Relato enfermero: Abrió los ojos

Miércoles, 20 de octubre de 2021

por diariodicen.es

Relato: Por fin abrió los ojos aquella mujer de tez arrugada. Desorientada, balbuceaba mientras miraba atentamente todo aquello que le rodeaba. Apurada levantó las sábanas para cerciorarse de que algo había cambiado, se tocó la barriga donde tenía un gran apósito blanco que dejaba entrever la gran marca que le quedaría en la piel. Sin embargo, aquello no era lo que le preocupaba, me preguntó si seguía viva, y por alguna extraña razón, su expresión no parecía de alivio, sino de todo lo contrario. Esto despertó en mí una inmensa ternura, por lo que aprovechaba cualquier oportunidad para entablar una conversación con ella.

Persona mayor | iStock
Persona mayor | iStock

María Luisa que así se llamaba la mujer, requería de los mismos cuidados que todos los demás pacientes, ayudarle a levantarse, acompañarle al baño… pero siempre se le iluminaba la cara cuando entrabamos en su habitación. Agradecía como el comer intercambiar unas cuantas palabras con alguien ya que estaba sola entre aquellas cuatro paredes. Hablaba continuamente de su marido, al que tenía un gran aprecio y por el que decía tener muchas ganas de volver a ver.

En una de las rondas, me quedé más de una hora hablando con ella. El hospital estaba prácticamente vacío, asique ese día me lo podía permitir. Agradecí no ir con prisas de una habitación a otra. Le pregunté sobre lo que había sucedido el primer día, su falta de alivio al saber que seguía con vida. Ya no recordaba nada de aquello asique supuse que sería efecto de la anestesia, y la verdad que parecía una mujer diferente, sus ojos trasmitían vida y su rostro ansias de exprimirla. En aquel momento me contó todo lo que tenían pensado ella y su marido para hacer el año que viene. La verdad que el discurso era algo confuso e incoherente, pero lo contaba con tanta ilusión que merecía la pena escucharlo. Entre tanta palabrería logré entender que llevaba años cuidando de su marido enfermo, pero que por fin a principios de este año había logrado vencer a la enfermedad. Luisa, que así me dijo que le llamara, me hablaba de que durante los últimos años odiaba pasar tiempo con su marido, se había convertido en un cascarrabias pero que como prometió en su momento, en la salud y en la enfermedad.

En cambio, en un par de meses habían retomado la ilusión que siempre habían tenido el uno por el otro y planeaban disfrutar de la vida cómo no lo habían podido hacer hasta ahora. Su sueño desde que estaban juntos era poder visitar Roma. Después de trabajar toda una vida en el campo y ella cuidar de los hijos, deseaban dedicarse un capricho para ellos, un capricho más que merecido. Él siempre había sido un amante del arte y ella le seguiría allí donde fuera necesario y finalmente acabó convirtiéndose en un sueño compartido. Pero entonces llegó el cáncer, los hospitales, las pruebas, las operaciones, los cambios de humor… lo que casi acaba con él, con su matrimonio y, de aquel sueño ya ni hablaban, lo dejaron por un imposible. Entonces, en febrero llegó la buena noticia, habían superado aquella maldita enfermedad y lo habían hecho juntos. Entonces recobraron la ilusión por ellos mismos y por lo que vendría, nada podía arrebatarles el futuro después de todo lo que habían pasado. Volvieron las ganas de planear aquel viaje y, dejaron atrás los momentos en los que vivían el día a día con temor a que pudiera ser el último. Este iba a ser su año.

Me fui de descanso el fin de semana y la verdad que no pude dejar de pensar en aquella historia tan bonita, deseaba que pudieran cumplir todo aquello que la vida les había arrebatado. No me costó nada volver esa semana, deseaba escuchar más de aquella historia. Entré eufórica en la habitación de María Luisa y, sin embargo, nada parecía igual. Volví a salir, miré de nuevo el número de habitación para comprobar que no me había equivocado y había entrado en la habitación que no era, pero no. Aquella mujer llena de vida ahora parecía apagada. Su mirada estaba vacía, pero, sin embargo, aquella expresión parecía más real, más clara. Como si fuera la verdadera María Luisa, y la otra una versión animada e ingenua de ella.

Traté de hablar con ella, pero no sabía quién era y tampoco parecía tener muchas ganas de entablar conversación conmigo. No paraba de llorar y lo único que dijo durante esos dos días es que el maldito virus le había arrebatado todo lo que quería y que por su culpa no iba a poder cumplir su sueño. Le intenté explicar que esta situación acabaría algún día y que entonces ella y su marido podrían hacer aquel viaje del que me había hablado con tanta ilusión. No recordaba haberme hablado de aquello, se notaba por la expresión de la parte del rostro que podía ver con la mascarilla. Se hizo un gran silencio, por lo que entendí que debía dejarle sola. Según pasaba por debajo del umbral de la puerta formuló que ya era demasiado tarde. ¿Demasiado tarde para qué? Me pregunté camino del control.

A las pocas horas, nos llamó al timbre, que por qué no habíamos ido a darle un poco de palique, entonces me acerqué a su habitación y le sorprendí hablando con su hijo. Parecía un mundo paralelo, ella volvía a tener esa ilusión en la voz y esas ganas de disfrutar. Le decía que había estado hablando con su padre y que tenía muchas ganas de irse con él. Me pareció precioso, pero entonces oí como gritaban al otro lado del teléfono “¡Otra vez no puede ser mamá! Tienes que asumirlo, desde abril ya nada es igual, por favor, tienes que intentar recordar y ser capaz de entrar en razón, este año ha sido duro para todos, nadie estaba preparado para esto” añadió preocupado. Decidí salir de la habitación, pensé que era algo privado y que debían arreglar entre ellos.

De pronto apareció un hombre de mediana edad bastante agitado, supuse que sería el hijo, de María Luisa, que decía haber recibido una llamada alarmante de su madre. Me interesé por saber qué le había parecido tan alarmante, ya que me parecía una exageración, él no había visto cómo estaba su madre unas pocas horas antes. Por fin volvía a estar eufórica y feliz, con ganas de vivir y de disfrutar junto a su marido. Precisamente eso era lo que le asustaba me dijo.

No entendí nada, qué había de malo en ello. En ese momento la mujer salió de la habitación con la maleta y una gran sonrisa en la cara, le dijimos que debía volver a la habitación ya que aún no estaba recuperada y no le habían dado el alta. Se negaba a volver, decía no querer perder más tiempo de vida. Intentamos disuadirla, pero no hubo manera, parecía una niña en pleno día de reyes. Su hijo le agarró, le quitó la maleta de las manos, María Luisa se resistía, se empezó a poner muy nerviosa, alterada, no entraba en razón, gritaba desesperada que estaba esperando su marido en la puerta y que no podía hacerle esperar. Me ofrecí a hablar con el marido, pero entonces su hijo se puso a llorar, lo que detuvo a Luisa por un instante. “Mamá, papá se fue y ya no va a volver”.

Autora: Carla García González

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