Enfermera Paciente

Miércoles, 20 de agosto de 2014

por diariodicen.es

En mi profesión, como enfermera, he podido experimentar diversas situaciones de las que siempre he aprendido y me han permitido hacer mi trabajo cada día mejor. Pero, sin duda alguna, la mejor de las enseñanzas ha sido poder estar del otro lado y saber cómo se sienten los pacientes y cuáles son las carencias, tanto físicas como psicológicas, que tienen durante su ingreso, respecto a nosotros y al resto del personal sanitario que les acompaña durante su tratamiento.

 

Durante mi embarazo quise que me llevaran en un hospital distinto al que yo trabajaba y en ningún momento de mi tratamiento comuniqué al personal que era enfermera.

Me diagnosticaron un embarazo de alto riesgo y, quizás por tener algunos conocimientos, me surgieron miles de dudas y miedos. Aun conociendo los peligros que conllevaba ese estado, necesitaba el apoyo de mi enfermera cada vez que iba a la consulta, que me diera un refuerzo positivo para poder ver las cosas sin pensar tanto en esos miedos que me atormentaban, que me aclarara dudas que me surgían, que me aportara más información de la que yo tenía y que me transmitiera su experiencia en el tema, de la que yo carecía por no estar especializada en todo lo que tiene que ver con obstetricia. Cada semana que salía de la consulta era como empezar una cuenta atrás hacia la siguiente.

El apoyo de mi enfermera cada vez que acudía era importante para mí. Quería que me tratara como a alguien especial, que me escuchara y entendiera lo que estaba pasando en esos meses de incertidumbre, siempre pensando y contando los días para saber que todo iba bien. No me ayudaba el pensar que había mujeres peor que yo, quería que me fuera bien a mí, cada persona es diferente y así quería que me trataran a mí, como alguien individual, sin tener que ser “otra más con el embarazo de riesgo”.

Un día llegué a la consulta y habían cambiado de enfermera. Era una señora de unos 50 años, no se me olvidará la cara con la que me miró, me transmitió seguridad y supe que con ella todo saldría bien. Me informaba en cada consulta, me preguntaba y aclaraba mis dudas, me trataba como a alguien especial y, aunque siempre, siendo egoístas, queremos más y mejor trato, me compensaba lo que me ofrecía. Lloraba y ella estaba allí, a mi lado, sentada y ofreciéndome su ayuda en cada momento, dándome su apoyo y muchos ánimos para seguir adelante y pensar por qué no me iba a salir bien si estábamos haciendo lo posible para que así fuera. En todas las consultas me recibía con una sonrisa y me ofrecía el poco tiempo del que disponía durante el rato que estaba allí.

El embarazo llegaba a término y en el momento en que me informaron que tenía que ingresar para provocarme el parto, me entraron temblores, mezcla de alegría y miedo, con ganas de romper a llorar por todo ese conjunto de sentimientos y esos meses que dejaba atrás para poder empezar de nuevo. Mi enfermera se sentó a mi lado y me dijo: “Tranquila, estaré contigo desde que entres hasta que salgas de quirófano”. Entonces rompí a llorar, estaba recibiendo su apoyo y me sentía sin duda más segura al pensar que estaría a mi lado en ese momento que tanto había deseado que llegara.

El día que ingresé me llevaron a quirófano y, al entrar, allí estaba ella, mi enfermera, la que había estado conmigo apoyándome y me había aconsejado durante esos meses, ofreciéndome su mano, sin soltarme. Me eché a llorar, pensaba en los meses que dejaba atrás, parecía que ese día no iba a llegar y llegó y allí estaba ella, a mi lado, demostrándome una vez más su profesionalidad y calidad humana.

Cuando salí de reanimación y llegué a la habitación, me recibió la enfermera de planta. Durante los días que estuve ingresada no supe cómo se llamaba, ni siquiera se presentó ni me ofreció su ayuda durante mi estancia. Al día siguiente del ingreso tenía que levantarme, pensaba que no podría hacerlo por los dolores que sentía. La enfermera se acercó y me dijo: “¡Venga!, que ya te tendrías­ que haber levantado sin ayuda”. Cuando me retiró la sueroterapia y durante los días posteriores no entró ni un solo día para saber cómo estaba, qué necesitaba y si presentaba dolor alguno.

En los días de ingreso reflexionaba sobre el trato que daba yo a los pacientes durante su tratamiento y me formulaba diferentes preguntas sobre mi relación con ellos: ¿les ofrecía el trato que ellos necesitaban?, ¿el tiempo que pasaba junto a ellos era el adecuado?, ¿resolvía todas sus dudas y los trataba como a mí me gustaba que me trataran?

Hubo un antes y un después de haber sido paciente. Ahora intento tratarlos a ellos como a mí me gustaría que me trataran, intento ofrecerles el tiempo que me permite el trabajo y trato de observarlos más para poder saber qué sienten y cómo se sienten durante su ingreso. Intento ser lo que ellos esperan de mí y ojalá me recuerden como yo recordaré siempre a esa señora que durante las consultas hasta que di a luz estuvo conmigo en todo momento, apoyándome y ofreciéndome la ayuda que necesitaba en cada momento.

No se sabe realmente lo que sienten los pacientes hasta que no estamos del otro lado y esta experiencia me ha enseñado que hay que, por lo menos, intentar hacer con los demás lo que nos gustaría que hicieran con nosotros.

Fuente: Olivares González MA. Enfermera paciente. Metas de Enferm nov 2011; 14(9): 76-77

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