Relato: Hablemos de Juan

Martes, 3 de mayo de 2022

por diariodicen.es

Aunque llevo poco tiempo ejerciendo como enfermera, siento que debo compartir una de las experiencias que tuve la suerte de vivir durante el primer año de la pandemia de la COVID-19, pues supuso para mí un claro ejemplo de lo extraordinaria que puede llegar a ser nuestra profesión y, porque a pesar de lo duro que fue trabajar durante ese tiempo y de lo que puede seguir siendo a veces, nunca he pensado en abandonarla. Comenzaremos diciendo que Juan es un señor de 86 años que vino a la consulta del centro de salud para su control rutinario de la tensión y que siempre ha sido una persona amable, cariñosa y alegre.

Relato: Hablemos de Juan | iStock
Relato: Hablemos de Juan | iStock

Todas las veces que venía a la consulta acudía acompañado de su mujer y con su actitud bromista y afable, pero desde hacía unas semanas empezó a venir solo y desanimado, pues su situación en casa era complicada. En su última visita, al preguntarle qué le ocurría, Juan se echó a llorar desconsoladamente, trató de explicar qué le pasaba, pero se le hizo un nudo en la garganta y no le salían las palabras. En ese momento solo pude quedarme callada porque si hablaba iba a ponerme a llorar junto a él. Una vez que Juan se tranquilizó un poco, pudimos hablar y él pudo contarme lo que había pasado.

Lucía, la mujer de Juan, era una persona ejemplar, generosa y amable con todo el mundo, con carácter fuerte, pero con un corazón de oro. Parece ser que hace tres semanas sufrió un accidente cerebrovascular, un ictus, del cual no consiguió recuperarse durante las tres semanas que estuvo en la UCI. Muy apenado me contó que no pudo estar a su lado en sus últimos momentos por culpa de las restricciones de visitas debido a la pandemia de COVID-19.

A medida que fuimos hablando se tranquilizó cada vez más y le animé a que pudiera seguir adelante refugiándose en sus hijos, David y Carlota. Al comenzar a hablar de sus hijos Juan sacó una sonrisa contándome que su hijo acababa de ser padre, lo que a él le convertía ya en abuelo. Con un poco de pena dijo que le hubiese gustado que su mujer conociese a su nieta, la cual siempre que la veía a través de “esas pequeñas pantallas modernas”, que había empezado a manejar durante la pandemia para estar cerca de su familia, veía el gran parecido que tenía con Lucía y por eso mismo su hijo David decidió ponerle el mismo nombre. Sin embargo, aun intentando cambiar de tema, Juan no puede dejar de recordar a su mujer y evitar romperse a llorar, por ello, decidió que era mejor irse a casa. En ese momento consideré que tenía razón y que lo mejor iba a ser volver a verle en una semana para valorar cómo seguía tras todo lo ocurrido.

Pasada una semana llegó el día de la cita, acudió un poco más tarde de su hora, lo cual era raro porque Juan siempre había sido un hombre muy puntual. Tenía un aspecto bastante desaliñado, no vestía con sus camisas de siempre. Su cara tampoco era la habitual, tenía una expresión enfadada.
Comencé con la entrevista haciendo una primera valoración. Sin embargo, no pude hacer todas las preguntas pues Juan estalló. Empezó a desahogarse: “mis hijos me quieren encerrar en esas residencias de viejos para morir”. Me quedé sorprendida ante sus palabras. Nunca en todo el tiempo que llevaba conociéndole le había oído hablar de esa forma y con esa rabia en su expresión. Traté de hacer que se tranquilizara para que pudiésemos hablar. Tras ayudarle a respirar profundamente consiguió relajarse y pudo hablar conmigo como hacía siempre. Me comentó que sus hijos veían como una buena idea que su padre estuviera en una residencia bien atendido, ya que desde el fallecimiento de Lucía no le veían capaz de desenvolverse bien por sí mismo.

Tras este comentario decidí hacerle un test de Barthel. Su resultado: independiente total. Ante este resultado, deduje que lo que realmente le pasaba es que se encontraba solo, lo que hacía que estuviera deprimido y no tuviera ganas de llevar a cabo ninguna actividad, a pesar de ser totalmente capaz de hacer las tareas diarias. Dejó de ver a sus amigos cuando comenzó la pandemia, al igual que a su familia, que tampoco han podido ir a visitarlo.

En ese momento trato de buscar soluciones para que se encuentre más a gusto o animado. Le propongo que vaya a un centro de día donde podrá relacionarse con más gente, incluso en la situación de pandemia en la que nos encontramos. Vi un rayo de esperanza en su mirada al ver que podía haber soluciones a su problema. A él le pareció estupenda la idea de un centro de día. Echaba mucho de menos relacionarse con gente en la misma situación que él.

Tras la idea que le había propuesto su ánimo mejoró y me comentó que quería también hablarlo con sus hijos, ya que sabía que ellos querían lo mejor para él. Volví a citarle dentro de un mes para ver si las cosas mejoraban.

Un mes después de la última cita Juan acudió a su hora. Casi me emociono al verlo con su aspecto de siempre. Volvía a ser el de antes. Su expresión era mucho más alegre y esbozaba sonrisas por el pasillo.

Entró en la consulta y comenzamos a hablar. Me comentó todas sus experiencias en el centro de día. Había hecho muchos amigos nuevos, aunque la comida del centro no le gustaba, “siempre llevo galletas en el bolsillo”, comentaba. Había estrechado tanto la relación con sus amigos que incluso salían todos los domingos a “tomar un blanco”, siempre y cuando las restricciones de la pandemia lo permitían. Era increíble lo mucho que había cambiado desde la última vez que lo vi. Sin embargo, también me habló de Lucía y de lo mucho que le hubiera gustado que ella conociese también a sus nuevos amigos, “aunque con su carácter, habría discutido con más de uno”, comentaba con una gran sonrisa.

En cuanto a sus hijos, me contó que ellos incluso le llevaban alguna vez al centro, pero que aún no estaban del todo tranquilos porque el resto del día y las noches tenía que estar solo, y alguna vez les había llamado llorando acordándose de su mujer. Sin embargo, se alegraban mucho por que comenzase a “hacer una nueva vida”.

Tras irse de la consulta tuve que quedarme unos minutos a solas para pensar en todo lo que había ocurrido. El cambio que tuvo Juan durante el último mes fue enorme. Me costó asimilar cómo podrían influir tanto mis consejos en una persona. Pero me había contagiado su alegría y no podía dejar de sonreír al verle como antes.

Es una historia que nunca olvidaré ya que, como he dicho, era casi nueva en esta profesión, y fue la primera vez que me sentí llena y satisfecha de mi trabajo, a pesar de lo duro que significó ver a Juan desmoronarse frente a las adversidades de la vida y cómo el fallecimiento de su mujer y el no poder verla en los momentos en los que ella estaba tan débil le hicieron cambiar tanto. Los pequeños gestos humanos que hacemos los profesionales de la Enfermería como parte de nuestro trabajo son la clave para ayudar a las personas que cuidamos, y más aún en la situación tan dura de pandemia que se ha vivido, donde muchas personas no se han podido despedir de sus seres queridos y las enfermeras y enfermeros hemos estado al pie de cañón acompañado a nuestros pacientes, ofreciéndoles una mano a la que aferrarse y un hombro en el que llorar cuando más lo han necesitado.

Historias como la de Juan son las que nos hacen crecer día a día como personas y como enfermeras, motivándonos para acudir al trabajo con el mejor ánimo posible.

Gracias, Juan, por todo lo que nos has aportado, por contagiarme tu tristeza y tu felicidad, por hacerme aprender junto a ti y por darme la oportunidad de poder ayudarte. Siempre estaremos aquí para cuidarte.

Autores: Beatriz Simal del Val, Oihane Gibello Arocena, Ingrid Martín Miñón1, Alisa Liliana Lupu.

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