Relato enfermero: Tiempos duros crean…

Martes, 16 de noviembre de 2021

por diariodicen.es

Relato: Un ambiente frío y cargado de humo bailoteaba en el aire. Soplidos de brisa limpiaban el tabaco gaseoso que de todos sitios nacía como un manantial. Las puertas automáticas se abrieron saliendo una muchacha joven. Se paró, ignorando las nubecillas tabacaleras y llenó sus pulmones en una bocanada sedienta. Cualquier cosa era mejor que lo de dentro.

Profesionales sanitarios frente al coronavirus |iStock
Profesionales sanitarios frente al coronavirus |iStock

Gloría tenía marcas en la cara. Todo el mundo las veía. Eran las que más impresionaban. Se iban en cuestión de minutos. A veces duraba horas. Si es que alguien apretaba de más las gafas o la mascarilla, podían durar días, pero poco más que eso.

Las que le preocupaban eran las que no se observaban. Las marcas de dentro. Cualitativas. Mánticas. Estas eran tan intensas que hacían que unas ganas infantiles de llorar subieran hasta el pecho, cubriéndole como un agua helada, entrecortando la respiración. Se manifestaban cuando el corazón se apaciguaba y una se pensaba en paz.

Parasitaban su alma desde hacía unas semanas: cuando la movieron de su puesto de trabajo para ir a las Urgencias de uno de los hospitales más grandes de España. Al entrar en los vestuarios, observó camillas apiladas. En esas camillas había sábanas, y debajo de esas sábanas, cuerpos. El mortuorio atestado obligaba a dejarlos así. Las manos blancas de mármol humano recordaron a la chica la insoportable levedad del ser.

Ya en urgencias, los pasillos palpitaban de gente sentada por el suelo. Buscaban donde apoyarse, sin queja ninguna, mientras un festival infernal de trajes de protección individual desfilaba de un sitio para otro, arrastrando enormes botellas de oxígeno, produciendo ruidos de tintineo. El bullicio podía poseerte a niveles de exorcismo, pero Gloria mantenía sus plantas en el suelo.

Ese primer día, al salir del turno de noche, leyó a Marco Aurelio. No fue suficiente. Así que compró tabaco. Tras años sin probarlo, retomó el vicio, y se sintió bien en esa extraña tendencia a la autodestrucción.

Ahí estaba entonces. Eran las cuatro de la mañana, se acababa de desvestir, aprovechando el descanso para poder echar un cigarro. Trabajaba, iba a casa y volvía al trabajo. Eso era el resumen más exacto del devenir de sus días. En el hospital, se disfrazaba durante tres o cuatro horas, siendo guiada por la compañera y después, tras un parón de pitillo y resoplidos, ella era la que guiaba y su compañera la que se vestía. Noches como un cuentagotas. De segundero de reloj. Noches de luz azul y síndromes confusionales, de los que, a veces, se notaba contagiada. Encendió el cigarro, lo prendió y aspiró. Retuvo el humo.

-¡Gloria! ¡Ven!

Un grupo de enfermeras la llamaron desde lejos. Dejó escapar el humo que atesoraba en los pulmones. “Que dichosa de poder respirar” Pensó. Observó los grupos que se arremolinaban en la puerta de urgencias. Celadores, TCAES, enfermeras. Era raro ver a médicos, aunque de vez en cuando alguno aparecía.

-Ven Gloria. Te queremos enseñar una cosa.

La chica fue dando pasos perezosos hasta donde se situaban sus compañeras. Se había integrado bien. Era muy crítica con el sistema. Había realizado varias cartas de quejas, pues no entendía por qué las residentes de enfermería tenían que cobrar menos que las enfermeras generalistas cuando estaban realizando el mismo trabajo y ostentaban las mismas responsabilidades. Detestaba el aplauso de las ocho de la tarde. Aseguraba que era romantizar la precariedad. A veces se asomaba a escuchar al dúo dinámico cantando como los Beatles desde altavoces en las azoteas. Los primeros ocho días tuvieron gracia, pero después era difícil de resistir. Otras veces se apoyaba en el alfeizar de la ventaba y observaba a los vecinos del edificio de enfrente. Gente puntual que, de alguna manera, y a pesar de sus pataletas pesimistas existenciales, la apoyaban en su Ilíada, levantándola por los aires en ánimos. Incluso, alguna lagrima se dejó resbalar por su cara si las palmadas eran muy fuertes o las ovaciones eléctricas de más.

-Mira esto. A ver qué te parece.

El corrillo se abrió, tomando forma de herradura. Como chismorreando, la acogieron con el teléfono móvil ocupando el centro. Las chicas eran jóvenes. La suma de la edad de todas podría ser la longevidad de alguna persona aún viva. Marcas de antifaces y mascarillas daban una apariencia de amazonas maoríes con estigmas tribales de identidad. Todas pertenecían a esa estirpe, y todas luchaban contra la muerte, quitándole peso al plomo gris de sus rutinas.

-A ver que me vais a enseñar. Tengo que volver enseguida. – Dijo Gloria, con su voz dulce cargada de desidia.

-Es un texto que han pasado por un grupo.

-Sorprendedme.

Carraspeando, otra enfermera, más joven que Gloria, leyó con voz decidida.

“Tiempos difíciles crean hombres fuertes”

Gloria frunció el ceño, como recordando esa frase en algún lugar.

“Hombres fuertes crean tiempos buenos”

Dirigió una mano a la frente y la otra llevó el cigarrillo a la boca.

“Tiempos buenos crean hombres débiles”

Un resoplido se le escapo inexorablemente, soltando a trompicones el humo.

“Hombre débiles crean tiempos difíciles”

Ya veo.

¿Qué te parece? – Preguntó otra de las chicas.

Una mierda.

Todas rieron complacientes. Pero Gloria agudizó el tono mustio de su cara cansada.

-Reaccionaria. Machista. Contradictoria. Horrible. – Suspiró- La gente que dice que el lenguaje no es importante son los primeros que se escandalizan cuando uno alude a que hay que hablar de hombres y mujeres o simplemente de personas. ¿Por qué coño no cierras el pico con el lenguaje inclusivo? Si tan poco te importa ¿Por qué das la pataleta cuando me refiero a enfermeras, aunque haya un pene en la sala?

Gloria tenía una cara cansadísima. Sus ojeras adquirían un color purpura con el reflejo de las luces del hospital y la madrugada anaranjada del cielo contaminado.

El resto, aunque igual de cansadas, parecían iluminadas por las palabras rabiosas de su compañera.

-La propaganda de vendernos un lenguaje neutro es otra forma de lobo con piel de cordero. – Dio una calada.

-El lenguaje nunca es inocente. – Dijo una de ellas, como vertiendo gasolina a la hoguera de la indignación de Gloria.

-Hombres. El hombre. El hijo del hombre. El Dios hecho a imagen y semejanza ¿de quién? Pues del hombre.

-¿Y nosotras?

-Nosotras. – Gloria soltó una risotada satírica. – Nosotras ya estamos incluidas. No os preocupéis. Cuando hablan de hombres se refieren a nosotras. – asentía mientras hablaba. – Aunque es cierto que llevan hablando de hombres los últimos tres mil años, y a nosotras nos han dejado fuera de la filosofía, fuera de la religión, fuera de la literatura, del arte, del voto. Hemos sido niñas adultas. – Se iba encendiendo y alzando la voz. – No pudiendo abrir una cuenta del banco sin el permiso del esposo. Por ejemplo.

Hizo un gesto manierista, reverenciándose, ridiculizando la servidumbre.

-No exageres anda. Has pasado demasiado tiempo con el EPI puesto. Los hombres han sufrido mucho también.

-Claro que han sufrido. Pero por decisiones de otros hombres. ¿Quién mandó a millones y millones de jóvenes a morir en las trincheras? Mira esta foto. Busca cualquiera con ese eslogan en Google.

En aquella foto de “Tiempos duros hacen hombres fuertes” había soldados de la primera guerra mundial.

-Tiempos duros hacen a hombres muertos, poblaciones diezmadas, calamidades, miserias, locuras. Tiempos duros hace que se llenen los cementerios, los hospitales y los manicomios. ¿Quieres romantizar los tiempos duros? ¿Echan de menos la miseria tanto como la mano dura de algún dictador? ¿Sabéis cuál es el problema?

-¿Cuál? – Dijeron al unísono.

-Que hoy estamos en esos tiempos duros. Pero en ese meme, no estamos incluidas en la palabra hombres, ni nos vamos a volver más fuertes. Nos podremos volver locas, hartas o pillar el COVID.

-Que terrible es tu visión.

-Terrible es enfocar esto como una guerra. Terrible es que nos quememos con la enfermería siendo tan jóvenes. Que se superponga la visión romántica que siempre acaba conociéndose. Terrible es llamar heroicidad a la sobrecarga precaria.

-¿Y qué hacemos? ¿Cuál es el sentido?

Se encogió de hombros. Lanzó el cigarro al suelo y volvió a la faena dentro del hospital, sin despedirse del resto de las chicas. Todas, decepcionadas por la no respuesta de Gloria, trabajaron especialmente duro aquella noche y lloraron al regresar a casa. Como todos los días acostumbraban.

Autor: Juan Miguel Sánchez Martínez

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