Relato: Un día cualquiera y a la vez especial, como todos los demás

Martes, 1 de marzo de 2022

por diariodicen.es

Son las 7 de la mañana, el despertador suena por segunda vez, salgo corriendo del baño para apagarlo y evitar que despierte a mis compañeras de piso. Voy a la cocina, un café rápido, quizá luego tenga tiempo para tomar algo en la planta si la mañana está tranquila, me digo a mí misma. Me visto y salgo de casa. Antes de cerrar la puerta hago mentalmente un repaso rápido: ¿llaves? sí, ¿cartera? sí, ¿mascarilla? también, eso ya hace tiempo no se me olvida, ¿cascos? listos, lo tengo todo. Y mientras suenan mis canciones favoritas me dirijo al hospital con la inquietud de qué habrá pasado durante las 17 horas que no he estado en la planta.

Aún es de noche, pero parece que será un día soleado, no hace demasiado frío. Recorro unas cuantas calles, vacías, en las que tan solo hay alguna que otra persona que camina hacia el mismo destino que yo. Llego al hospital, le enseño mi identificación al guardia de seguridad y mientras paso por la puerta giratoria le oigo decir una vez más lo que llevo escuchando varios días: “señora, solo puede entrar una persona porque las visitas están restringidas por la pandemia”, “pero, señor, mi marido…”. La puerta sigue girando y ya no oigo más.

Me adentro en los pasillos, la primera a la izquierda, luego a la derecha, ahora por la escalera, como cada día y sin variar la ruta, no están las cosas como para andar dando paseos innecesarios por el hospital. Llego al vestuario, me pongo mi uniforme, ese pijama de tela que a veces nos hace sentir invencibles. Reviso que todo esté en orden en mis bolsillos, me coloco doble mascarilla y ahora sí ¡estoy lista!

Salgo de nuevo a los pasillos, cruzo de un ala a otra del hospital y llego a los ascensores, una enfermera que sube y le da al botón con el codo, otra casi se atraganta por evitar una tos inocente, dos celadores comentan el estado del hospital a causa de la COVID-19; uno a uno, todos van abandonando el ascensor dirigiéndose a sus puestos de trabajo, yo sigo subiendo, planta 11, es la mía.

Al llegar a la planta veo que está más ajetreada de lo normal a estas horas, María está al teléfono y Cristina viene por el pasillo con el electrocardiógrafo. Regresa de la habitación 18, Mariano nos acaba de dejar, una infección, luego un fracaso renal y el pobre se cansó de luchar. Saludo a las compañeras, recibimos el cambio de turno, leemos las incidencias de la noche y, una vez informada, me acerco a la habitación, los hijos de Mariano estaban allí, me despido de él y les transmito mis condolencias; mientras, yo me quedo para mí esa complicidad que habíamos generado, esos ojos azules que cada vez que me veían entrar en la habitación me miraban con dulzura mientras me decía: “pero bueno, ¿otra vez estás aquí?”. Salgo de la habitación sintiendo cómo la pena me recorre el cuerpo.

Mientras avanzo por el pasillo, en la otra punta veo a Plácido en su silla de ruedas, ya con la ropa de calle esperando impaciente al médico que, tras dos meses, hoy le manda para casa. En mi sentimiento de pena brilla un poco de felicidad pues, aunque le tuvieron que amputar una pierna y su vida no va a volver a ser igual, al menos el sí podrá pasar en casa esta Navidad.

Con la medicación lista y preparada en los carros vamos a ver a todos los pacientes, tomar las tensiones y hacer los test de glucemia; todo en orden, los desayunos acaban de llegar, ayudamos a algunos pacientes y volvemos al control. Tenemos que revisar los planes de cuidados, a preparar las curas del día y a esperar que pasen vista los médicos y poder actualizar los tratamientos.

Mientras tanto miro a ver si ya ha salido el resultado de la PCR que le hicimos ayer a Carlos para que pueda irse de alta a la residencia. Espero mientras se carga el informe y, de nuevo, tengo ante mis ojos ese documento que tantas veces he visto últimamente: en letra mayúsculas, en negrita y en medio del papel dice: POSITIVO. Digo en alto, ¿positivo? Todos los allí presentes nos miramos incrédulos, ¿cómo ha podido pasar? Con una PCR negativa al ingreso y tras un mes ingresado, sin recibir visitas, habitación individual. El médico tampoco se lo puede creer, nadie lo hubiese imaginado, el señor es totalmente asintomático. Que no cunda el pánico, repetimos la PCR por si acaso, avisamos de la urgencia al laboratorio y nos dicen que a lo largo de la mañana estará. Con el miedo en el cuerpo de haber estado con él, cuidándole, podemos habernos contagiado aun llevando las medidas de seguridad a rajatabla. Pero bueno, ahora solo queda esperar, mente fría y a trabajar, tenemos más pacientes y debemos seguir con nuestra labor.

La mañana va avanzando, los tres pacientes que tenían que ir a quirófano ya están listos desde primera hora y van bajando, curamos a todos los demás, las horas van pasando y por fin llegó el resultado de la PCR, por un rato hasta se me había llegado a olvidar: positivo de nuevo. Lo primero avisar al paciente, al pobre hombre le ha tocado de todo, infección tras infección lo que fue un ingreso para unos días se alargó a semanas y cuando por fin se iba de alta… en fin. “Y tú ya no solo te preocupas por tus compañeros y por ti, sino también por él”, me digo a mí misma. ¿Qué va a ser ahora de él? Si el alta hubiese sido a su domicilio particular, siendo asintomático se podría haber ido sin problema y guardar allí unos días de aislamiento, pero ahora… traslado a planta COVID y a esperar a que negativice, ojalá le vaya bien. ¿Y el resto de pacientes de la planta? ¿Lo tendrán? Aquí el lío solo acaba de empezar. Por protocolo, PCR a todo el personal, habrá que írselas haciendo mientras nos ocupamos de las tareas que nos quedan por hacer. Rosa se pone un EPI y allá vamos, primero uno, luego otro y así uno por uno todos los que estábamos trabajando esa mañana, luego les tocará a los de por la tarde y así hasta hacerla a todos. ¿Los resultados? Quizá mañana estarán y, mientras tanto, a tomar precauciones y a esperar.

Vuelvo al control tras hacer un repaso por las habitaciones y las compañeras del turno de tarde acaban de llegar: ¿YA? Madre mía, las 7 horas hoy se han pasado volando, la última vez que miré el reloj eran las 12 del mediodía y, por aquel entonces, aún tenía esperanzas de haber podido tomarme ese tentempié de media mañana que al final no pudo ser.

Les damos el cambio de turno a las compañeras y nos vamos. Mientras espero al ascensor, miro por la ventana la Catedral de León, a la que tanto me gusta mirar desde las ventanas del hospital, bañada por el sol, tan bonita como cada día, en un día soleado fuera que aquí, porque para mí se nubló nada más llegar. Camino de casa pienso en el orgullo que me produce haber elegido esta profesión. Mañana será otro día y seguro que también tendrá mil historias para contar, porque cuando eres enfermera, cada día cualquiera es un día especial, como todos los demás. Pero al final nunca te quedas con lo malo, siempre te intentas quedar con todas las cosas bonitas que te llevas de cada turno.

Al día siguiente las buenas noticias llegaron a todos como rayos de sol que no dejaron a las nubes convertirse en chaparrón.

Martínez Gonzalo E. Un día cualquiera y a la vez especial, como todos los demás. Metas Enferm mar 2022; 25(2):79-80

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