El amor, motor de la vida

Miércoles, 25 de febrero de 2015

por diariodicen.es

La Real Academia de la Lengua Española define el vocablo “asombro”, en una de sus acepciones, como “gran admiración”, y “admirar” es, según la misma fuente, “causar sorpresa la vista o consideración de algo extraordinario o inesperado”. Sin embargo, yo creo que también el “asombro”, además de ser la génesis de la admiración, es el embrión de la inquietud y el pilar sobre el que se asienta todo aprendizaje y crecimiento personal, pudiendo llegar a ser el motor que despierta una inquietud que sobrecoge el alma y, con esa sensación recorriendo nuestras venas, nos sentimos motivados a descubrir, a investigar y desarrollarnos como personas. 
    
A veces, el asombro es algo tan misterioso que sin darnos cuenta nos sumerge en el mundo del hallazgo, de querer saber más y de seguir desvelando soluciones para encontrarnos a nosotros mismos. En mi trabajo, el “asombro” es la pieza clave, pues es difícil no “asombrarse”, en su más amplia acepción, ante el nacimiento de una nueva vida. Soy enfermera en una Unidad de Neonatología, donde hay niños que se debaten entre la vida y la muerte, los cuales a cada instante nos muestran la vitalidad y las ganas que tienen de aferrarse a la vida.

Cada vez que un bebe de 700 gramos de peso (o incluso de menos), abre los ojos y me mira, ¿pidiendo ayuda?, mi alma se sobrecoge y le acaricio dándole todo el cariño que puedo transmitir, porque cuando te aprietan el dedo es que, estoy segura, se están aferrando a la vida y para mí es una sobredosis de ilusión y de ganas por ayudarle a que siga su lucha continua y que ellos mismos no piensan abandonar.

La capacidad de supervivencia que tiene un recién nacido prematuro es algo digno de resaltar, pues no la tenemos los adultos. Me surgen un par de preguntas: ¿será que las ganas de vivir son limitadas y tenemos una cantidad para dosificar durante toda la vida? o ¿será que lo que hay detrás de esa vida intrauterina, que nosotros desconocemos, es lo que les confiere tal fortaleza para aguantar todos los procedimientos por lo que pasan?
    
También he tenido la suerte de trabajar en una Unidad de Cuidados Intensivos de Adultos y la respuesta que damos los adultos no se puede equiparar a la de los niños, pues estos tienen una capacidad para mejorar su salud de la que los adultos carecemos. Los niños prematuros desconocen qué es la vida extrauterina y aún así quieren vivirla, luchan por conocerla y por satisfacer las peticiones, en ocasiones desconsoladas, de los padres que aclaman para que sobrevivan.

Esos padres sí conocen la vida y desean con todas sus fuerzas que sus descendientes la vivan. El apoyo emocional que les damos a estos padres animándoles a que cojan a sus hijos en brazos no tiene precio, porque cuando los abrazan y los tienen pegados a su piel, únicamente con el pañal, para que los pequeñitos noten el latido, la respiración, el olor de sus padres y con sus manitas les acaricien el pecho, entre ellos se animan y se prometen mutuamente que van a luchar juntos. El sacrificio de esos padres es infinito y el cansancio que acumulan día tras día durante meses es grande, pero también es de un valor ilimitado, y eso les confiere un poder infinito que les da esperanza. Sin embargo, a veces esa esperanza se ve turbada y es en esos momentos de flaqueza cuando las enfermeras debemos ayudarles a fortalecer el amor que sienten por sus hijos.

El primer sentimiento que experimentan los padres cuando ven a sus hijos tan pequeños e indefensos es asombro, siendo a partir de ahí cuando aparece el amor. Amor que les ayuda, hasta su recuperación, a superar el duelo por no poder tenerlos en su cuna, llevárselos a su casa o hacer una vida normal. Por eso digo que el asombro es el primer paso del amor y el amor es el motor que mueve el mundo.

Todas las enfermeras conocemos la importancia de educar en valores y nos movemos por el amor, por las ganas de ayudar, sobre todo, en los momentos más difíciles, en la que desvalidos y despojados de la salud, necesitamos de los demás para seguir viviendo, cuando nuestro cuerpo no responde, pero nuestro alma lucha por recobrar la salud. Las enfermeras que trabajamos con neonatos tenemos muy clara la importancia de nuestro papel como cuidadoras de padres y niños, valorando siempre de forma conjunta y, en cada momento, la situación de los niños y de los padres, dándoles a estos últimos los cuidados que precisan desde la cercanía, el apoyo y la confianza que confiere que a tu hijo se le esté tratando con amor.

Pero también sabemos que nuestro papel no termina con la acción cuidadora, sino que la formación y la búsqueda de las mejores maneras de llevar a cabo nuestras intervenciones enfermeras han de ser asumidas, igualmente, con el mismo grado de responsabilidad. Y ello, estoy convencida, se debe a que los niños no nos dejan de sorprender y de proyectar su pequeño amor en nosotras, siendo este, como ya he dicho, el motor que despierta nuestra inquietud por aprender, descubrir, investigar y desarrollarnos como profesionales excelentes.
    
Miren a un bebé y vean su sonrisa y comprobarán que el amor puede entrar en sus vidas y darles un giro de 180º. Si su vida ya es plena, sigan viviéndola con alegría y que el asombro y el amor sea el motor de sus días.

Fuente de consulta: Cabrejas Casero AM. El amor, motor de la vida. Metas Enferm jun 2014; 17(5): 77-78

 

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