Cuando una enfermera se encuentra al otro lado del control y se debate entre la vida y la muerte

Lunes, 4 de agosto de 2014

por diariodicen.es

Tras más de dos años esperando una operación, me citan para el “martes 13” de octubre. ¿Será casualidad del destino?, ¿existe la mala suerte? Antes pasaba por debajo de las escaleras con la mayor tranquilidad, pero ahora de verdad que me lo tengo que pensar dos veces para hacerlo.

Era una operación muy compleja de cirugía ortognática. Tras unas seis horas de quirófano, todo pareció haber salido bien. Solo faltaba estar 24 horas en reanimación sedada e intubada. Esta decisión es de los anestesistas, aunque los cirujanos maxilofaciales no están muy de acuerdo, pero la dirección del centro sanitario así lo tiene aprobado.

En vez de ser 24 horas, fueron más de tres días porque estaba muy hinchada. Al retirar el tubo endotraqueal, a pesar de ser joven, sin patología previa, no fumadora, ni bebedora y practicante de ejercicio físico de forma regular, sufrí un distress respiratorio. Unos médicos dicen que a consecuencia de la prolongada intubación, otros que había tragado comida (llevaba nutrición enteral por sonda nasogástrica), otros que una neumonía (ésta es la que prevalece y así aparece en el informe de alta).

Estaba muy agitada y se me quedaban los ojos en blanco. Me realizaron un TAC craneal para ver si había quedado secuelas de la anestesia. El resultado fue normal pero yo iba empeorando a nivel respiratorio.

Decidieron volver a intubarme, aunque se corría el riesgo de tener que realizar una traqueotomía. Finalmente pudieron intubarme nuevamente sin ninguna complicación.

Me pusieron un tratamiento para la neumonía y el resultado fue que empezó a descender mi hematocrito. Estaba padeciendo una hemólisis secundaria al antibiótico. Me hicieron varias transfusiones, en total y que sepamos fueron seis concentrados de hematíes. Me dieron 48 horas para reaccionar. Había dos posibilidades: morir o seguir adelante.
Fui remontando poco a poco. Para desentubarme, esta vez quisieron hacerlo despacio. No dejaron que mis familiares me tocasen para que no me estimulase mucho y me agitase tanto como la primera vez. Un día me fueron bajando la sedación y al día siguiente me retiraron el tubo al ver que respiraba por mí misma, sin ayuda del respirador. Me dejaron 48 horas más para ver si no había ninguna recaída.

Yo en ningún momento me enteré de lo que me estaba pasando. Mal lo pasó mi familia, pero a mí nadie, en ningún momento, me dijo nada.

Me fui dando cuenta por los comentarios que realizaba el personal cuando hablaban conmigo. Para mis cuentas, llevaba cuatro días pero ellos decían que eran diez, que había estado cuatro días desintubada, que era el día 21 (cuando me operaron el día 13). Nada me encajaba.

Antes de subir a la planta de hospitalización y en la visita de mi familia, les dije que cuando estuviésemos en la habitación tenían que explicarme qué había pasado, por qué llevaba diez días en reanimación cuando yo pensaba que eran cuatro y cuando debería haber estado solo uno. Se sorprendieron de que me hubiera enterado, pero entre lo que me iban contando y lo que iba preguntando, fui atando cabos.
¿Por qué después de subir la planta, de estar más recuperada y antes de darme el alta, no me explicó ningún médico lo que me había pasado?

Llego el alergólogo a planta, por una interconsulta que habían solicitado desde reanimación y me preguntó por lo que me había pasado allí. ¿Qué le iba a contestar? No tenía ninguna idea cierta. ¿Dónde queda la empatía? ¿Por qué no lo llevamos todos a la práctica?

Como profesional, estoy de acuerdo con que en ciertas situaciones es mejor que el paciente no sepa qué está pasando. Sin embargo, a una persona como yo o como cualquiera, que se recupera, con capacidad para entender y tomar decisiones, que puede pasar por la misma situación, por otra intervención, necesitar el mismo tratamiento, etc.

Creo que hay que valorar en qué situaciones hay que dar información y cuáles no hay que darlas o no dar muchos datos. Esta experiencia me ha servido para ser consciente de lo importante que es comunicar a los pacientes la información que deben conocer, que demandan o que necesitan escuchar, ya que yo, al no saber nada, no dejo de darle vueltas a la cabeza y al hecho, intentando explicarme cómo pude llegar a estar en una situación en la que me debatí entre la vida y la muerte, aunque, finalmente, ganara la vida.

Fuente: Fernández Méndez SM. Cuando una enfermera se encuentra al otro lado del control y se debate entre la vida y la muerte. Metas de Enferm sep 2011; 14(7): 76-77

¿Quieres comentar la noticia?

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

*
*