La responsabilidad enfermera en el ejercicio profesional

Jueves, 10 de julio de 2014

por diariodicen.es

Este trato tan completo y único, tan esencial y necesario, acompaña más que complementa el diagnóstico médico. Es en esta faceta donde la enfermera se hace mediadora y guía en toda su integridad. Ejerce científica y técnicamente, es consejera, da apoyo psicológico y suministra a dosis elevadas, además de competencia, cariño, temple, humanidad, atención y cuantas cualidades se puedan tener en cuenta para facilitar al enfermo el tránsito entre el estado de ansiedad o dolor y el de mejora, alivio o total recuperación si se puede. De estas primeras aproximaciones se deduce que la importancia de la actividad enfermera es vital, trascendental y única para el paciente y que la información ya se halla inherente en su labor.

Además se convierte en pedagoga. Uno de los fallos y sinsabores de nuestra sociedad actual de la prisa y el pragmatismo, es pensar, en nuestro caso, en un cuidado puramente farmacológico. Craso error, el cuidado empieza por un acercamiento entre enfermera y paciente, que es persona con todas las complejidades que ello conlleva. Un cuidado tan necesario e íntimo es el de la mente del enfermo. Aquí la palabra información cumple todo su significado, ya que si no se da información al paciente o no hacemos posible que éste se autorresponsabilice de su propia salud, dejamos de tratarlo como a un ser humano racional. La actividad enfermera es la de poder y saber decir todo lo que sea bueno para el enfermo, haciéndole sentir atendido y entendido, acompañado y cuidado. Aquí se cumpliría a la perfección la máxima Kantiana de que “todo hombre (todo ser, toda persona) es un fin en sí mismo”. Por eso no podemos utilizarlo, ni obrar como si sólo nos importase una parte de nuestro objetivo: que se cure. ¡Cuántas veces esta recuperación depende del mimo, de la despaciosidad, de los efectos y empatías humanos de comprender al enfermo en toda su realidad!

Por eso, no es igual esta información en dos personas, pues no hay dos cuerpos en donde los cuidados se precisen de la misma forma y tampoco la reacción es idéntica. Cada cuerpo es una literatura y se ha de leer con diferente acento, énfasis y velocidad. Estoy absolutamente de acuerdo con las teorías bioéticas que definen a la persona en toda su magnitud universal. Un enfermo no es un caso, no es menos persona, no es un problema, no es un anónimo, al contrario, la enfermera vive el proceso con todo el derecho del mundo a poder conseguir el mayor grado de autonomía y bienestar personal. Ha de deliberar y decidir sobre su acción terapéutica, pudiendo explicar lo que requiera y deba ser explicado, teniendo muy en cuenta las peculiaridades del paciente. Por esto se ha de tratar de conseguir establecer un diálogo fructífero.

Uno de los puntos más complejos y difíciles de tratar es la superación de los problemas que se pueden dar entre la situación del enfermo y la enfermera. El paciente busca la sinceridad, la precisión, la causa, el programa de lo que se le hará, el riesgo y asume lo que se le realice si se le explica con realismo y naturalidad. Sin embargo, no nos engañemos, éste sería el paciente ideal,­­ pero también hay personas contradictorias, enfadadas con una realidad que no entienden, reñidas con su suerte, no colaboradoras, desconfiadas o asustadas, llenas de pánico y aturdidas.

En estos aspectos se las ha de guiar, conocedores en lo que la experiencia aporta, de sus defectos y rasgos de comportamiento. La enfermera no transmitirá solamente de acuerdo con el médico lo concerniente a la enfermedad, sino que aplicará la metodología adecuada tratando de obrar con templanza y justicia para que sea beneficiosa su información en la salud del mismo.

Al mismo tiempo, se nos harán preguntas que tendremos que prever y actuar con criterios deontológicos y sinceros. Debemos considerar que el saber y la experiencia de la enfermera se une al saber y a la experiencia del enfermo para permitir, de manera conjunta, que la vida continúe manteniendo cubiertas las necesidades de salud. La experiencia le servirá mucho, sin duda, pero además requerirá de un amor profundo a una profesión tan vocacional como ésta.

Tampoco hay que ejercer nuestra profesión esperando el regalo de la comprensión o simpatía. A todos nos gusta que se nos reconozca el trabajo, pero esta tarea es tan importante, que todo ha de quedar compensado al reflexionar sobre lo que supone colaborar en la mejora de la salud. La recompensa es ya por sí sola poder colaborar con ímpetu e ilusión en mejorar la calidad de vida de las personas. Poco a poco la enfermera va educando al paciente en su propia situación. Las palabras de Rousseau de que “el hombre es bueno por naturaleza y que sólo la ignorancia lo hace malo”, se cumplen a mi modo de ver, aunque yo sumaría a la ignorancia, el miedo. Éste ejerce una angustia muy negativa para el enfermo que debemos saber manejar; una vez vencido el miedo, si es posible, todo cuanto esté a nuestro alcance mejorará sin duda su comportamiento, aquí incluyo cerrazón, egoísmo, pérdida de respeto por sí mismo y por los otros, agresividad, etc.

No quisiera olvidar la situación más extrema y terminal. Aquí se trataría de salvar la dignidad y autonomía del paciente. También nos podemos encontrar con personas muy preparadas para afrontar esas circunstancias tan extremas. La fuerza mental, la proximidad, la humanidad en nuestros cuidados y el respeto hacia la persona harán que la enfermera actúe con equilibrio y familiaridad, aunque hay otro factor a tener en cuenta, como es la sugestión que experimenta todo aquel que padece, obcecándose así en su enfermedad y viviendo una vida que difiere con la realidad. Pudiera suceder en algunas ocasiones que las dificultades se presenten en torno a los familiares de los pacientes. Supone otro grado de atención y de información, pero también se ha de transmitir la impresión de ayuda integral al enfermo y a sus circunstancias individuales.

Puede que la palabra de una enfermera no alargue una vida, pero serena y ayuda a creer en ella.

Fuente: Gutiérrez Grau R. La responsabilidad enfermera en el ejercicio profesional. Metas de Enferm abr 2011; 14(3): 76-77

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