La guinda del pastel

Martes, 2 de julio de 2019

por Irene Fernández

Cómo han pasado los años, las vueltas que da la vida…

¿Quién no se ha dicho esto alguna vez cuando se ve frente a un plato de lentejas y se le hace la boca agua cuando de joven no quería ni olerlas? Los gustos van cambiando. Las preferencias van cambiando. La escala de valores va cambiando. El cuerpo, también (en un 99%  de los casos, a peor).

Si a mí me hubieran dicho cuando tenía veinte años que cuando llegase a los treinta y cinco iba a preferir quedarme en casa un viernes viendo Tu cara me suena a salir a cenar y pegarme unos bailes, le hubiera respondido al aprendiz de clarividente:

-¡Tú estás chalao!

Si el chalao, jugándosela de nuevo, me hubiera vaticinado que con los treinta y cinco iba a preferir una quedada con amigos en una casa, en horario de comida, con la música bajita para poder hablar, que salir por la noche a darlo todo, le hubiera increpado con total convencimiento:

-¡Mira, que no! ¡Eso es imposible! ¡No tienes ni idea! ¡A mí me encanta la noche! ¡Yo sé quién soy!

Y el caso es que alguna vez me lo dijeron, y aunque no recuerdo exactamente quién y cuál fue mi respuesta (mi memoria vino estropeada de serie), sé que hube de contestar algo similar a lo anterior.

El primer contrato que me hicieron de enfermera fue en urgencias en turno de mañana. Bien y mal. Bien porque era en urgencias, mal porque era de mañana. Claro que apenas hice porque las cambié todas.

Por todos es sabido en el ámbito hospitalario que cambiar el turno de la mañana a la tarde es infinitamente más sencillo que al contrario. Quien tiene la mañana tiene el poder. Este es el porqué de esta entrada. Nunca pensé que una de mis mayores aspiraciones en la vida iba a ser la misma que la de los demás compañeros de fatigas. Nunca creí que aquello por lo que la gente discute, se clava algún que otro cuchillo y pide como su más preciado deseo a 30 años) anhela en el hospital, si hay algo deseado y envidiado a partes iguales, si hay algo por lo que más de uno vendería su alma al diablo (en argot poético, en argot hospitalario es trabajar hasta en medicina interna o geriatría) es conseguir el turno de mañana.

El “de 8 a 15” no es nada fácil de lograr, amigos. Eso y ser fijo son la guinda del pastel del sanitario; eso te hace ir con la cabeza alta por Ibiza aunque vistas una talla cuarenta y cuatro; eso es mejor que Christian Grey en el cuarto rojo dispuesto a darte un repaso.

Son incontables las de “guerras civiles” que se han dado en cada servicio de cualquier hospital por el reparto de mañanas. Os confieso que nunca me he informado al completo (es una técnica que uso cuando no me quiero cabrear, prefiero no saber), pero hay multitud de leyes o leyendas que los interesados repiten como el credo. Os redacto las más contradictorias:

-En caso de haber contratados interinos o eventuales en turno de mañana y fijos en tarde, los fijos pueden pasar a la mañana y desplazar a los eventuales (siempre y cuando estos no sea familiares de cualquier directivo hospitalario).

La otra versión:

-Si el fijo no ha consolidado su plaza en turno de mañana, se quedará en el turno de tarde, aunque haya contratados en mañana (y eche espuma por la boca, oreja o anexos).

Sé que es un poco complicado de entender (tipo alcalde, vecinos, alcalde…) y más si no trabajas en este sector, pero para explicarme mejor: depende de dónde trabajes, se hace una cosa u otra y ya te puedes poner rojo como el famoso emoticono que no tienes nada que hacer.

Y ahora me hallo en una disyuntiva cuando menos desveladora. El lunes que viene, los fijos en el hospital en el que trabajo elegimos ubicación y turno. Va por orden de puntuación (tiempo trabajado) y pese a que en alguna entrada (leed los comentarios de “Tensiones en la planta”) me tildaron de “vieja gloria”, soy de las últimas en elegir… ¿Y sabéis qué? Después de todo lo anteriormente citado imaginaréis que: ¡Quiero la mañana! ¡Quiero la mañana! ¡Quiero la mañana!

Lo que antes era: “Puaj, ¡qué madrugón!” ahora se ha convertido en: “¡Uf, salir a las tres! ¡Qué pasada!”. Lo que antes era: “Paso de la mañana, hay muy mal ambiente” ahora es: “Tú dame mañana y el ambiente ya lo creo yo”. Lo que antes era: “¡Trabajar un sábado y un domingo de mañana! ¡Qué horror! ¡No puedo trasnochar!” ahora es: “¡Trabajar un sábado y un domingo de mañana! ¡Qué guay! ¡Puedo comer con mi familia, tomar cañas con los colegas, ver a mi sobrino!”.

Las vueltas que da la vida…

Irene Ferb – Soy enfermera y me enfermo cada vez que lo pienso

Para consultar la publicación original se puede seguir el siguiente enlace.

enfermería, Trabajo por turnos, Turno de mañaña

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