuidados paliativos donde se encontraba mi paciente José.

Estuve cuatro horas con ellos que se me pasaron como si hubiesen sido 15 minutos. José me dijo que estaba tranquilo, que sentía que su momento había llegado, que estaba realmente satisfecho de la vida que había tenido, que se sentía en paz y totalmente realizado. Escuchar esas palabras de su boca me hicieron muy feliz. En cuanto a María, a diferencia de José, estaba desolada. Me dijo que sentía que le iban a quitar una parte de ella, que sin José no podría vivir y salir adelante. Le dije que ella era una mujer muy fuerte, que podía con eso y con mucho más. Le dije que tenía que aprovechar esos últimos momentos y llevarse un recuerdo precioso de él. Al despedirnos, me agarró de la mano y me miró a los ojos, igual que el primer día que nos conocimos, y me dijo: gracias, gracias y gracias. En este momento, inevitablemente, se me escapó una lágrima y acordamos seguir en contacto.

A día de hoy, terminando el ultimo año de la carrera, no puedo estar más feliz de la decisión que tomé. Casos como este y diferentes situaciones con las que me he encontrado durante estos cuatro años de prácticas, me han permitido entender que poder ayudar a los demás y hacerles sentir mejor, a veces simplemente con nuestra presencia, es lo que realmente me llena y me hace feliz. Es una profesión en la que lo damos todo para hacer más felices a los demás. Vivimos por y para los demás y nos entregamos plenamente a ellos con el único fin de hacerles sentir un poco mejor. Es una vocación que se lleva dentro y que no hay nada en el mundo que me pueda llenar más de satisfacción y, por supuesto, de orgullo.

También me hizo reflexionar y darme cuenta de lo mucho que tenemos que valorar las pequeñas cosas del día a día y vivir cada momento como si fuese el último, ya que la muerte forma parte del ciclo natural de la vida y nunca sabemos cuándo va a poder llegar. Nos pasamos los días quejándonos por tonterías sin importancia y solo cuando sentimos la muerte cerca es cuando empezamos a valorar el tiempo y queremos aprovecharlo con la gente que realmente nos quiere y queremos.

José y María me dijeron unas palabras que voy a conservar siempre en mi memoria con mucho cariño y a las que acudo en cada momento que dudo de mi misma. Me dijeron que siguiese así, que iba a llegar muy lejos. Que desprendo una luz que ilumina y que eso es algo con lo que se nace, que no lo tiene cualquiera. Además, no paraban de darme las gracias por todo lo que les había ayudado, escuchado y apoyado. Pero, realmente, soy yo la que les tengo que dar las gracias a ellos.

Gracias por confiar en mí. Gracias por hacer que confíe yo en mí misma. Gracias por regalarme tantas palabras bonitas. Pero, sobre todo, gracias por hacerme sentir que de verdad valgo para esto.

Autor del relato Cuando el final se acerca:

Olatz Elustondo Salsamendi

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