Historias de lucha y superación

Martes, 19 de julio de 2016

por diariodicen.es

rrrrTodos tenemos prejuicios, opinamos antes de saber, valoramos situaciones, hechos o incluso a las personas sin tan siquiera conocerlas. Es algo sobre lo que deberíamos de recapacitar. No son buenos los juicios de valor basados en generalidades, en opiniones ajenas, y por eso quiero compartir mi experiencia con los pacientes de Salud Mental. Porque además de ser personas enfermas, por desgracia están estigmatizadas socialmente y tienen que luchar doblemente: luchar para aprender a vivir con su enfermedad y luchar para romper dichos estigmas.

De la horrible situación que sufre este tipo de pacientes me di cuenta la primera vez que trabajé como enfermera en una unidad de Salud Mental. Por culpa de mi ignorancia, inexperiencia, inmadurez o lo que fuera que causara esa actitud, iba cargada de miedo y de prejuicios. Si desde un primer momento hubiera sabido lo que sé ahora sobre este tipo de pacientes, esos primeros días trabajando en el servicio hubieran sido muy distintos. Hubiera ido más relajada, más confiada y, sobre todo, más abierta al diálogo y a la comprensión.

Hace ya más de 15 años de mi experiencia en una unidad de Salud Mental y aún recuerdo sus nombres, sus caras, sus historias; y sobre ellos quiero escribir, darlos a conocer para romper prejuicios como los que yo tenía. Porque estas personas no son más que víctimas, prisioneros de sus mentes, que por algún acontecimiento traumático en sus vidas su psique se quedó atrapada en un laberinto del que no saben salir. Cuando me acerqué a ellos y supe de sus vidas y sus historias, fue cuando reflexioné y se desarmaron todos mis pretéritos juicios de valor, pasando de darme miedo a darme pena, porque nadie se merece sufrir tanto y no poder escapar a su propia mente.

Sergio, Ana, Carlos, Pepe y Rosa, nombres ficticios para preservar su intimidad, son las personas de las que voy a hablar. Todos ellos viviendo bajo el mismo techo, como una gran familia, apoyándose unos en otros en los buenos y los malos momentos. Sergio era un chico que tenía 19 o 20 años, la misma edad que yo, sensible y dulce, rubio con ojos verdes, que despertaba en mi mucha pena por la vida que tenia y la que podría haber tenido. Su padre los maltrataba a él y a su madre, hasta que un día su madre no aguanto más y se suicidó. Sergio había sufrido mucho desde que tenía uso de razón y el perder a su madre fue el detonante para que empezara a tener problemas mentales.

Ana era la mamá del psiquiátrico, porque se preocupaba de todos, cuidando siempre del más indefenso, y dando cariño sin pedir nada a cambio. Una mujer que no pudo cumplir su sueño. Quería ser madre por encima de todo, se quedó en numerosas ocasiones embarazada, pero nunca logró llegar a término, en varias ocasiones tuvo la desgracia de abortar en casa, hechos muy traumáticos para ella. Su marido se esfumó de la noche a la mañana, dejándole como única explicación una carta, una carta llena de reproches por no hacerle padre. Al cabo los años lo vio con otra mujer y un par de críos. Si Ana nunca pudo superar el no poder tener hijos y el abandono de su marido, cuando vio que él había rehecho su vida y que tenía hijos se vino abajo y a los pocos meses estaba ingresada en la unidad con una grave y profunda depresión.

Carlos, Carlitos, como él se daba a conocer, de etnia gitana, vivía en una chabola con sus seis hermanos, sus padres y su tío minusválido. Su perdición fueron las drogas. Desde muy pequeño presenciaba cómo sus padres las consumían. Con 10 años ya estaba fumando tabaco y hachís, y sobre los 12 o 13 era adicto a la cocaína y a la heroína. Dicen que hay personas que tienen predisposición a las psicosis, y que el consumo de drogas puede ser el factor desencadenante de dicha psicosis. Pues este fue el triste caso de Carlitos.

Pepe estaba muy desmejorado, su enfermedad mental lo tenía muy castigado, además que era un hombre que había trabajado mucho durante toda su vida. Un hombre del campo, como él se describía a sí mismo. Vivió durante toda su vida en una pequeña aldea con sus padres, que se ganaban la vida como podían, del pastoreo y recogiendo aceitunas cuando era época. La peor enemiga de Pepe fue la soledad que experimentó al morir sus padres, fallecidos ambos en un intervalo de tiempo muy corto, de tan solo dos años. Se quedó muy solo y comenzó a descuidar su higiene y su alimentación. Al poco tiempo empezó a sufrir delirios y los propios vecinos alertaron a los sanitarios. Desde entonces Pepe está ingresado.

Por último, Rosa, 26 años, sufría de un trastorno bipolar diagnosticado a los 23. Era una paciente muy conocida en la unidad de Salud Mental por sus múltiples ingresos debidos a las recaídas por abandono de la medicación; desde adolescente padecía cambios de humor y altibajos en su estado anímico muy bruscos, como su madre solía decir: “su vida era una montaña rusa de emociones”. Fue una chica muy alegre, extrovertida y enamoradiza. Vivía todo tan intensamente que se olvidaba hasta de dormir, pasaba días sin aparecer por casa, gastaba exageradamente en compras innecesarias, en resumen, no tenía autocontrol, cosa que a su madre le preocupaba, ya que veía que su querida hija actuaba de forma poco normal. De esta situación de exaltación e hiperactividad, Rosa caía en un gran letargo, días enteros en la cama, sin comer, ducharse y casi sin hablar. Un buen día, al llegar a casa del trabajo, su madre encontró a Rosa inconsciente en la cama; al ver en la mesita de noche innumerables blíster de medicación vacíos, llamó a una ambulancia que la traslado urgentemente al hospital. Y así empezó sus idas y venidas por la unidad.

Vidas todas ellas truncadas en lo que podían haber sido, que no lograron a remontar del todo sus situaciones a pesar de su lucha y los tratamientos, pero de los que yo aprendí mucho a la hora de afrontar, incluso, mis propios y “normales” problemas. Personas que, aún desde su enfermedad, se querían, se ayudaban, se hacían compañía. Conocer un poco la vida de estas personas puede acercarnos a entender lo injusto que es partir de prejuicios y lo importante que es para los pacientes saberse escuchados y comprendidos como personas, como seres humanos, no como enfermos. Por eso decía al principio que los juicios de valor, los prejuicios, no son nada recomendables, y yo era la primera que los tenía, lo reconozco, pero ya no los tengo. Desde aquí les doy las gracias por ello. Quién sabe si alguno de ellos llegue a leer este relato. Por si acaso, les mando un enorme beso y les doy las gracias por enseñarme tanto. Todos y cada uno de ellos son ejemplos a seguir de lucha y superación.

Pozo Reina ME, Labella García L. Historias de lucha y superación. Metas Enferm mar 2016; 19(2): 78

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