Relato enfermero: Empezar mis prácticas

Martes, 7 de septiembre de 2021

por diariodicen.es

Empezar mis prácticas como estudiante en la UCI era algo que me daba mucho respeto. Cuando decides ser enfermera sabes que verás situaciones complicadas y que muchas veces tendrás que acompañar a las personas en un momento delicado de su vida. En cualquier planta del hospital puedes encontrar momentos difíciles de digerir. Sin embargo, en una UCI sabes que es algo distinto. Un paciente que necesita cuidados intensivos se encuentra en un momento muy arriesgado de salud y su vida corre peligro. Por eso necesita de constante vigilancia y de mayores cuidados. Esa es la razón por la que impresiona tanto, porque la muerte asusta y la vida se torna frágil.

UCI

Durante mi estancia en prácticas fueron muchos los casos que me marcaron de una forma u otra. Una se acaba acostumbrando de alguna forma a los momentos más dolorosos y aprende a lidiar poco a poco con las batallas de los pacientes que le rodean. Pero siempre hay casos que impactan especialmente ya sea porque se han creado vínculos o porque te empiezas a plantear cosas a nivel personal. La práctica clínica nos ofrece oportunidades para aprender profesionalmente pero también para crecer a nivel interior.

De todas estas veces, hubo un paciente que me marcó especialmente. Estuvo con nosotros largo tiempo, más de un mes para ser concretos. Aún le quedaba mucho por vivir pero ya no podía seguir con su vida. Me acostumbré a verle día tras día siempre en el mismo sitio, como si fuera uno más del equipo, y tuve que reconocerme a mí misma que sentía aprecio por él cuando un día dejó de estar. Manuel (nombre ficticio) había sufrido un coma hipoglucémico y para cuando lo encontraron no sabían cuánto tiempo había pasado desde que perdió la consciencia. Se sospechaba de un aumento brusco de los niveles de insulina, aunque nunca se supo si había sido un accidente o había sido voluntario. Pasó días intubado y sedado hasta que finalmente se le pudo despertar. En ese momento se comprobó que podía respirar y que físicamente se encontraba bien. Parecía que las cosas habían mejorado y que Manuel estaba más cerca de recuperar su vida. Sin embargo, una vez se cesó la sedación, su capacidad reactiva no era la esperada. Su mirada perdida y su incapacidad para comunicarse indicaban que algo no iba bien. Las malas noticias llegaron tras realizarse el electroencefalograma y al comprobarse que se encontraba en estado vegetativo. Lo que parecía que iban a ser años en ese estado, ya que no sufría de otras patologías, acabó resultando en una muerte rápida por un fallo respiratorio en un segundo proceso para retirarle la respiración artificial.

Durante todo el transcurso los cuidados de enfermería fueron constantes. El equipo de enfermería cuidaba con mimo y cubría las necesidades del paciente a diario; el aseo, retirar secreciones, prevenir úlceras por presión, eliminar deposiciones, y un largo etcétera. Todo lo necesario para asegurar la comodidad y confort de Manuel. Cuando él ya no podía cuidar de sí mismo y ni siquiera era consciente de necesitar esos cuidados, ahí estaban las enfermeras. Siempre presentes y siempre necesarias, haciendo lo que todos necesitamos y a veces no podemos hacer. La satisfacción estaba en acabar el turno sabiendo que los pacientes estaban todo lo bien que podían estar, con todas sus necesidades cubiertas. Él lo estaba y sin embargo, cuando veíamos su mirada perdida y sus movimientos incontrolados, el sentimiento era de pena. Hacíamos nuestro trabajo y le acompañábamos aunque él ya no fuera consciente. Nos preocupábamos de lo que él ya no se podía preocupar y éramos la familia con la que ya no podía estar. Pero ya nada parecía suficiente. Seguía con nosotros, vivo. Pero ya había dejado de vivir.

Es en estos momentos cuando pienso en la suerte que tenemos cada día que nos despertamos. En como la vida puede cambiar en un instante sin poder hacer nada por remediarlo. Es triste, sin ninguna duda. Me aterra pensar que me pueda pasar algo así, o peor aún, a alguien a quien quiera. Aun así, no podemos vivir con el miedo y es un riesgo que hay que correr. A nivel personal no es algo contra lo que pueda luchar. Pero nos queda el consuelo de saber que ahí donde la medicina ya no puede hacer nada y cuando la vida parece apagarse o por lo menos ya no puede ser disfrutada, la enfermería sigue estando para brindarnos dignidad hasta el final. Para asegurarse de nuestro cuidado aun cuando ya no seamos conscientes. Para darnos el contacto humano que quizás ya nunca volveremos a tener. Una brizna de esperanza hasta cuando nos llega el final. La enfermería es el último alivio, y el cuidado constante. La tranquilidad del que sufre y no sabe cómo va a continuar, y la de las personas que quieren cuidar pero no pueden. Es el saber confiar en el otro, pero sobre todo saber que puedes confiar porque estás en buenas manos. Nuestra profesión es sobre todo eminentemente necesaria. Lo ha sido siempre, incluso cuando no existía, y lo será siempre. Porque el cuidar ha existido siempre y existirá siempre. Porque es lo que nos hace humanos y nos estabiliza como sociedad. Porque nos sale solo cuidar a quiénes queremos, pero qué bonito es saber que va a haber alguien para cuidarnos cuando quienes nos quieren no pueden hacerlo.

Manuel estuvo con nosotros durante semanas. Seguía vivo y le cuidábamos como tal aunque ya no fuera consciente. Su vida seguía aunque él ya ni lo supiera. Puede que ya no hubiera esperanza para él, pero me gusta pensar que la esperanza queda en vivir lo que te quede de vida dignamente. En recibir el cariño y cuidado que cualquier persona necesita, y en ser tratado de manera valiosa hasta el final.

Me impactó el caso de Manuel. Me impactó su mirada y su no consciencia del entorno. Nunca había visto nada parecido y no me hacía a la idea de cómo podía ser. Me impactó como su vida se truncó y como en un instante nada volvió a ser igual. Me estremecía al pensar en la de años que podía pasar en ese estado, fuera de la realidad, sin poder interactuar con nada ni nadie y mirando a la nada. Pero de entre toda la tristeza que nos podemos encontrar, de todas las circunstancias duras que tenemos que pasar, y hasta en el peor de los escenarios; hay todavía un motivo por el que luchar y por el que sentir que lo que hacemos merece la pena y es valioso. Y ese motivo es la dignidad. La dignidad de los que son cuidados, la dignidad de los que cuidan y la propia dignidad del hecho de cuidar. La dignidad de la vida, y la dignidad en el morir, la dignidad que todo ser humano merece. Ese es nuestro motivo y nuestro orgullo. La razón por la que escogimos ser enfermeras y la razón por la que la enfermería es la profesión más bonita del mundo. Por eso aún en los momentos duros y desesperanzadores, me siento orgullosa de la profesión que escogí y de poder estar con quien lo necesita en las buenas y en las malas.

Autora: Alba de la Fuente Merino

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