Tu salud es tuya

Miércoles, 28 de enero de 2015

por diariodicen.es

Aquella tarde estaba transcurriendo dentro de la normalidad en el servicio de urgencias del centro de salud. Estaba, hasta cierto punto, más tranquila para como solían ser las guardias allí, en el que en determinadas horas la actividad se volvía frenética. En algún momento de la media tarde apareció un hombre de mediana edad que se dirigió a nosotros preguntando por “la enfermera de guardia”, mostrándonos un volante del médico de urgencias en el que únicamente se podía leer “ruego cura local diaria”.

Manuel, de 49 años de edad, según nos comentó al responder nuestras preguntas, comentó que tenía una herida en el pie y que “necesitaba la cura de la enfermera”. Antes de descalzarse, negó ningún traumatismo o accidente al ser cuestionado por ello: “Observé, una mancha en el calcetín, pero no me había dado cuenta de la herida hasta que miré el origen de la suciedad. Es que no me duele. No sé cómo me la he hecho”.

Al mostrarnos el pie, este se apreciaba discretamente hinchado, eritematoso, caliente al tacto, aparentando linfangitis y una posible infección local. En la planta aparecía una pequeña herida, que no llegaría a 0,5 cm de diámetro, como excavada en una hiperqueratosis sobre la superficie plantar de la cabeza del primer metatarsiano.

Mal perforante plantar, pensamos los tres enfermeros que en ese momento valorábamos la herida. ¡De libro! —exclamó uno de nosotros. El aspecto del pie y de la herida era “regular”. A partir de ahí se sucedió una batería de preguntas al paciente, que progresivamente iba sintiéndose más molesto con las mismas, a tenor de la entonación que empleaba en sus respuestas: “Sí, soy diabético, pero mi diabetes no es mala, no me pincho insulina”. “Solamente tomo una pastilla, y así que puedo comer más o menos de todo”. “Las cifras de azúcar normalmente las tengo bien”. “No suelo pasar muchas veces de 200 o de 220”. “Sí, fumo. Dos paquetes de tabaco al día más o menos”.

Todo lo demás lo encontramos en su historia de salud digital. Una hemoglobina glicosilada de 9,2% en la última analítica, hacía un mes y medio, y un tratamiento antibiótico indicado por el médico que nos remitió al paciente, de acuerdo a los signos de infección (eritema, aumento del exudado, olor) que había presentes en la zona, así como al riesgo de progresión de las infecciones de este tipo de heridas, que deben ser tratadas con especial agresividad.

Procedí a realizar la cura y al finalizar la misma, sin mencionar expresamente las complicaciones más graves del mal perforante plantar (sepsis, amputación, etc.), comencé a repasar las causas de la herida y, con ellas, las actividades que el propio paciente debía asumir dentro de sus autocuidados para alcanzar la curación por segunda intención y la ausencia de complicaciones durante el proceso. Le hablé de un adecuado control de la glucemia, para lo que debería contactar con su enfermero para efectuar una intervención sobre los estilos de vida, y con su médico de familia para valorar la posibilidad de cambio de tratamiento, incluso la insulinización, al menos durante el proceso, e insistiendo en el cumplimiento terapéutico.

Le comenté la importancia del manejo de la infección, adhiriéndose al tratamiento médico prescrito al efecto y la importancia de asegurar la limpieza de la herida y del pie para evitar nuevas infecciones. También se le hizo partícipe de buscar un calzado adecuado y la descarga de presiones en la zona lesionada con el fin de promover una óptima curación. Traté de implicarlo activamente en la misma, transmitiéndole que él era actor principal para la consecución de nuestro objetivo: la integridad cutánea. Y que sin él, no lograríamos nada.

Sin embargo, su actitud era la de mero espectador, sin cambiar siquiera el gesto de su rostro ante las alteraciones de tono y contenido de nuestras palabras y manteniendo su postura “a la defensiva”, hasta que le comenté la necesidad de abandonar el hábito tabáquico de manera inexcusable, momento en el que se volvió parcialmente levantando su brazo derecho exclamando: “¡Parece mi padre!”.

Tras esto, abrió la puerta de la consulta, y antes de marcharse, se giró exigiendo una cita, ya que al día siguiente debía ser curado como había indicado el médico. Evidentemente, se le respondió informándole que sería atendido por su enfermero, previa cita en la unidad de atención al ciudadano.

Al marcharse nos quedó una sensación ambivalente. Por un lado, el sentimiento del trabajo bien hecho, y no por una cura, que también tiene su importancia, sino por haber intentado enseñarle que podía hacer cosas para mejorar su herida, y cuáles eran esas cosas, dándole contenido, educando, haciendo labor de enfermera.

Por otro lado, quedaba el regusto amargo del trato inadecuado que nos brindó esa persona, cuando únicamente trabajábamos junto a él en pos del mismo objetivo. Él no comprendió (o no quería o no podía comprender) que el objetivo no dependía de una acción aislada y lejos de su voluntad o responsabilidad, como podía ser una cura local, sino que dependía de una serie de medidas (manejo de la infección, control metabólico, adherencia al tratamiento, descarga de presiones, higiene, cura local, etc.) de las que él debía participar de forma muy activa.

Esta situación derivó aquella tarde en un interesante debate sobre la autorresponsabilidad de los pacientes en sus autocuidados y la labor enfermera a la hora de fomentar esta actitud.

De hecho, en este caso concreto, el paciente sí podía exigir una cura diaria al profesional, pero la enfermera/o no podía solicitarle nada. Era como si su salud dependiera en exclusiva de nosotros y su labor se redujera al control sobre el profesional para que este mantuviera su nivel de salud. Pero con respecto a su propia salud, su participación era nula, de mero espectador. Como si la herida fuera de otra persona.

Durante nuestra charla, incluso llegamos a sonreír, para aliviar un poco esa cierta desazón, al recordar casos en los que un paciente con hiperlipidemia manifestaba no privarse de ningún alimento rico en grasas, porque para eso su médico ya le había prescrito un fármaco contra el colesterol. Y otro caso de un individuo, de buen nivel cultural (que hace más incomprensible ciertas actitudes), que consultaba “por gases” solicitando al médico una solución medicamentosa, pero sin él restringir en absoluto el abuso de bebidas carbonatas que hacía, de las cuales comentaba que era un consumidor habitual (1,5 litros de refrescos o más diarios).

Comentando todo esto consensuamos que existía en la población, tanto a nivel colectivo como individual, la creencia de que la salud de uno depende del sanitario de turno (médico, enfermera, etc.), del azar, del destino o de múltiples variables que dependen de cualquier cosa menos de nosotros mismos. Y eso es un auténtico error. Nuestra salud, a grandes rasgos, será lo que nosotros queramos que sea. Si adoptamos estilos de vida saludables, aumentamos nuestras probabilidades de mantener y reforzar nuestro nivel de salud, según se recoge en la evidencia científica disponible.

Al hilo de esto, cabe destacar que una parte cardinal del trabajo de cualquier enfermera, y más aún en Atención Primaria, es la de fomentar la autorresponsabilidad de cada persona, hacerle responsable de su salud, promoviendo estilos y hábitos de vida saludables. De hecho, se considera que la salud es resultado de un estilo de vida orientado al bienestar y, para ello, la enfermera/o, a través de la educación para la salud, debe ofrecer a las personas las herramientas necesarias (conocimientos) para los autocuidados, convirtiéndolos en sujetos activos, diciéndoles: “tu salud es tuya”, entregándoles de esa forma su parte de responsabilidad a ellos, y “sí, por supuesto, nosotros, los sanitarios, también estamos para ayudarte, cuando lo necesites. Solamente tienes que preguntarnos”.
 
En definitiva, la promoción del autocuidado es una estrategia muy necesaria para lograr el máximo nivel de salud individual, siendo la enfermera/o responsable de la intervención en el cambio de las actitudes (fomentar la autorresponsabilidad) y de la adecuación de conocimientos y habilidades hacia comportamientos saludables. Desde la Atención Primaria, la enfermera/o ocupa un lugar privilegiado para contribuir a cambiar definitivamente la forma en que cada persona cuida de su salud y se compromete con ella. Son las dos claves de la gestión de su autonomía en los cuidados de la persona: conocimientos y compromiso. Lo que implica otros dos conceptos: educar y motivar.

Fuente de consultaZapata Sampedro MA, Castro Varela L, Benítez Fuentes E. Tu salud es tuya. Metas Enferm dic 2013/ene 2014; 16(10): 72-73

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