Relato: Cuidados no profesionales

Miércoles, 3 de mayo de 2023

por diariodicen.es

Si os nombro la ciudad de Puerto Barrios seguramente no sabríais identificar a qué país pertenece. Ese país es Guatemala. A muchos, entre los que hace un tiempo yo también podía incluirme, nos costaría localizar a Guatemala en un planisferio, dudando entre Honduras, Nicaragua o El Salvador. Solo cuando organizamos un viaje de ensueño tropical los españoles nos preocupamos por Centroamérica. Sin embargo, cualquier guatemalteco sabría perfectamente localizar a España en el mapa e identificaría muchas de sus ciudades más importantes. Para una gran parte de ellos somos su sueño, su opción de futuro, El Dorado de occidente. Este relato va de eso, de cruzar el charco sin saber nadar, de mamá no sufra usted que solo es un charco y también se cruza al revés.

Papagayos, cigüeños, panchitos, payoponis, espaldas mojadas, etc. En muchas conversaciones que a veces escucho por el hospital entre enfermos, familiares o profesionales y que tienen como objeto una querella verbal, un malentendido o un prejuicio contra un latino, aparecen estos términos. No os creáis que yo soy un espejo de virtudes, en alguna ocasión, cuando en plena vorágine asistencial no he podido acceder al cabecero de la cama para cambiar un gotero porque una latina estaba tumbada en la butaca, yo también he mascullado por lo bajini alguna palabra de estas, arrastrado por la frustración.

Hay personas que pisan este mundo con pies de plomo para no caerse, porque nunca nadie les ha ayudado a levantarse cuando han caído, ni siquiera siendo niños. Claudia es una de esas personas. Conocí a Claudia en el hospital. Cuidaba de una enferma en mi unidad de medicina interna, una paciente crónica estacionaria con un pronóstico funcional y vital incierto. Además, su familia había delegado en Claudia todos los cuidados, por lo que prácticamente no iban a verla. Todos los días, en turnos de doce horas, allí estaba Claudia al lado de su paciente.

Relato: Cuidados no profesionales

En mi hospital, el Nolotil® en analgesia alterna se administra a las 4:00 de la mañana, la cefazolina a las 6:00 y desde las 2:00 pasamos cada tres horas más o menos por las habitaciones para hacer un checking de los enfermos. Todo esto os lo cuento porque todas las noches que coincidí con Claudia y pasé por la habitación 4-2 a esas horas, siempre, siempre la encontré despierta, al lado de la cama, cogiendo de la mano y acariciando a su paciente. Cuando te veía entrar se levantaba como un resorte facilitándote el acceso, como si se avergonzara de que la vieras sentada. Jamás llamaba para cambiar un pañal, para dar de comer a su paciente, para la higiene corporal, cambio postural o para cualquier otro cuidado que la enferma necesitase.

Mostraba una autonomía en los cuidados sorprendente, aprendía de cada enfermera y de cada auxiliar que entraba a realizar cualquier cuidado. Le pedí su teléfono para tenerlo en la unidad y poder proporcionárselo a otros familiares y enfermos que necesitasen de sus cuidados. Así comenzó nuestra amistad y cómo cambió mi concepto de los cuidados no profesionales.

Claudia y Osvaldo son pareja y viven en un tercero sin ascensor. Una vivienda muy humilde en un barrio también muy humilde, de esos que los telediarios eufemísticamente califican como “distritos con grave riesgo de exclusión social”. Vamos, lo que en román

paladino son barrios de trabajadores con un salario que no les permite llevar una vida digna. La mayoría trabajadores sin contrato y sin seguridad social, que se desloman doce horas diarias por menos de veinte euros al día.

Compartimos una cena que preparó Claudia; arepas y tacos de queso que disfruté hasta mitad de velada cuando la dureza del relato de su biografía me quitó del todo el hambre.

Había oído nombrar a los Cárteles del crimen organizado en las noticias, pero no imaginaba el nivel de crueldad y desprecio por la vida que tienen los grupos mafiosos que operan en la frontera entre México y EE.UU. Osvaldo intentó llegar a EE.UU., junto con 30 compatriotas, atravesando en situación de miseria todo México. Cuando un escuadrón de sicarios los apresó, lo primero que deseó Osvaldo fue tener una pistola para descerrajarse un tiro en la boca y acabar con su sufrimiento y el futuro sufrimiento de su familia.

Pronto le explicaron cómo funciona el negocio del tráfico ilegal de personas en la frontera, aunque podrían habérselo ahorrado porque cualquier latino que lo intenta tiene claro cuáles son las consecuencias de su captura por los sindicatos del crimen. No tienes alternativa de ser liberado porque existe toda una red de sobornos y voluntades compradas de funcionarios, policías y autoridades que anula cualquier esperanza de rescate. Así que le explicaron a Osvaldo brevemente cómo debería operar con el teléfono móvil que le proporcionaban. Una llamada, sesenta segundos, para darle un número de cuenta y el compromiso de ingreso de 15.000 dólares en esa cuenta en seis días.

Todo esto se lo explicaban mientras señalaban los barracones insalubres llenos de compatriotas moribundos. “Esto es muy fácil wey, te metemos allí y te privamos de comer y beber mientras dejamos que te pudras bañado en tus heces y orina. Cada mañana una foto a tu familia hasta que pagues. A partir del tercer día la tortura es total por la deshidratación. Si recibimos el ingreso de 15.000 dólares te liberamos y si puedes largarte, te largas. Si estás enfermo y eres incapaz, ves y asómate a esa fosa de allí al fondo y así calibras lo que te espera. Esa fosa también será tu destino si llega el sexto día y sobrevives sin que hayamos recibido ningún ingreso. ¡¡Ale!!… marca el teléfono de tu familia y resume todo lo que acabo de contar”. Este discurso se lo repetían a todos, mujeres, hombres, adolescentes o ancianos.

Fue Claudia la que recibió la llamada en Guatemala. Después de secarse las lágrimas, apretó los dientes y buscó sacar ese dinero a toda prisa. Imposible en un lugar donde con 15.000 dólares vive el barrio entero durante un mes. Al final, después de todo tipo de proposiciones obscenas o delictivas tuvo que ir a morir a un prestamista que cobraba unos intereses de usura. Aún hoy arrastra la deuda, deuda que paga religiosamente con el trabajo de cuidadora.

Venir a España tampoco fue fácil, evidentemente te ahorras los episodios de violencia, pero existen otro tipo de problemas que me gustaría contaros, pero no me da el relato para extenderme tanto.

Llegaron los postres y Claudia me miró y me dijo: “Quiero ser enfermera como tú en España”. En mi cabeza esas palabras sonaron como una quimera inalcanzable, como una ensoñación entusiasta y pueril. Quizá mi media sonrisa forzada le trasmitió a Claudia mi pesimismo. De eso aún me arrepiento.

Luego, de camino al coche, reflexionando sobre lo que me habían contado, lo tuve claro: seguro que lo conseguiría. Había determinación, entusiasmo y fuerza en sus ojos y yo solo pude responderla con prejuicios de ciudadano occidental ungido de privilegios que considera derechos irrenunciables. Donde yo solo veía problemas y trabas, ella veía retos y oportunidades. Conseguirá ser enfermera y será muy buena y el día que se gradúe espero estar allí para darle la enhorabuena. Estoy seguro de que Florence, Virginia, Marjory e Hildegarde desde el cielo también se arrancan a aplaudir a Claudia cuando obtenga su título.

Autor del relato Cuidados no profesionales: Jorge Iruela Serrano

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