A veces hay que probar muchas cosas antes de dar con lo que finalmente es adecuado e ideal para uno mismo. Lucía Martínez (TCAE) estaba trabajando como dependienta en una tienda hasta el momento en el que comenzó la pandemia en marzo de 2020. Viendo a través de los medios de comunicación cómo estaba la situación, la saturación de los hospitales y lo mal que se estaba poniendo todo, decidió ponerse a llamar a todos los centros hospitalarios, enviar currículums, escribir correos… Todo lo que hiciera falta para poder ayudar con la llegada de un virus que nos cambió a todos la vida.
Tras el fallecimiento de su padre cuando apenas tenía 14 años, Lucía ya tenía muy claro que quería ser profesional sanitaria, dar todo lo mejor de sí y evitar que otras personas y pacientes pasasen por su situación. Su empeño fue tal que enseguida le llamaron del Hospital de La Princesa de Madrid para que se incorporara lo antes posible. “Recuerdo que entré con mucho miedo y no solo por la COVID-19, yo salía de unas prácticas y nunca antes había trabajado en un hospital, pero con la ayuda de mis compañeros y la con fianza en mí misma conseguí superar mi miedo y ser la persona más feliz del mundo trabajando”, cuenta Martínez.
Lucía trabajó duro, luchó en primera línea con el resto de profesionales sanitarios contra un virus que se estaba llevando centenares de vidas, pero el 24 de junio de 2020 le cambió la vida para siempre, algo que la pondría en peligro y su sueño de seguir trabajando como técnico en cuidados auxiliares de Enfermería: Lucía sufrió un hematoma epidural anterior agudo en el canal raquídeo dorso-lumbar con compresión medular y signos de mielopatía.
El día que le cambió la vida
“Ese día estaba saliendo de guardia. Llegué a mi casa, me duché para quitarme la suciedad del hospital y me fui a dormir. Al cabo de pocas horas me despertó un dolor súper fuerte en la zona lumbar, no podía prácticamente moverme, estaba sola y nadie podía ayudarme. Mi madre se había ido a trabajar, así que decidí llamarla y me dijo que llegaría lo antes posible”, recuerda.
Mientras tanto intentó contactar con emergencias para explicar lo que le sucedía, pero la respuesta no fue adecuada y su “diagnóstico” no entraba dentro de la gravedad para enviar una ambulancia. “Vuelvo a llamar a mi madre llorando, ya no sabía qué hacer pero había un problema más, las llaves de mi casa estaban puestas, yo no podía moverme y mi madre no podía entrar. Al final saqué fuerzas de donde no las tenía, me tiré al suelo y fui reptando hasta la puerta para abrir a mi madre”.
Después de que su madre le ayudara a ponerse de pie y de llamar varias veces al 112, la situación fue empeorando. De repente dejó de sentir sus piernas, no tenía estabilización del tronco y se caía hacia los lados, relajación de esfínteres y un ataque de ansiedad. A pesar de que todo esto ocurrió por la mañana, la ambulancia llegó por la tarde para, por fin, trasladarla al hospital. “Yo estaba bastante preocupada porque mientras me hacían pruebas neurológicas se miraban entre ellos negando con la cabeza: mis piernas no respondían”. Al salir de la resonancia de urgencia, donde se vio perfectamente la hemorragia, la llevaron directamente a quirófano de urgencia. Lucía tenía una hemorragia que le estaba comprimiendo la médula y con tan solo unos minutos más de espera, el resultado hubiera sido mucho peor, se hubiera quedado parapléjica para el resto de su vida, algo que le hace preguntarse todas las mañanas qué hubiera pasado si en la primera llamada hubiera ido la ambulancia.
La lucha de Lucía por volver a ser TCAE
“Ese día en que lo cambió todo me sentí impotente cuando no venía la ambulancia. Como personal sanitario entiendo la saturación de emergencias y hospitales, sobre todo en la primera ola de la pandemia, pero como paciente me parece muy triste que ocurran estas cosas”, explica esta profesional.
Pronto fue trasladada al Hospital Nacional de Parapléjicos donde estuvo ingresada seis meses para afrontar la lesión. Según le explicaron se trataba de un caso raro que tan solo solía aparecer en uno de cada millón de habitantes. “Al salir del hospital te das cuenta de lo difícil que es vivir con una discapacidad física. Allí viven por y para nosotros, es una burbuja donde cada esquina y cada centímetro está adaptado para los pacientes. Yo estaba feliz en el hospital, rodeada de gente que me aportaba cosas buenas y que conseguían que mis ganas de rehabilitarme nunca decayeran. En la vida real esto no es así por mucho que queramos, ya sea por las barreras arquitectónicas o por el coste de todo lo que necesitamos”.
Cargada de miedos pero también de fuerza, Lucía quería salir delante de su lesión medular y no permanecer en silla de ruedas, pero una vez que abandonó el Hospital de Parapléjicos tuvo que buscarse la vida económicamente porque las ayudas normalmente llegan muy tarde, por lo que comenzó a pedir apoyos a través de la plataforma GoFoundme, para poder pagar las adaptaciones y la rehabilitación. Finalmente, gracias a que la gente se volcó con las donaciones, consiguió entrar en el centro de rehabilitación Foren donde le dieron muy buenas esperanzas: “Gracias a los profesionales sanitarios, al centro y a toda la gente que me ha donado, pasé de estar en silla de ruedas a estar con dos muletas o ninguna si me agarro al brazo de alguien”, explica.
Cargada de optimismo
Aunque su experiencia fue corta y tuvo que enfrentarse a un duro golpe desde muy joven, tiene un recuerdo muy bueno de su experiencia en el hospital. “Hay muchas cosas que no puedes aprender en libros con teoría –cuenta Lucía–, es necesario vivirlo y sentir todas las emociones que el mundo sanitario te da: hablar con un paciente y que te cuente lo mal que lleva el estar enfermo, ser el hombro donde llorar de los enfermos, personas con las que te pasas horas riendo, o simplemente aquellos que te dan las gracias con un abrazo por el buen trato que has tenido con ellos”.
Y es que puede que no le haya dado tiempo a tener una gran experiencia, ni a conocer qué es trabajar en condiciones normales sin una pandemia de por medio, pero ella tiene muy claro que aquel 24 de junio se quedó atrás, que una vez que tienes los pies en la tierra te das cuenta de que necesitar una silla de ruedas no significa que se acabe el mundo y que esta experiencia, viviéndola al otro lado como paciente, le servirá en un futuro para poder estudiar, sacarse la carrera y trabajar como enfermera.
Puede que su caso esté catalogado como raro y que sea necesaria mucha más investigación para dar respuestas y soluciones, pero cuando todo pasó, Lucía solo pensaba en que no volvería a andar, ni trabajar de TCAE y poco a poco está mejorando. Su sueño sigue siendo el mismo, cuando la vida se lo permita hará un grado superior y entrará en la carrera. Tiene suerte porque sus ganas le ayudan y se encuentra con la mente positiva y es que como ella dice: “Las peores batallas siempre las tienen los mejores guerreros y aquellos que pueden superarlo” y ella lo piensa superar para poder cumplir su sueño de trabajar en el hospital, que tan buenos recuerdos le ha dado, cuidando de sus pacientes y dando lo mejor de sí.
Una gran luchadora, seguro que acabará consiguiendo todo lo que se proponga.